San
Mateo 7,7-12
«7Pedid, y se os dará; buscad, y
hallaréis; llamad, y se os abrirá.' 8Porque quien pide recibe, quien busca halla y a quien
llama se le abre. 9Pues ¿quién de vosotros es el que, si su hijo le pide
pan, le da una piedra, 10o, si le pide un pez, le da una
serpiente? 11Si, pues, vosotros, siendo malos,
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está
en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide! 12 Por eso, cuanto quisieres que os hagan a vosotros los
hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas.»
(Nácar-Colunga)
Si no conseguimos lo que pedimos, es porque en nuestro corazón no está completo para Dios, sino que hay desordenes que nos impide crecer en la fe, y obtener la pureza de la oración.
- La oración de petición nace del corazón humano en que reside la recta y hace posible la relación personal, porque Dios es una Persona con una presencia abarcante. No es necesario vociferar o acumular palabrería que no sirve de nada. «Cuando tus vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre que ve lo escondido, te lo pagará. Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos, que piensan que a fuerza de palabra serán escuchado» (Mt 6,5-7). La oracion hay que hacerla con la confianza absoluta (Mc 11,24) en un Padre que está pendiente de sus hijos, incluso más que cualquier padre de familia como acabamos de escuchar en el Evangelio. Él, con su Providencia atiende y asiste a nuestras necesidades y carencias. Y aunque no tengamos una respuesta inmediata a nuestras peticiones, no significa que no nos oye o deje de observarnos en cada momento de nuestra existencia. Y no olvidemos: la escucha es más segura cuando se reza en comunidad: «Os digo también que, si dos de vosotros en la tierra se ponen de acuerdo para pedir cualquier cosa, se la concederá mi Padre del cielo» (San Mateo 18,19) (Meditación del Evangelio 2.020. Familia Franciscana)
Es necesario que el Señor nos observe
en todo momento, porque si obramos mal, el Señor nos ayuda a corregirnos, y
aceptamos esa corrección por muy dura que nos parezca en algunas ocasiones.
Pues el deseo de Dios es que nos salvemos.
Pedir cualquier cosa que pidamos al
Señor, debe corresponder a sus enseñanzas, nunca en la medida de este mundo, ni
del hombre viejo. Jamás debemos rebelarnos con la corrección del Señor. Pues todo el que se rebela, termina por ser apresado por el diablo.
San Cipriano de
Cartago:
La oración dominical, (7-9)
La oración dominical, (7-9)
Obras completas de San Cipriano de Cartago, Tomo I
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2013
7. Después de saber estas
cosas, amadísimos hermanos, por la lección divina, y después de haber comprendido
como debemos acercarnos a la oración, conozcamos también por la enseñanza del
Señor, que hemos de pedir cuando oramos. Así oraréis –dice– Padre nuestro, que estás
en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en
el cielo y en la tierra; danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer
en la tentación, más líbranos del mal.
8. Ante todo, el doctor de la
paz y maestro de la unidad no quiso que la oración se hiciera individualmente y
en privado, de modo que cuando ore, de modo que, cuando uno ore, ore solo por
sí mismo. No decimos: Padre mío que estás en los cielos, ni: dame
hoy mi pan. Y cuando pide que le sea perdonada solo a él la deuda o
que él solo pide no caiga en la tentación y sea librado del mal. Nuestra es
pública y comunitaria y, cuando oramos, pedimos por todo el pueblo, no por uno
solo, porque todo el pueblo forma una sola cosa. El Dios de la paz y maestro de
la concordia, que nos ha enseñado la unidad, quiso que cada uno ore por todos,
así como Él mismo nos ha llevado a todos en sí. Los tres jóvenes encerrados en
el horno de fuego, unánimes en la oración y concordes en la oración del
espíritu, observaron esta ley de la oración. La fe expresada por la divina
Escritura así lo declara, y como nos enseña como oraron estos jóvenes, nos
propone el ejemplo que debemos imitar cuando oramos, para que podamos ser
semejantes a ellos. Entonces, dice, los tres con una
sola voz, cantaban un himno y bendecían a Dios (San 3,51). Hablaban
como por una sola boca, y todavía Cristo no les había enseñado a orar. Por ello
su plegaria fue tan poderosa y eficaz, porque Dios era propicio a una oración
pacífica, simple y espiritual. Así también, vemos que oraron los Apóstoles y
los discípulos, después de la Ascensión del Señor: Todos ellos, dice, perseveraban
unánimes en la oración, en compañía de las mujeres; de María, la Madre de Jesús
y de sus hermanos (Hch 1,14). Perseveraban unánimes en la oración,
testimoniando al mismo tiempo, la constancia y la concordia de esa oración,
pues Dios que hace habitar en una misma casa (C. Sal 67,2) a los que son
unánimes, no acoge en su eterna y divina morada más a lo que se unen en la
oración.
