Si la oración no es ordenada, que es cuando lo hacemos en espíritu
y verdad, sería como la oración atropellada, el querer pensar más en si mismo,
que en Jesús. Y son numerosas las almas que “rezan” por cuestiones materiales,
mundanas.
La oración es ordenada, pero si el corazón no vive conforme
a la vida espiritual, enseñada por Cristo, no está orando, sino que está
diciendo unas palabras de oración por la memoria, no por el corazón.
Hay quienes dicen, “Dios escucha todas las oraciones”, y
estás convencido de ellos, pero la vida que llevan sus frutos indica la
ignorancia deliberada de la Palabra de Dios, se equivoca, y no quieren
corregirse, insisten e insisten en los mismos errores.
En las Santas Escrituras leemos que el Señor no acepta
cualquier clase de oración, ni siquiera quiere escucharlo, lo que llaman
plegaria, pueden tener la misma conducta muchos años, y aún no comienzan a
orar.
Orar con el corazón, un corazón ordenado, y Dios nos
escucha. Esto es cuando no oramos con la comunidad. Pues son muchos que quieren
hacerse notar, como diciendo cuando alza la voz: –“aquí estoy rezando, quiero
que me escuchéis”– Es mucho mejor orar en silencio para que Dios nuestro Señor
nos escuche.
Anteriormente, ya nos lo enseñaba San Cipriano
4) Las súplicas y las palabras de
los que oran deben ser mesuradas, sosegadas, respetuosas. Hemos de pensar que
estamos delante de Dios, que debemos agradarle también con nuestra compostura y
el tono de voz. Los descarados gritan cuando hablan, por el contrario, es
conforme orar modestamente. Por otra parte, el Señor con su enseñanza, nos ha
ordenado orar en secreto en lugares escondidos y alejados de los otros, en los
propios aposentos (Cf. Mt 6,6), que es lo más conveniente
para nuestra fe, porque así sabemos que Dios está presente en todo lugar, que
escucha y ve a todos, y penetra con la inmensidad de su Majestad incluso en los
lugares más ocultos y escondidos, tal como está escrito: «Yo Soy un Dios cercano y no un Dios lejano. Si un hombre se esconde en
los lugares más recónditos, ¿por qué no voy a verlo? ¿Acaso no lleno el cielo y
la tierra?» (Jer 23,23-24). Y en otro pasaje: «En todo lugar
los ojos de Dios escudriñan a los buenos y a los malos» (Prov 15,3). Cuando nos reunimos con los hermanos y
junto con el sacerdote de Dios celebramos los sacrificios divinos, hemos de
acordarnos de esta modestia y disciplina: no elevemos nuestras preces
descompasadas, ni dirijamos nuestra oración a Dios con gritos tumultuosos en
lugar de en voz baja, porque Dios escucha el corazón, no los
labios.[1] Él,
que ve los más íntimo pensamientos, no tiene necesidad del sonido para
escuchar. Lo ha dicho el
mismo Señor: «¿Por qué pensáis mal en
vuestros corazones?» (Mt 9,4). Y en otro lugar: «Y sabrán todas las Iglesias que Soy el que
escudriña los corazones y las entrañas» (Ap 2,3).
[1] Dios escucha el
corazón, cuando meditamos el Padre nuestro
con la ayuda del Espíritu Santo salimos avanzando en la fe, en la perfección y
santidad. Son muchas las personas, que cuando oran con los labios, siempre andan
distraídas, no se toman en serio cuando oran. Si tienen que interrumpir la oración, para hablar con algún otro, de cosas personales, así lo hace. Se
despreocupan completamente de su perfección y vida de santidad. Sus frutos
muestran que no tienen necesidad de recogimiento interior. Rezan tan fuerte,
como que luego para ser oídos por los demás, dentro de la Casa de Oración.
Nosotros no sabemos que es lo que hay en el corazón de los demás, solo Dios lo
sabe. Pero es enseñanza de Jesús: todo árbol se conoce por sus frutos. Y
Dios manifiesta incluso lo oculto que puede haber en el corazón humano, por sus
frutos.
Ahora pasemos a los números que se completa este tratado sobre la oración del Señor.
San Cipriano de Cartago:
Obras completas
La oración dominical, El Padre Nuestro (30-36)
Tomo I.
Biblioteca de Autores
Cristianos.
