«Himno
a la caridad: 1Co 12,31—13,13» La caridad es la bienaventuranza, camino de
salvación.
La
caridad es una identidad del verdadero evangelizador, sin caridad, el alma
habla de Dios, pero se jacta en sí mismo, hasta apartarse de la Iglesia
Católica. La Caridad nos identifica con Cristo Jesús, la caridad nos
perfecciona en el amor de Dios, purificándonos de la mundanidad.
Sin
caridad no se acepta a la Madre de Dios como nuestra intercesora, sin caridad
hay desobediencia a la Iglesia Católica. Porque la caridad no es rebelde.
El
misericordioso vence todo respeto humano, el corazón caritativo siempre está al
lado de Cristo y con Él, ayuda a su prójimo acercándolo a Dios para que se
salve. Sin la Iglesia Católica, no hay verdadera misericordia con nadie.
La
caridad corta de raíz con la maldad, con el pecado. EL misericordioso deja al
rebelde por el camino de la insolencia, pues no responde a Dios con amor y
respeto. El insolente no quiere corregirse, y se convence que sus errores son
caminos de verdad, es un pobre ciego.
No
es suficiente conocer las Sagradas Escrituras de memoria, pues eso hacen los
herejes. Nuestro enemigo el demonio se sabe de memoria la Sagrada Escritura,
pero es el gran enemigo de las almas. Lo que no tienen los herejes ni aceptan son los sacramentos, la mansedumbre, la humildad del corazón. No tienen la Tradición de la Fe Apostólica ni la fe de la Santa Madre Iglesia.
Por tanto, para nosotros, conocer la Palabra de Dios, nos preparamos para que el Espíritu Santo nos ayude.
Es
necesario que nosotros estemos unidos a los Sagrados Corazones de Jesús y María
Santísima. Sin una verdadera devoción a María Santísima, no seríamos seguidores
de Cristo Jesús.
Cuando
nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, vencemos al mundo en Cristo Jesús, que
ha sido el vencedor, pues nosotros no podríamos vencer al mundo, si Cristo no
estuviera a nuestro lado, que cuando nos ha llamado a seguirlo, le estamos
siguiendo, pero queremos hacerlo con perseverancia. Pues en nuestra debilidad
nos alejamos del camino de la salvación para volver a la corrupción de la
mundanidad. Pero no pactamos con el mundo, no lo aceptamos, aunque estamos
viviendo en él, y nos estamos sirviendo de distintas ocasiones pero siempre
para alabanza y gloria de Dios.
La
caridad no es egoísta, no se envanece ni presume de nada. Siempre se alegra con la verdad, la muestra no para presumir, sino para llevar almas a Dios, a Cristo Jesús.
Himno a la caridad: 1Co 12,31—13,13:
12,31 Aspirad a los
carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más
excelente.
13,1 Aunque hablara
las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el
bronce que resuena o un golpear de platillos.
2 Y aunque tuviera
el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque
tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería
nada.
3 Y aunque
repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo
caridad, de nada me aprovecharía.
4 La caridad es
paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se
jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no
toma en cuenta el mal, 6 no se alegra
por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
8 La caridad
nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia
quedará anulada. 9 Porque ahora nuestro conocimiento es imperfecto, e
imperfecta nuestra profecía. 10 Pero cuando
venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto. 11 Cuando
yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño. Cuando he
llegado a ser hombre, me he desprendido de las cosas de niño. 12 Porque
ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara.
Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido. 13 Ahora permanecen la fe, la esperanza, la caridad: las tres virtudes. Pero
de ellas la más grande es la caridad.
El himno a la caridad es una de las más bellas páginas de San Pablo; todo
él va encaminado a cantar la excelencia del amor, y lo hace desde tres
aspectos: superioridad y necesidad absoluta de este don (vv. 1-3);
características y manifestaciones concretas (vv. 4-7); permanencia eterna de la
caridad (vv. 8-13).
La caridad es un don tan excelente, que sin ella los demás pierden su razón
de ser (vv. 1-3). Para mayor claridad San Pablo menciona los que parecen más
extraordinarios: el don de lenguas, la ciencia, los actos heroicos; sin
embargo, por encima de estos dones está el amor efectivo y eficaz: «Nuestro
amor no se confunde con una postura sentimental, tampoco con la simple
camaradería, ni con el poco claro afán de ayudar a los otros para demostrarnos
a nosotros mismos que somos superiores. Es convivir con el prójimo, venerar
—insisto— la imagen de Dios que hay en cada hombre, procurando que también él
la contemple, para que sepa dirigirse a Cristo» (S. Josemaría Escrivá, Amigos
de Dios, n. 230).
En la enumeración de las cualidades de la caridad (vv. 4-7), las más
importantes son la paciencia y la benignidad, que en la Biblia se atribuyen a
Dios (cfr Sal 145,8): «El amor es paciente, porque lleva con
ecuanimidad los males que le infligen. Es benigno porque devuelve
bienes por males. No es envidioso porque como no apetece nada
en este mundo, no sabe lo que es envidiar las prosperidades terrenas. No
obra con soberbia, porque anhela con ansiedad el premio de la retribución
interior y no se exalta por los bienes exteriores. No se jacta,
porque sólo se dilata por el amor de Dios y del prójimo e ignora cuanto se
aparta de la rectitud. No es ambicioso, porque, mientras con todo
ardor anda solícito de sus propios asuntos internos, no sale fuera de sí para
desear los bienes ajenos. No busca lo suyo, porque desprecia, como
ajenas, cuantas cosas posee transitoriamente aquí abajo, ya que no reconoce
como propio más que lo permanente. No se irrita, y, aunque las
injurias vengan a provocarle, no se deja conmover por la venganza, ya que por
pesados que sean los trabajos de aquí espera, para después, premios
mayores. No toma en cuenta el mal, porque ha afincado su
pensamiento en el amor de la pureza, y mientras que ha arrancado de raíz todo
odio, es incapaz de alimentar en su corazón ninguna aversión. No se
alegra por la injusticia, ya que no alimenta hacia todos sino afecto y no
disfruta con la ruina de sus adversarios. Se complace con la verdad,
porque amando a los demás como a sí mismo, cuanto encuentra de bueno en ellos
le agrada como si se tratara de un aumento de su propio provecho» (San Gregorio
Magno, Moralia 10, 7-8.10).
La caridad es mayor que todos los demás dones de Dios (v. 13), pues cada
uno de ellos nos es concedido para que alcancemos la perfección y la
bienaventuranza definitiva; la caridad, en cambio, es la misma
bienaventuranza.
- * Los textos de la primera epístola a los Corintios 13, y estas explicaciones doctrinales la podemos meditar en el Nuevo Testamento (La Sagrada Biblia, Eunsa).
A mayor gloria y alabanza del Altísimo, Señor y Dios nuestro.
Bendita por siempre la Santísima Madre de Dios.
Quiere Jesús nuestro Señor que como hijos de la Iglesia Católica que nos respetemos, pues Él quiere la unidad. Hay personas que quieren competir, a fuerza de predicar, para ganar más dinero en su apología. No aprenden correctamente del Espíritu Santo, y hacen de la fe un negocio, y esto es castigado.
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