9. ¡Qué misterios, amadísimos
hermanos, se encierran en la oración del Señor, breves en las palabras, pero
especialmente fecundo por su eficacia! En este resumen de doctrina no queda
nada omitido de cuanto se refiere a la oración, dice el Señor: Orad
así:
«Padre nuestro que estás en los cielos.» El hombre nuevo,
renacido y restituido por Dios por su gracia, dice en primer lugar: «Padre»,
porque ya ha comenzado a ser hijo. Está escrito: «Vino a su casa y los
suyos no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron les dio poder de hacerse
hijos de Dios, a los que creen en su Nombre» (Jn 1,11-12). Así pues.
El que cree en su Nombre y ha sido hecho hijo de Dios, debe empezar por eso a
dar gracias y a profesar su condición de hijo de Dios. Mientras llama Padre a
Dios, que está en los cielos, él, con esta palabra, de las primeras
pronunciadas después de su bautismo, debe testificar que ha renunciado al padre
terreno y carnal, y que no reconoce ni tiene otro padre que el del cielo, como
está escrito: «Los que dicen al padre y a la madre: no os reconozco, y
no reconocen a sus hijos, estos han cumplido tus preceptos y han guardado tu
alianza» (Dt 33,9). Del mismo modo, el Señor en su Evangelio nos ha
ordenado que no llamemos padre nuestro a nadie en la tierra, porque no tenemos
más que un solo Padre, el que está en los cielos (Cf Mt 23,9). Y al
discípulo, que le había recordado a su padre difunto, le respondió: «Deja
que los muertos entierren a sus muertos» (Mt 8,22), pues había dicho que su
padre estaba muerto, cuando los creyentes tienen un Padre que vive siempre.
Continuará...
Reflexión
No renunciemos a orar con insistencia,
dando gracias a Dios desde la primera hora de la mañana al despertar, y ofrecer
nuestros pensamientos, para que sea puro ante Dios. La oración siempre nos
mantiene firmes en la fe.
Los que se inicia en el camino de la
oración después de haber sentido la llamada de Dios a una vida más entregada a
las enseñanzas de Jesús, en principio, parece que puede cansar, ¿cansa orar
demasiado? No, quien se cansa es nuestro hombre viejo que espantado huye a todo
lo que nos pueda acercar a Dios. Pero, suplicando a Dios que nos ayude,
venceremos a nuestro hombre viejo, y comenzar la verdadera vida en Cristo
Jesús.
La tibieza enseña muy mal, porque dice que
la oración es un estorbo, pues hay que rezar a toda prisa, de forma
atropellada. Pero no somos esclavos de la tibiez para nuestra ruina. Los Santos
nos ha enseñado que nuestra tibieza tendrá que dejar de existir, en la medida
que nos centremos en conocer que es lo que estamos rezando.
Cuando nos sentimos perturbado, y no
sabemos porque nos ha venido una densa oscuridad interior, es cuando más
necesitamos del Señor, porque por ahí ronda el enemigo, que quiere
angustiarnos, ahogarnos. Pues comencemos a rezar el santo rosario, y aun, ya,
cuando ya en las primeras oraciones, sin haber terminado el rezo del rosario,
nos viene la paz y luz interior, no nos paremos ahí, sino que debemos rezar y
meditar, el resto de los misterios del Rosario. Pues el Malvado siempre quiere
sorprendernos cundo dejamos la oración.
Recemos muchos, muchas veces a lo largo
del día y de la noche, el Padre Nuestro, el Ave María, pues no existe otro
camino de paz verdadera lejos de Cristo. Solo con el Señor, Él es el único
necesario para nosotros, y la Madre de Dios y nuestro amor a la Santa Madre
Iglesia Católica.
¿Qué me dice el Señor cuando me ha
enseñado esta oración?
«Padre nuestro que estás en los
cielos, venga tu Reino»
Dios me aceptó como hijo, gracias al
sacramento del Bautismo, tengo que pensar en lo nuestro Padre Celestial, me
pide a mí, como también le pide a otros.
