Reflexión: Los Santos Padres no quedaron ocioso cuando llegaba a sus
manos las Sagradas Escrituras, pues en la medida que iban leyendo, memorizando
las enseñanzas de la Palabra de Dios, nos ayudaba comprenderlo. En el
Padrenuestro que se supone que lo estamos meditando, porque nada tiene que ver
con lo que se lee en periódicos y revistas, que luego pasa. La Palabra de Dios
no tiene que pasar en el corazón del cristiano. Puede que una persona que no sabe
leer, pero se sabe a la perfección esta oración, la medita, la graba en el
corazón y en el pensamiento, y no sale de ahí, aprende de la Sabiduría de Dios,
se deja instruir por el Espíritu Santo, cree en verdad a Jesús, el Divino
Maestro, y puede tener más conocimiento que cualquier teólogo.
Una persona que verdaderamente al Señor, solamente puede
encontrar la alegría en el silencio y recogimiento e la oración. Por el
contrario, cuando la soberbia domina el corazón, hace creer: “sé mucho, porque
he pasado años estudiando, y encuentro la alegría conforme a los deseos de mi
medida personal”. Allí, donde se ha establecido la soberbia, no hay posibilidad
de un dialogo espiritual. La soberbia es una tramposa, y siempre divide y aleja de Dios. Allí
donde la soberbia ha establecido su morada, no se puede hallar a Jesús, no hay
paz, no hay serenidad. Y rápidamente, hemos de cortar de raíz con los dominios
de la soberbia.
A nosotros,
que hemos de amar al Señor, esta bellísima oración nos debe inundar de gozo, de
paz, porque es completísima, pues no se trata de rezar uno o diez Padre Nuestro
y luego inclinar su corazón a las cosas terrenales.
Hace años, leía yo en alguna parte, algo que nunca me
convención, cinco, diez, quince, o treinta minutos con el Señor, y ya todo está
bien. Esto es un tiempo brevísimo que se dedica al Señor, mientras que el resto
de las horas, es para nosotros, ya no es para el Señor, que se le ha dejado de
lado. Esto no ayuda a nadie. Y el demonio siempre se aprovecha, que pasando ese
breve tiempo con el Señor, es mayor el tiempo que se dedica al mundo, al
demonio a los enemigos del alma.
Pero el Señor nos pide, no ya que estemos vigilantes unos
pocos minutos, sino siempre.
San
Cipriano de Cartago:
La oración dominical, (15-18)
15. La
voluntad de Dios es la que Cristo mismo enseñó y cumplió; humildad en la
conducta, firmeza en la fe, modestia, disciplina en las costumbres, no saber
infligir una injuria y tolerarlas cuando se reciben, vivir en paz con los hermanos, amar a Dios con todo el corazón (Cf Mt 22,37-40), amarlo porque es Padre y tenerlo porque es
Dios, no anteponer nada a Cristo, porque Cristo no antepuso nada a nosotros,
permanecer firmes en su amor, abrazarse a su cruz con fortaleza y confianza;
cuando es preciso combatir por su Nombre y su honor, mostrar en las palabras la
firmeza con la que le confesamos; en el interrogatorio, la confianza con la que
combatimos; en la muerte, la paciencia por la que somos coronados. Esto
significa ser coherederos de Cristo (Cf. Rm 8,16-17), guardar el mandamiento de Dios, cumplir la voluntad del Padre.
