miércoles, 11 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (30-36)


Si la oración no es ordenada, que es cuando lo hacemos en espíritu y verdad, sería como la oración atropellada, el querer pensar más en si mismo, que en Jesús. Y son numerosas las almas que “rezan” por cuestiones materiales, mundanas.
La oración es ordenada, pero si el corazón no vive conforme a la vida espiritual, enseñada por Cristo, no está orando, sino que está diciendo unas palabras de oración por la memoria, no por el corazón.

Hay quienes dicen, “Dios escucha todas las oraciones”, y estás convencido de ellos, pero la vida que llevan sus frutos indica la ignorancia deliberada de la Palabra de Dios, se equivoca, y no quieren corregirse, insisten e insisten en los mismos errores.

En las Santas Escrituras leemos que el Señor no acepta cualquier clase de oración, ni siquiera quiere escucharlo, lo que llaman plegaria, pueden tener la misma conducta muchos años, y aún no comienzan a orar.

Orar con el corazón, un corazón ordenado, y Dios nos escucha. Esto es cuando no oramos con la comunidad. Pues son muchos que quieren hacerse notar, como diciendo cuando alza la voz: –“aquí estoy rezando, quiero que me escuchéis”– Es mucho mejor orar en silencio para que Dios nuestro Señor nos escuche.
Anteriormente, ya nos lo enseñaba San Cipriano

 4) Las súplicas y las palabras de los que oran deben ser mesuradas, sosegadas, respetuosas. Hemos de pensar que estamos delante de Dios, que debemos agradarle también con nuestra compostura y el tono de voz. Los descarados gritan cuando hablan, por el contrario, es conforme orar modestamente. Por otra parte, el Señor con su enseñanza, nos ha ordenado orar en secreto en lugares escondidos y alejados de los otros, en los propios aposentos (Cf. Mt 6,6), que es lo más conveniente para nuestra fe, porque así sabemos que Dios está presente en todo lugar, que escucha y ve a todos, y penetra con la inmensidad de su Majestad incluso en los lugares más ocultos y escondidos, tal como está escrito: «Yo Soy un Dios cercano y no un Dios lejano. Si un hombre se esconde en los lugares más recónditos, ¿por qué no voy a verlo? ¿Acaso no lleno el cielo y la tierra?» (Jer 23,23-24). Y en otro pasaje: «En todo lugar los ojos de Dios escudriñan a los buenos y a los malos» (Prov 15,3). Cuando nos reunimos con los hermanos y junto con el sacerdote de Dios celebramos los sacrificios divinos, hemos de acordarnos de esta modestia y disciplina: no elevemos nuestras preces descompasadas, ni dirijamos nuestra oración a Dios con gritos tumultuosos en lugar de en voz baja, porque Dios escucha el corazón, no los labios.[1] Él, que ve los más íntimo pensamientos, no tiene necesidad del sonido para escuchar. Lo ha dicho el mismo Señor: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?» (Mt 9,4). Y en otro lugar: «Y sabrán todas las Iglesias que Soy el que escudriña los corazones y las entrañas» (Ap 2,3).




[1] Dios escucha el corazón, cuando meditamos el Padre nuestro con la ayuda del Espíritu Santo salimos avanzando en la fe, en la perfección y santidad. Son muchas las personas, que cuando oran con los labios, siempre andan distraídas, no se toman en serio cuando oran. Si tienen que interrumpir la oración, para hablar con algún otro, de cosas personales, así lo hace. Se despreocupan completamente de su perfección y vida de santidad. Sus frutos muestran que no tienen necesidad de recogimiento interior. Rezan tan fuerte, como que luego para ser oídos por los demás, dentro de la Casa de Oración. Nosotros no sabemos que es lo que hay en el corazón de los demás, solo Dios lo sabe. Pero es enseñanza de Jesús: todo árbol se conoce por sus frutos. Y Dios manifiesta incluso lo oculto que puede haber en el corazón humano, por sus frutos.

Ahora pasemos a los números que se completa este tratado sobre la oración del Señor.


San Cipriano de Cartago: 
Obras completas
La oración dominical, El Padre Nuestro (30-36)

Tomo I.

Biblioteca de Autores Cristianos.

