martes, 3 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (1-3)

Hace varios años: compartí unas enseñanzas de San Cipriano que fui recogiendo de sus enseñanzas sobre el Padre nuestro, martes, 12 de diciembre de 2017

La Palabra de Dios nos enseña el modo de ser verdaderos adoradores de Dios, y tenemos que poner todo nuestro empeño.

La primera vez que conocí esta enseñanza de San Cipriano, fue cuando pude comprar un librito por el Apostolado Mariano, Sevilla, el Padre Nuestro, una meditación muy edificante que a todos nos viene bien. Lo escribí por ordenador, pero se me perdieron los archivos como el libro, y ahora, gracias a Dios, pues tengo estas obras completas, son dos tomos, de gran riqueza espiritual.

¿Cómo podría yo modificar la oración de Jesucristo? si lo hiciera a mi medida, o a la medida del mundo, estaría alejándome de la salvación eterna. Es un riesgo grave para el alma, cuando se tergiversa la Palabra de Dios, Antiguo y Nuevo Testamento, no debemos hacerlo, pues la fidelidad a Cristo es importante para nosotros. Y perseverar siempre. La misericordia es efectiva, cuando hacemos intensa oración, no tenemos tiempo para divertirnos. Pues, ¿de qué me serviría divertirme un rato? Estaría desobedeciendo a Dios que quiere salvarme, y el demonio me sujetaría de tal forma para extinguir mi fe, sin que yo me diese cuenta.

Dios quiere salvarme, yo quiero salvarme, por eso, nunca debo apartarme de Cristo Jesús, y es verdad que solo en la Iglesia Católica; Católica, de Tradición Apostólica, podemos encontrar camino de salvación. La Iglesia no se mueve según los tiempos, las novedades, las corrientes del mundo. No, sino que es guiada infaliblemente por el Espíritu Santo. La fe en el Señor nunca es por sorpresa, ni admite novedades. 

Llega la hora, más aún ha llegado la hora, en que Jesús nos ha enseñado a adorar al Padre en Espíritu y Verdad, sin distracciones, sin prisas cuando oramos con el corazón, con la mente. La oración mental, la oración contemplativa, la oración con la comunidad, con la familia de los hijos e hijas de Dios cuando estamos en la iglesia, y según el momento oramos todos juntos. También en lo privado, en nuestros hogares, cuando salimos a los montes, alejándonos del ruido del mundo, el ruido de los vehículos. Cualquiera que sea el ruido, nunca llegamos a centrarnos en la oración. 

No oramos en espíritu y verdad, cuando aceptamos doctrinas humanas, cuando volvemos nuestro corazón a los intereses del mundo. Es imposible que Dios acepte las oraciones, cuando en el corazón hay resentimientos, malos deseos, injusticias contra los mandamientos de Dios y contra la dignidad de toda persona conforme a la Voluntad de Dios.

Jesús nos enseña que cuando comencemos a orar, siempre tengamos paz en nuestro corazón con cualquiera que nos haya ofendido, nunca debemos tener resentimiento, si es necesario, también la Palabra de Dios, quiere que nos apartemos de toda piedra de tropiezo. Aunque no le deseamos mal, tampoco debemos relacionarnos. Sino orar, para que el diablo no nos haga caer. Si la culpa ha sido nuestra, siempre pediremos perdón, pero, sin la intención de remover cualquier causa de conflicto, entonces el diablo nuestro enemigo, será vencido por el poder de nuestro amado Señor Jesucristo. 

La dignidad no se encuentra donde hay pecados...

Paso a paso, sin prisas, saber que decimos en cada parte de la oración. 


Cuando nos dispongamos a orar, tengamos muy presente lo que nos enseña Jesús, en la oración del Padre Nuestro, no debemos imitar a los gentiles, y tampoco orar con ellos, pues no tienen a Dios Padre, no tienen a Jesu-Christus.

 San Mateo VI, 6-15

6 Tú, al contrario, cuando hubieres de orar, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre, que ve lo más secreto, te premiará en público.

7 En la oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles, que se imaginan haber de ser oídos a fuerza de palabras.

8 No queráis, pues, imitarlos; que bien sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de pedírselo.

9 Ved, pues, cómo habéis de orar: padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; 10 venga tu reino; hágase tu voluntad, así en la tierra, como en el cielo.

11 Danos hoy el pan nuestro de cada día; 12 y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; 13 y no nos dejes caer en la tentación; más líbranos de mal. Amén.


San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (1-3)



Obras completas de San Cipriano de Cartago, Tomo I
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2013

La oración dominical


1.     Los preceptos del Evangelio, queridísimos hermanos, no son otra cosa que enseñanzas divinas: fundamento para construir la esperanza, apoyo para afianzar la fe, alimento para nutrir el corazón, timón para dirigir nuestro camino, defensa para obtener la salvación. Todo aquello que, mientras instruye en la tierra a los espíritus dóciles de los creyentes, los va encaminando al Reino de los cielos. Dios ha querido decirnos y que oyéramos muchas cosas a través de sus siervos los profetas, ¡cuántos mayores son las que pronuncia el Hijo que es la Palabra de Dios, presente en los profetas, y que nos testifica con su propia voz! Y no ya encargando el camino que llega, sino viniendo Él mismo, abriéndonos y mostrándonos el camino para que nosotros, que antes andábamos errantes en sombras de muerte como ignorantes y ciegos, iluminado ahora por la luz de la Gracia, conservemos el sendero de la vida, teniendo al Señor como norma y guía.

2.     Cristo, entre otros saludables consejos y preceptos divinos que dio a su pueblo para la salvación, nos proporcionó también un modelo de oración, y nos ha orientado e instruido acerca de lo que debemos pedir. Él, que nos concedió vivir, nos  enseñó también a orar con aquella misma bondad con la que se dignó darnos y conferirnos otros bienes, para que cuando nos dirigimos al Padre con la oración y súplica que nos enseñó el Hijo, seamos escuchado más fácilmente. Ya había anunciado que llegaría la hora en que los verdaderos adoradores en espíritu y verdad (Jn 4,23). Y cumplió lo que había prometido antes, de modo que lo que hemos recibido el espíritu de la verdad a través de su obra de santificación, le adoremos verdadera y espiritualmente conforme a su precepto. ¿Qué oración puede ser más espiritual que la que nos fue enseñada por Cristo, por quien nos fue enviado el Espíritu Santo? (Cf Jn 16,7) ¿Qué súplica más verdadera ante el Padre que la que ha salido de la misma boca del Hijo que es la verdad? (Cf Jn 14,6). De este modo, orar de manera distinta a como Él nos ha enseñado, no es solo ignorancia, sino también culpa, puesto que Él mismo ha dicho: «Rechazáis el mandamiento de Dios, para mantener vuestra tradición» (Mt 15,6) (Cf. Mc 7,8).

3.     Oremos, pues hermanos amadísimos, como nos ha enseñado Dios, nuestro Maestro. Amigable y familiar es la oración dirigida a Dios con sus mismas palabras, hacer subir a sus oídos la misma oración de Cristo. Cuando hacemos oración, el Padre debe reconocer las palabras de su Hijo. Aquel que habita en nuestro interior debe estar también en nuestros labios, y teniéndole como abogado ante el Padre, por nuestros pecados (1Jn 2,1s. ), cuando oremos por nosotros pecadores, hagámoslo con las mismas palabras que nuestro Abogado. Él ha dicho que cuando pidiéramos al Padre en su Nombre se nos concederá. (Jn 16,23). Por ello, obtendremos más eficazmente aquello que pedimos en el Nombre de Cristo, si lo pedimos con su misma oración.

Continuará:

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