16. Pedimos
que se haga la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra, ya que ambas cosas consiste la consumación de nuestra justificación y
salvación. En efecto, teniendo un mismo cuerpo y en el espíritu, se cumpla la
voluntad de Dios. Pues hay lucha entre la carne y el espíritu, un combate
continuo, de modo que no hacemos lo que queremos, pues mientras el espíritu va
tras lo celestial y divino, la carne desea lo terreno y mundano. Y, por ello,
pedimos que haya paz entre estos dos adversarios con la ayuda y el auxilio de
Dios, para que, cumpliéndose la voluntad de Dios en el espíritu y en la carne,
se declara abiertamente el Apóstol Pablo, cuando dice: «la carne tiene
apetencias contrarias al espíritu. Estos dos son adversarios entre sí, de modo
que o hacéis lo que queréis. Bien conocidas son las obras de la carne:
adulterios, fornicaciones, impurezas, obscenidades, idolatrías, hechicerías,
homicidios, enemistades, discordias, celos, rencillas herejías, embriagueces,
orgías y otros vicios semejantes; los que hacen tales cosas no poseerán el
Reino de Dios. Al contrario, los frutos del Espíritu son la caridad, el gozo,
la paz, la magnanimidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia, la
castidad» (Gál 5,17-23). Por eso debemos pedir cotidianamente, más aún,
continuamente en nuestras oraciones que se cumpla tanto en el cielo como en la
tierra la voluntad de Dios sobre nosotros. Porque esta es la voluntad de Dios:
que lo terreno ceda ante lo celestial y que prevalezca lo espiritual y divino.
También puede
darse otro sentido, queridísimos hermanos: puesto que el Señor nos manda y
exhorta amar incluso a nuestros enemigos y orar por los que nos persigue (Cf.
Mt 5,44), pidamos por los que todavía son terrenos y
no han comenzado todavía a ser celestiales, para que se
cumpla del mismo modo en ellos la voluntad de Dios, que Cristo llevó a cabo
conservando y restaurando al hombre. Porque si Él ya no llama a sus discípulos
tierra, sino sal de la tierra (Cf. Mt 5,11), y el apóstol dice que el primer
hombre de barro de la tierra y el segundo del cielo (Cf. 1Cor 15,47), nosotros
que debemos ser semejantes a Dios Padre, que hace salir el sol sobre buenos y
malos y llover sobre justos e injustos (Cf. Mt 5,45), con razón rogamos y
pedimos, siguiendo la exhortación de Cristo, por la salvación de todos. De modo
que, así como en el cielo, esto es, e nosotros, se ha cumplido la Voluntad de
Dios: ser del cielo por medio de la fe, así también se cumpla su Voluntad en la
tierra, es decir, en los que no creen, para los que todavía son terrenos por su
primer nacimiento, empiecen a ser celestiales, una vez nacidos del agua y del
Espíritu (Cf. Jn 3,5).
18. Continuando la oración, pedimos y decimos, «Danos hoy nuestro pan de cada día». Esto puede entenderse tanto en sentido espiritual como literal, porque
ambos sentidos aprovechan para la salvación por disposición divina. En efecto,
Cristo es el Pan de vida (Cf. Jn 6,35), y este pan no es de todos,
sino nuestro. Y por eso como decimos Padre nuestro, porque
es Padre de los que creen en Él y lo conocen, así también llamamos pan
nuestro, el pan que pedimos nos sea dado cada día, para que, quiénes
estamos en cristo y recibimos diariamente su Eucaristía como alimento de
salvación, no quedemos separados del cuerpo de Cristo por algún pecado grave, y
separados y excomulgados, se nos niegue el pan celeste. El Señor mismo nos lo
señala diciendo: «Yo Soy el pan de vida, que ha bajado del cielo. Si alguno
come de mi pan, vivirá eternamente. Y el pan que yo daré es mi carne para la
vida del mundo» (Jn 6,51). Por tanto, cuando dice que vive eternamente el
que coma de ese pan, queda claro que viven los que toman su cuerpo y reciben,
queda claro el derecho de comunión. Por el contrario, hay que temer y orar para
que no haya quien, siendo separado del Cuerpo de Cristo, no vaya también a
alejarse de la salvación: «Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y no
bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). Por ello
pedimos diariamente se nos dé nuestro pan, es decir, Cristo, a fin de que, los
que permanecemos y vivimos en Cristo, no nos separemos de su santificación y de
su cuerpo.
Continuará con
la gracia de Dios.