30) Oraba el Señor y rogaba, pero no por sí mismo, pues, ¿qué tenía que pedir por Él, que era inocente? Oraba solo por nuestros pecados, como Él mismo declara: «Mira que Satanás ha solicitado cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe» (Lc 22,31-32). Y por todos los demás ha rogado al Padre diciendo: «No ruego solo por estos, sino también por aquellos que han de creer en Mí por medio de su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, en Mí y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros» (Jn 17,20-21). Inmensa bondad y piedad del Señor para nuestra salvación, pues no se contentó en redimirnos con su Sangre, sino que, además, quiso rogar por nosotros. Ved cual era el deseo de su oración: que así como el Padre y el Hijo son una sola cosa, también nosotros permanezcamos en esa misma unidad, de modo que de esto puede también deducirse la gravedad del pecado que rompe la unidad y la paz, por los cuales rogó el Señor, pues quiere que su pueblo alcance la unidad y la paz, por los cuales rogó el Señor, pues quiere que su pueblo alcance la vida, sabiendo que no tiene lugar en el Reino de Dios la discordia.

31) Así pues, queridísimos hermanos, cuando nos disponemos a otra, debemos estar vigilantes y entregarnos a la oración con toda el alma. Todo pensamiento carnal y mundano debe ser abandonado y el alma no ha de pensar en otra cosa sino en aquello que se pide. Por eso el sacerdote prepara el ánimo de los hermanos antes de la oración con un prefacio diciendo: Levantemos el corazón, para que el pueblo respondiendo: Lo tenemos levantado hacia el Señor, quede advertido que no debe pensar en otra cosa más que el Señor. Cerremos entonces, el corazón al enemigo y quede sólo abierto para el Señor. No permitamos que tenga cabida en él durante la oración el adversario de Dios, pues muchas veces este se desliza y penetra y, engañándonos sutilmente, aparta de Dios nuestras oraciones, de tal modo que tenemos una cosa en nuestro corazón y otra en nuestra boca, cuando, por el contrario, deben orar a Dios con sincera intención no solo las palabras, sino también el espíritu y los sentimientos. ¡Qué desidia dejarse dominar y distraer por pensamientos frívolos y profanos cuando estás orando al Señor, como si fuera una cosa distinta lo que piensas de lo que hablas con Dios! ¿Cómo puedes pedir a Dios que te escuche si no te escuchas a ti mismo? ¿Cómo quiere que el Señor se acuerde de ti cuando rezas, si tú no te acuerdas de ti mismo? Esto es estar en absoluto precavido contra el enemigo; esto es ofender la Majestad de Dios con negligencia en la oración; esto o es otra cosa que velar con los ojos y tener dormido el corazón, cuando el cristiano debe velar con el corazón, incluso cuando duerme con los ojos, tal como está escrito en el Cantar de los Cantares de la esposa, que representa a la Iglesia: «Yo duermo, pero mi corazón vela» (Can 5,2). Por ello el apóstol nos previene con solicitud y prudencia diciendo: «Sed perseverantes en la oración, velando en ella» (Col 4,2). Así nos da a entender que solo se alcanza de Dios lo que piden aquellos a los que Dios ve que están velando en la oración.

32) Los que oran no pueden presentarse a Dios con plegarias estériles, sin fruto, sin preparación. La oración no tiene efecto cuando se ruega a Dios con oraciones sin obras. Así como el árbol que no da fruto es cortado y echado al fuego (Mt 3,10), del mismo modo las palabras sin el fruto de las obras, es decir, no fecunda en obras buenas, no pueden merecer aprobación de Dios. Por ello la Sagrada Escritura diciendo: «Buena es la oración con el ayuno y la limosna» (Hch 10,4). En efecto, el mismo que en el día del juicio dará el premio por las buenas obras y las limosnas, es el que ahora escucha benignamente al que acude a la oración con buenas obras. Por eso, finalmente, el centurión Cornelio, cuando oraba, mereció ser escuchado, porque era un hombre que daba muchas limosnas al pueblo, al mismo tiempo que oraba continuamente a Dios. Hacia la hora de nona, mientras estaba en oración, se le presentó un ángel, dándole testimonio de sus buenas obras y diciéndole: «Cornelio, tus oraciones y limosnas han subido hasta la presencia de Dios, que las tiene presente» (Hch 10,4).