30) Oraba
el Señor y rogaba, pero no por sí mismo, pues, ¿qué tenía que pedir por Él,
que era inocente? Oraba solo por nuestros pecados, como Él mismo declara: «Mira
que Satanás ha solicitado cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti,
para que no desfallezca tu fe» (Lc 22,31-32). Y por todos los demás ha rogado al Padre diciendo:
«No ruego solo por estos, sino también por aquellos que han de creer en Mí
por medio de su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, en Mí
y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros» (Jn 17,20-21). Inmensa bondad y
piedad del Señor para nuestra salvación, pues no se contentó en redimirnos con
su Sangre, sino que, además, quiso rogar por nosotros. Ved cual era el deseo de
su oración: que así como el Padre y el Hijo son una sola cosa, también nosotros
permanezcamos en esa misma unidad, de modo que de esto puede también deducirse
la gravedad del pecado que rompe la unidad y la paz, por los cuales rogó el
Señor, pues quiere que su pueblo alcance la unidad y la paz, por los cuales
rogó el Señor, pues quiere que su pueblo alcance la vida, sabiendo que no tiene
lugar en el Reino de Dios la discordia.
31) Así
pues, queridísimos hermanos, cuando nos disponemos a otra, debemos estar
vigilantes y entregarnos a la oración con toda el alma. Todo pensamiento
carnal y mundano debe ser abandonado y el alma no ha de pensar en otra cosa
sino en aquello que se pide. Por eso el sacerdote prepara el ánimo de los
hermanos antes de la oración con un prefacio diciendo: Levantemos el
corazón, para que el pueblo respondiendo: Lo tenemos levantado
hacia el Señor, quede advertido que no debe pensar en otra cosa más
que el Señor. Cerremos entonces, el corazón al enemigo y quede sólo abierto
para el Señor. No permitamos que tenga cabida en él durante la oración el
adversario de Dios, pues muchas veces este se desliza y penetra y, engañándonos
sutilmente, aparta de Dios nuestras oraciones, de tal modo que tenemos una cosa
en nuestro corazón y otra en nuestra boca, cuando, por el contrario, deben orar
a Dios con sincera intención no solo las palabras, sino también el espíritu y
los sentimientos. ¡Qué desidia dejarse dominar y distraer por pensamientos
frívolos y profanos cuando estás orando al Señor, como si fuera una cosa
distinta lo que piensas de lo que hablas con Dios! ¿Cómo puedes pedir a Dios
que te escuche si no te escuchas a ti mismo? ¿Cómo quiere que el Señor se
acuerde de ti cuando rezas, si tú no te acuerdas de ti mismo? Esto es estar en
absoluto precavido contra el enemigo; esto es ofender la Majestad de Dios con
negligencia en la oración; esto o es otra cosa que velar con los ojos y tener
dormido el corazón, cuando el cristiano debe velar con el corazón, incluso
cuando duerme con los ojos, tal como está escrito en el Cantar de los
Cantares de la esposa, que representa a la Iglesia: «Yo duermo,
pero mi corazón vela» (Can 5,2). Por ello el apóstol nos previene con solicitud y
prudencia diciendo: «Sed perseverantes en la oración, velando en ella»
(Col 4,2). Así nos da a entender
que solo se alcanza de Dios lo que piden aquellos a los que Dios ve que están
velando en la oración.
32) Los que oran no pueden presentarse a Dios con
plegarias estériles, sin fruto, sin preparación. La
oración no tiene efecto cuando
se ruega a Dios con oraciones sin obras. Así como el árbol que no da fruto es
cortado y echado al fuego (Mt 3,10), del mismo modo las palabras sin el fruto de las
obras, es decir, no fecunda en obras buenas, no pueden merecer aprobación de
Dios. Por ello la Sagrada Escritura diciendo: «Buena es la oración con el
ayuno y la limosna» (Hch 10,4). En efecto, el mismo que en el día del juicio dará
el premio por las buenas obras y las limosnas, es el que ahora escucha
benignamente al que acude a la oración con buenas obras. Por eso, finalmente,
el centurión Cornelio, cuando oraba, mereció ser escuchado, porque era un
hombre que daba muchas limosnas al pueblo, al mismo tiempo que oraba
continuamente a Dios. Hacia la hora de nona, mientras estaba en oración, se le
presentó un ángel, dándole testimonio de sus buenas obras y diciéndole: «Cornelio,
tus oraciones y limosnas han subido hasta la presencia de Dios, que las tiene
presente» (Hch 10,4).