Conocer profundamente al Señor, que me
enseña que es el pecado y lo que no lo es. El Señor también me habla por medio
de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica, por la doctrina y
testimonios de los santos y santas, nos habla de distinta forma, incluso por
los pobres, para que obremos la caridad con el prójimo.
Pedimos al Señor que venga a nosotros
el Reino de Dios, por lo que necesito verme libre del “reino de este mundo”,
sin aceptar las malas propuestas que son todas las que el tentador quiere
enredarnos. Y solo aceptando al Señor, vemos los lazos del maligno y no caemos.
No es posible mantener unidos una vida
de oración y una vida de desordenes, mundanidad, diversiones, pues no se
complacería a Dios. Y nuestras oraciones no sería tan eficaz contra nuestras
tentaciones. El Señor nos ayuda, pero también nosotros debemos colaborar en la
obediencia a Dios, en ordenar nuestra vida siempre hacia el Señor.
Se había tomado muy en serio San
Francisco de Asís la vida de la oración, y cuando tenía dificultad en
comprender algún pasaje de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo, le enseñaba
su significado
San Francisco de Asís
Escritos - Biografías - Documentos de
la época
Espejo de Perfección, IX, 99,
Una tentación molestísima que tuvo por
más de dos años
99. Viviendo en el lugar de Santa María
le sobrevino, para provecho de su alma, una gravísima tentación. Sufría tanto
en el alma y en el cuerpo, que se apartaba muchas veces de la compañía de sus
hermanos, porque no podía mostrarse tan alegre como solía. Se mortificaba con
privaciones de comida, bebida y palabras; oraba con más insistencia y derramaba
abundantes lágrimas, a fin de que el Señor se apiadara de él y se dignara darle
alivio suficiente en tan gran tribulación.
Por más de dos años le duró la
tribulación (…); y un día que oraba en la iglesia de Santa María escuchó como
si en espíritu se le dijeran estas palabras del Evangelio: Si tuvieras tanta fe
como un grano de mostaza, dirías a este monte: Vete de aquí allá, y se iría (Mt
17,20-21).
San Francisco respondió al momento:
«Señor, ¿cuál es ese monte?» Y oyó que se le respondía: «Ese monte es tu
tentación». Y el bienaventurado Francisco: «Pues, Señor, hágase en mí como has
dicho». Al instante quedó libre de la tentación cual si nunca hubiera sido
turbado por ella.
Igualmente, en el tiempo que permaneció
en el monte Alverna y recibió en su cuerpo las llagas del Señor (10), padeció
también tantas tentaciones y tribulaciones de parte de los demonios, que no
podía mostrarse alegre como de costumbre. Y decía a su compañero: «Si supieran
los hermanos cuántas y qué tribulaciones y aflicciones sufro de parte de los
demonios, no habría ninguno que no se moviera a compasión y no tuviera piedad
de mí».
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Cuando el cristiano no tiene la
costumbre de orar, se ve aplastado con la tentación y cede, es aplastado por el
pecado, por las caídas y recaídas. Son pesadas montañas. Pero la oración
ofrecida a Dios con pureza de corazón, tiene un poder muy real, que es capaz,
por la intervención del Señor de poner fin a nuestras tentaciones, el combate
llega a ser muy duro contra el mal, pero el que persevera en el camino de la
oración, quiere realmente salir de esa situación de angustias, de
desesperación, Dios nuestro Señor no abandona a nadie, cuando encuentra que hay
sinceridad en todo lo que hace, para estar junto al Señor y salvar su alma.
Los ataques de los espíritus malvados,
son terribles, pero el Señor que es nuestra paz no nos abandona, y en la medida
que oremos con más perfección, y habrá tentaciones, que dejará de existir en
nuestra vida, pero el demonio, si vuelve a tentarnos, ya estamos preparados
para no dejarnos vencer.
De no llamar al sacerdote “padre”, es
importante tomarlo en serio, como San Francisco de Asís, lo correcto es:
«hermano sacerdote», y debemos acostumbrarnos a ello. Además, escribí una
reflexión sobre este tema en abril de 2019. Y que tengo guardado. Incluso San
Francisco de Asís, renunció a su padre terrenal para siempre.
Y lo incluye en la Primera Regla para todos
los que quieren ser consagrarse a Dios, siendo fieles al Evangelio de Cristo, «No
llaméis a nadie padre sobre la tierra, pues uno sólo es vuestro Padre, el que
está en los cielos» (1R 22,34; cf. Mt 23,9).
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