33 Suben inmediatamente al Señor las oraciones acreditadas por los méritos de nuestras obras. Así lo testimonió el ángel Rafael a Tobías, que oraba constantemente bien, diciéndolo: «Es bueno revelar y reconocer las obras de Dios. Cuando tú y Sara orabais, yo presentaba el memorial de vuestra oración ante la Majestad de Dios; y lo mismo cuando enterrabas a los muertos piadosamente. Y cuando no dudaste en levantarte de la mesa y dejar tu comida para ir a enterrar a un muerto, entonces yo fue enviado para probarte; y de nuevo Dios me ha enviado a ti para curarte y a tu nuera Sara. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles justos, que estamos presentes y permanecemos ante la Majestad divina» (Tob 12,1-15). También por medio de Isaías nos enseña y previene el Señor diciendo: «Desata todos los nudos de injusticia, deshace las coyundas de los negocios abusivos; deja en libertad a los oprimidos para que descansen, y destruye todo recibo injusto; parte tu pan con el hambriento y recibe en tu casa a los pobres sin techo; si ves a un desnudo, vístelo y no desprecies a tus semejantes. Entonces clamarás y Dios te escuchará, y no habrás acabado de hablar, cuando te dirá: Aquí estoy » (Is 58,6-9). Dios promete estar presente y dice que escuchará y protegerá a los que desaten de su corazón los nudos de la injusticia y practiquen la limosna con los siervos de Dios según sus preceptos. Pues los que escuchan lo que Dios manda merecen ser escuchados por Dios. El bienaventurado Pablo, al ser socorrido por los hermanos en su tribulación, dijo que aquellas obras buenas eran sacrificios agradables a Dios: «Estoy provisto de todo, después de recibir a Epafrodito lo que me habéis enviado como un aroma suave, como Dios acepta con agrado» (Flp 4,18). En efecto, cuando uno tiene piedad del pobre, presta a Dios, y el que da a los más pequeños, da a Dios, hace un sacrificio espiritual a Dios, como perfume de suave olor (Cf. Prov 19,1725,40).

34) En cuanto a la frecuencia de la oración vemos que Daniel y aquellos tres jóvenes, fuertes en la fe y victoriosos en la cautividad, observaron la hora de tercia, de sexta y de nona [Cf. Dan 6,14ss.) , prefigurando el misterio de la Trinidad, que había de manifestarse en los últimos tiempos. En efecto, desde la Hora de prima hasta la hora de tercia comprende el número tres; lo mismo de la hora cuarta a la secta, y de manera semejante de la séptima a la de nona, es decir, por medio de ternas horarias se enumera a la Trinidad perfecta. Los adoradores de Dios, desde hace mucho tiempo, habían determinado simbólicamente estos intervalos de horas, y se dedicaban a la oración en esos tiempos precisos. Y después se nos reveló que había sido un signo que los justos orasen de tal manera. Ciertamente, a la hora tercia descendió sobre los discípulos el Espíritu Santo, cumpliéndose con este don la promesa del Señor (Cf. Hch 2,15ss). Asimismo, Pedro a la hora de sexta subió a la terraza de la casa, avisado por una visión y llamada de Dios, para que admitiese a todos a la gracia de la salvación (Cf. Hch 10,9ss.), ya que antes había dudado en conceder el bautismo a los gentiles. Y el Señor fue crucificado a la hora de sexta (Cf. Lc 23,44), y a la hora de nona lavó con su sangre nuestros pecados (Cf. Mc 15,34) para redimirnos y darnos la vida, consumando a esa hora su victoriosa en la Pasión.