33 Suben
inmediatamente al Señor las oraciones acreditadas por los méritos de nuestras
obras. Así lo testimonió el ángel Rafael a
Tobías, que oraba constantemente bien, diciéndolo:
«Es bueno revelar y reconocer las obras de Dios. Cuando tú y Sara orabais,
yo presentaba el memorial de vuestra oración ante la Majestad de Dios; y lo
mismo cuando enterrabas a los muertos piadosamente. Y cuando no dudaste en
levantarte de la mesa y dejar tu comida para ir a enterrar a un muerto,
entonces yo fue enviado para probarte; y de nuevo Dios me ha enviado a ti para
curarte y a tu nuera Sara. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles justos, que
estamos presentes y permanecemos ante la Majestad divina» (Tob 12,1-15). También por medio de
Isaías nos enseña y previene el Señor diciendo: «Desata todos los nudos de
injusticia, deshace las coyundas de los negocios abusivos; deja en libertad a
los oprimidos para que descansen, y destruye todo recibo injusto; parte tu pan
con el hambriento y recibe en tu casa a los pobres sin techo; si ves a un
desnudo, vístelo y no desprecies a tus semejantes. Entonces clamarás y Dios te
escuchará, y no habrás acabado de hablar, cuando te dirá: Aquí estoy »
(Is 58,6-9). Dios promete estar
presente y dice que escuchará y protegerá a los que desaten de su corazón los
nudos de la injusticia y practiquen la limosna con los siervos de Dios según
sus preceptos. Pues los que escuchan lo que Dios manda merecen ser escuchados
por Dios. El bienaventurado Pablo, al ser socorrido por los hermanos en su
tribulación, dijo que aquellas obras buenas eran sacrificios agradables a Dios:
«Estoy provisto de todo, después de recibir a Epafrodito lo que me habéis
enviado como un aroma suave, como Dios acepta con agrado» (Flp 4,18). En efecto, cuando uno
tiene piedad del pobre, presta a Dios, y el que da a los más pequeños, da a
Dios, hace un sacrificio espiritual a Dios, como perfume de suave olor (Cf.
Prov 19,17; 25,40).
34) En
cuanto a la frecuencia de la oración vemos que Daniel y aquellos tres jóvenes,
fuertes en la fe y victoriosos en la cautividad, observaron la hora de tercia,
de sexta y de nona [Cf. Dan 6,14ss.) , prefigurando el misterio de la Trinidad, que
había de manifestarse en los últimos tiempos. En efecto, desde la Hora de prima
hasta la hora de tercia comprende el número tres; lo mismo de la hora cuarta a
la secta, y de manera semejante de la séptima a la de nona, es decir, por medio
de ternas horarias se enumera a la Trinidad perfecta. Los adoradores de Dios,
desde hace mucho tiempo, habían determinado simbólicamente estos intervalos de
horas, y se dedicaban a la oración en esos tiempos precisos. Y después se nos
reveló que había sido un signo que los justos orasen de tal manera.
Ciertamente, a la hora tercia descendió sobre los discípulos el Espíritu Santo,
cumpliéndose con este don la promesa del Señor (Cf. Hch 2,15ss). Asimismo, Pedro a
la hora de sexta subió a la terraza de la casa, avisado por una visión y
llamada de Dios, para que admitiese a todos a la gracia de la salvación (Cf.
Hch 10,9ss.), ya que antes había
dudado en conceder el bautismo a los gentiles. Y el Señor fue crucificado a la
hora de sexta (Cf. Lc 23,44), y a la hora de nona lavó con su sangre nuestros
pecados (Cf. Mc 15,34) para redimirnos y
darnos la vida, consumando a esa hora su victoriosa en la Pasión.
35) Pero
nosotros, además de estas horas de oración observadas desde antiguo, hemos
añadidos otros momentos relacionados también con los misterios de la salvación.
Porque también se ha de orar por la mañana temprano, conmemorando con esa
oración matutina la resurrección del Señor. Esto ya lo señalaba el Espíritu
Santo en los Salmos diciendo: «Oh, Señor, Rey mío y Dios mío, a ti dirigiré
mi oración; por la mañana y me presentaré ante ti y te miraré atentamente» (Sal 5,3-5). Y en otro lugar dice
el Señor por medio del profeta: «Al amanecer estarán mirando hacia Mí y
diciendo: venid, volvamos al Señor nuestro Dios» (Os 5,15-6,1). Por otra parte
también, a la puesta del sol, cuando acaba el día, hemos de orar de nuevo.