Reflexión:
Si rezamos mal nuestras devociones, si
tratamos mal a Jesucristo, con nuestra conducta, gestos, palabras, malos modos es posible
que también otros nos estén tratando mal, pero no siempre es así. Maltratar a
Jesucristo es también cuando no queremos corregirnos de nuestras
imperfecciones, que pensamos, mal de nosotros, y también estaríamos imitando a
aquellos que no comprendieron a Jesucristo, ni a los Apóstoles, ni a los
Santos. Y que todas las cosas deben comprenderse desde la actitud del hombre
viejo.
Si el Señor, que verdaderamente nos ama, nunca deberíamos ofenderle jamás.
Pero el pensamiento de Dios, está muy
por encima de todo pensamiento humano.
Saber comprender correctamente el Padre
nuestro es importante para escalar los grados de nuestra fe.
Cuando verdaderamente queremos amar a
Jesucristo, la oración constante del Padre Nuestro, como otras devociones, el
santo Rosario, la Coronilla de la Divina Misericordia, el Santo Vía Crucis,
etc. Debe notarse ese autentico cambio interior en nuestra propia vida, que
verdaderamente, nuestra voluntad ya la hemos perfeccionado en Cristo. La mala
voluntad de nuestro hombre viejo, que es grosero, mal educado, insolente,
burlón, mundano, desordenado, vicioso, sucio, deshonesto, escandaloso, y otras
feas conductas, ya no nos domina. Al decir un ¡sí rotundo!, a Jesús, salimos
ganando, que nuestro cambio no se estanca. La envidia ya no está en nosotros.
Nuestro hombre viejo no quiere ser
corregido, porque no puede tener a Cristo Jesús. Pero quien ya no es esclavo de
nuestro hombre viejo, rápidamente se arrepiente si ha cometido algún mal.
Porque el Padre Nuestro nos exhorta a perdonar y olvidar cualquier afrenta. Si
nosotros rezamos verdaderamente en espíritu y verdad, nunca podemos dañar al
prójimo de ninguna manera. Pues viviremos siempre en la presencia de Dios,
dejando que el amor de Dios, en nosotros, también se extienda al prójimo. En el
corazón del orante no existe resentimiento contra el ser humano, pero no cae en
los lazos desordenados del mal en cualquier prójimo, y le animamos que
comprenda las cosas desde Jesús nuestro Señor.
El Pan Espiritual, la Sagrada Comunión, cuando la recibamos, siempre que nuestro corazón esté muy ordenado a la Voluntad de Dios, es lo que el Señor quiere para cada uno de nosotros, una vida ordenada, piadosa, nunca nada de "líos" como quieren los enemigos de Dios. Y no caeremos en ese pecado de soberbia. «No deis motivo de escándalo ni a judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios» (1º Corintios 10,32).
Hacer "lío" es precisamente lo opuesto a los intereses de Cristo Jesús y la salvación de las almas.
Por eso, debemos hacer todo lo posible, que el Señor nos ayuda, cuando nos empeñamos en perfeccionar nuestra oración. No en la medida personal, humana, sino en la misma medida que Jesús nos ha enseñado.
El Pan Espiritual, la Sagrada Comunión, cuando la recibamos, siempre que nuestro corazón esté muy ordenado a la Voluntad de Dios, es lo que el Señor quiere para cada uno de nosotros, una vida ordenada, piadosa, nunca nada de "líos" como quieren los enemigos de Dios. Y no caeremos en ese pecado de soberbia. «No deis motivo de escándalo ni a judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios» (1º Corintios 10,32).
Hacer "lío" es precisamente lo opuesto a los intereses de Cristo Jesús y la salvación de las almas.
Por eso, debemos hacer todo lo posible, que el Señor nos ayuda, cuando nos empeñamos en perfeccionar nuestra oración. No en la medida personal, humana, sino en la misma medida que Jesús nos ha enseñado.
A mayor gloria y alabanza de Dios.
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