35) Pero nosotros, además de estas horas de oración observadas desde antiguo, hemos añadidos otros momentos relacionados también con los misterios de la salvación. Porque también se ha de orar por la mañana temprano, conmemorando con esa oración matutina la resurrección del Señor. Esto ya lo señalaba el Espíritu Santo en los Salmos diciendo: «Oh, Señor, Rey mío y Dios mío, a ti dirigiré mi oración; por la mañana y me presentaré ante ti y te miraré atentamente» (Sal 5,3-5). Y en otro lugar dice el Señor por medio del profeta: «Al amanecer estarán mirando hacia Mí y diciendo: venid, volvamos al Señor nuestro Dios» (Os 5,15-6,1). Por otra parte también, a la puesta del sol, cuando acaba el día, hemos de orar de nuevo. Pues, siendo Cristo el sol y día verdaderos, cuando se oculta el sol y el día natural finaliza, oramos y pedimos que vuelva sobre nosotros la luz, es decir, Cristo, que nos trae el don de la luz eterna. Que Cristo es ese día lo pone de manifiesto el Espíritu Santo en los Salmos diciendo: «La piedra que desecharon los constructores, se ha convertido en piedra angular. Ha sido obra del Señor y es algo admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor. Exultemos y gocemos en Él» (Sal 117,22-24). Del mismo modo, que Cristo fue llamado sol, lo atestigua el profeta Malaquías cuando dice: «Pero para vosotros, que teméis el Nombre del Señor, nacerá el sol de justicia y bajo sus alas estará vuestra salvación» (Mal 4,2). Por tanto, si en las Sagradas Escrituras el sol y día verdaderos son Cristo, no queda ninguna hora del día para los cristianos en que no deban adorar a Dios, de modo que los que estamos en Cristo, es decir, en el sol y día verdaderos [Cf. Jn 1,9], durante la jornada debemos dedicarnos a la oración y a la plegaria. Y cuando la noche suceda al día, según el orden de la naturaleza, ningún daño puede tener de las tinieblas nocturnas los que oran, porque para los hijos de la luz [Cf. Jn 8,12; Tes 5,3) hasta la noche es día. ¿Cuándo faltará el sol o el día al que tiene a Cristo como sol y día?

36)  Así pues, los que estamos siempre en Cristo, es decir, en la luz, no debemos dejar de orar durante la noche. De este modo Ana perseveró en el servicio del Señor, orando y velando sin interrupción, como está escrito en el Evangelio: «No se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones» (Lc 2,37). Allá se las vean los gentiles, que todavía no han recibido la luz, o los judíos, que, habiendo abandonado la luz, quedaron en tinieblas. Nosotros, queridísimos hermanos, que estamos siempre en la luz del Señor, que tenemos presente y guardamos lo que hemos empezado a ser al recibir la gracia, consideremos la noche como el día. Hemos de entender que estamos siempre en la luz, que no nos estorben las tinieblas de las que hemos sido liberados, no pongamos obstáculos a las oraciones de la noche, ni sirvan de excusa la desidia y la pereza. Regenerados y renacidos espiritualmente por la misericordia de Dios, debemos imitar lo que hemos de ser: en aquel reino solo existirá el día sin ser interrumpido por la noche, por ello, velemos por la noche como si fuera día, y si allí hemos de orar siempre y dar gracias a Dios, no cesemos de orar y dar gracias siempre aquí.



Habiendo llegado al final, que estas enseñanzas nos ayudará en la oración. Pero no es el final, porque necesitamos aprender más del Señor nuestro Dios, lo importante que es la oración para los que hemos sido redimidos por Cristo Jesús. Y desde el principio, los interesados pueden reflexionar, especialmente con la ayuda del Espíritu Santo. 

Al Señor no le agrada las oraciones tibias ni superficiales. En la oración del Padre Nuestro cuando más atención lo practiquemos, más pura se hace la luz para comprender lo que el Señor nos pide. 

Jesucristo nuestro Señor nos pide que estemos en vela, orando. Y es que el envidioso de las tinieblas, quiere que estemos descuidados, negligentes en la oración, que no estemos pendientes de ir con Cristo, es lo que quiere el Maligno, para hacernos sufrir, porque en el mal no existe el amor. En Cristo sí, Dios es amor, pero amar a Dios debe significar rechazar el amor al mundo. El amor al mundo: sus diversiones, sus juegos, todos sus entretenimientos nos aleja de nuestra salvación.


Nosotros no estamos en este mundo para condenarnos, sino para salvarnos.


La Sagrada Biblia es un medio muy santo y piadoso para nuestra formación cristiana. La adoración al Santísimo, nuestra consagración a la Madre de Dios.

Que cosa más horrible, y lo llaman "oración", que en el momento de orar, inmediatamente destruyen esa oración, en cuánto lo interrumpe para hablar de cosas que nada tiene que ver con la fe. Se reza mal, y hay mucha amargura en el corazón. Se reza bien, y es como un trocito de cielo en la tierra.

El demonio nuestro enemigo consigue sus propios deseos, las almas durante años y años, puede orar, pero sin el poder de la fe, le entran mil dudas que no dejan crecer la fe.

No hay que rezar un poquito, sino mucho y bien, pues todos necesitamos ir alcanzando la perfección y vida de santidad.   

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