Pues, siendo Cristo el sol y día verdaderos, cuando se oculta el sol y el día
natural finaliza, oramos y pedimos que vuelva sobre nosotros la luz, es decir,
Cristo, que nos trae el don de la luz eterna. Que Cristo es ese día lo pone de
manifiesto el Espíritu Santo en los Salmos diciendo: «La piedra que
desecharon los constructores, se ha convertido en piedra angular. Ha sido obra
del Señor y es algo admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el
Señor. Exultemos y gocemos en Él» (Sal 117,22-24). Del mismo modo, que Cristo fue llamado sol, lo
atestigua el profeta Malaquías cuando dice: «Pero para vosotros, que teméis
el Nombre del Señor, nacerá el sol de justicia y bajo sus alas estará vuestra
salvación» (Mal 4,2). Por tanto, si en las
Sagradas Escrituras el sol y día verdaderos son Cristo, no queda ninguna hora
del día para los cristianos en que no deban adorar a Dios, de modo que los que
estamos en Cristo, es decir, en el sol y día verdaderos [Cf. Jn 1,9], durante la jornada
debemos dedicarnos a la oración y a la plegaria. Y cuando la noche suceda al
día, según el orden de la naturaleza, ningún daño puede tener de las tinieblas
nocturnas los que oran, porque para los hijos de la luz [Cf. Jn 8,12; Tes 5,3) hasta la noche es día.
¿Cuándo faltará el sol o el día al que tiene a Cristo como sol y día?
36) Así
pues, los que estamos siempre en Cristo, es decir, en la luz, no debemos dejar
de orar durante la noche. De este modo Ana perseveró en el servicio del Señor,
orando y velando sin interrupción, como está escrito en el Evangelio: «No se
apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones»
(Lc 2,37). Allá se las vean los
gentiles, que todavía no han recibido la luz, o los judíos, que, habiendo
abandonado la luz, quedaron en tinieblas. Nosotros, queridísimos hermanos, que
estamos siempre en la luz del Señor, que tenemos presente y guardamos lo que
hemos empezado a ser al recibir la gracia, consideremos la noche como el día.
Hemos de entender que estamos siempre en la luz, que no nos estorben las
tinieblas de las que hemos sido liberados, no pongamos obstáculos a las
oraciones de la noche, ni sirvan de excusa la desidia y la pereza. Regenerados
y renacidos espiritualmente por la misericordia de Dios, debemos imitar lo que
hemos de ser: en aquel reino solo existirá el día sin ser interrumpido por la
noche, por ello, velemos por la noche como si fuera día, y si allí
hemos de orar siempre y dar gracias a Dios, no cesemos de orar y dar gracias
siempre aquí.
Habiendo llegado al final, que estas
enseñanzas nos ayudará en la oración. Pero no es el final, porque necesitamos aprender más del Señor nuestro Dios, lo importante que es la oración para los que hemos sido redimidos por Cristo Jesús. Y desde el principio, los interesados pueden reflexionar, especialmente con la ayuda del Espíritu Santo.
Al Señor no le agrada las oraciones tibias ni superficiales.
En la oración del Padre Nuestro cuando más atención lo practiquemos, más pura
se hace la luz para comprender lo que el Señor nos pide.
Jesucristo nuestro Señor nos pide que
estemos en vela, orando. Y es que el envidioso de las tinieblas, quiere que
estemos descuidados, negligentes en la oración, que no estemos pendientes de ir
con Cristo, es lo que quiere el Maligno, para hacernos sufrir, porque en el mal
no existe el amor. En Cristo sí, Dios es amor, pero amar a Dios debe significar
rechazar el amor al mundo. El amor al mundo: sus diversiones, sus juegos, todos
sus entretenimientos nos aleja de nuestra salvación.
Nosotros no estamos en este mundo para condenarnos, sino para salvarnos.
La Sagrada Biblia es un medio muy santo y piadoso para nuestra formación
cristiana. La adoración al Santísimo, nuestra consagración a la Madre de Dios.
Que cosa más horrible, y lo llaman
"oración", que en el momento de orar, inmediatamente destruyen esa
oración, en cuánto lo interrumpe para hablar de cosas que nada tiene que ver
con la fe. Se reza mal, y hay mucha amargura en el corazón. Se reza bien, y es
como un trocito de cielo en la tierra.
El demonio nuestro enemigo consigue sus
propios deseos, las almas durante años y años, puede orar, pero sin el poder de
la fe, le entran mil dudas que no dejan crecer la fe.
No hay que rezar un poquito, sino mucho y
bien, pues todos necesitamos ir alcanzando la perfección y vida de santidad.
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