miércoles, 4 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (4-6)

Toda oración necesitamos que sea serena, tranquila, no con prisas, no con deseos de terminar el Padre Nuestro u otra oración aprobada por la Santa Madre Iglesia Católica. Pero el Padre nuestro es muy especial, ya que el Hijo de Dios nos lo ha enseñado, es Dios encarnado, que vino del cielo para enseñarnos el camino de la salvación.

Una oración apresurada, inquieta, no nos ayuda a superar las adversidades, siempre estaremos preocupados, es porque el corazón está cerrado a la fe y a la confianza en Jesús. Necesitamos negarnos absolutamente todo como nos pide el Señor. 

Antes de orar, debo pensar: "¿tengo resentimientos o una cuenta pendiente contra mi prójimo?", ¿Tengo malos deseos, venganzas, resentimientos, amargura, inclinaciones terrenales...? Haciéndonos un examen de conciencia, para limpiar nuestro corazón, y ser verdaderamente templos vivos para Dios. 


Que interesante enseñanza de San Cipriano: "Dios escucha el corazón, no los labios", la oración con el corazón. San Francisco de Asís, fue un alma contemplativa, pues, aunque ayudando a las almas, no se apartaba de la contemplación con el Señor. 

¿Soy de los que se pasan los años orando, pero sin tomarme en serio lo que el Señor quiere de mí? ¿Se puede orar delante del sagrario, al mismo tiempo que el alma mira atrás, a la puerta a ver quien entra y sale? ¿Estoy pendiente del teléfono móvil y no lo apago?

El excesivo activismo, lo veo yo como un enemigo muy tramposo, que disipa sin que apenas podamos darnos cuenta, de la oración. El activismo nos hace preocupar por muchas cosas y nunca damos descanso a nuestra vida espiritual. 

Son admirables esos cristianos, cuando después de largas tareas, de tiempo en tiempo se dedican a la adoración al Señor, orando con el silencio de sus labios para ser oídos por el Señor, en la serenidad del corazón orante. 

Suele haber personas en la iglesia, en los momentos de silencio, y en silencio hay más de uno que ora al Señor, pero hay otros “orantes”, al rezar en voz alta para ser oídos, pero cuando alguna persona conocida le habla, enseguida interrumpe la oración. Cuando no se valora la oración en silencio, el alma no está orando. Pensando en mil cosas, nada hacen para perfeccionarse.  


Tampoco el chichisbeo forma parte de la oración, al Señor le desagrada el ruido de la forma que sea, lo sabemos gracias a la Palabra de Dios, la Sagrada Biblia. Los santos y santas perfeccionaron la oración, gracias al gran interés que tuvieron por estudiar la Palabra de Dios, se corregían de sus imperfecciones, porque no eran para nada perezosos ni inútiles. Buscaban y trabajaban por la Gloria de Dios. 

Si el alma no se decide por propia iniciativa orar con sinceridad y el silencio de su corazón, para que solo Dios se complazca en sus oraciones, que es el modo en que se aprende a ordenar toda su vida conforme a los intereses de Jesús nuestro Señor, pues de otro modo, si alguien le dice, debe aprender a orar en espíritu y verdad, no lo aceptan y eso que es una enseñanza de Dios hecho hombre para salvarnos. No hacen caso. 

Cuando oramos suplicamos al Señor que nos ayude a perfeccionarnos, a vernos a nosotros mismos, que hay de malo para enseguida arrepentirnos y expulsar la iniquidad que se ha metido en nuestra vida y que no deseamos volver al vómito del pecado, de la vida torpe y desordenada.



El Señor dice: «Pues que este pueblo se me acerca solo de palabra, y me honra solo con los labios; muestras que su corazón está lejos de mí» (Isaías 29,13).

San Marcos 7,6-8
Bien profetizó Isaías de vosotros, los hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí. 7 Inútilmente me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos. 8 Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres.


Aprender de memoria oraciones, pero sin los nobles sentimientos del corazón, sino con la tibieza, no le agrada al Señor, sino que le ofende.  


 La Palabra de Dios nos enseña que el Señor no acepta cualquier forma de oración. La oración es camino de salvación, pero muchos convierten sus oraciones en pecado. Y esto no le agrada al Señor. Si escuchamos al Señor, el Espíritu Santo nos ayuda mucho, siempre en que nuestra vida se ordene según Dios Padre. 

Obras completas de San Cipriano de Cartago, Tomo I
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2013



4.  Las súplicas y las palabras de los que oran deben ser mesuradas, sosegadas, respetuosas. Hemos de pensar que estamos delante de Dios, que debemos agradarle también con nuestra compostura y el tono de voz. Los descarados gritan cuando hablan, por el contrario, es conforme orar modestamente. Por otra parte, el Señor con su enseñanza, nos a ordenado orar en secreto en lugares escondidos y alejados de los otros, en los propios aposentos (Cf. Mt 6,6), que es lo más conveniente para nuestra fe, porque así sabemos que Dios está presente en todo lugar, que escucha y ve a todos, y penetra con la inmensidad de su Majestad incluso en los lugares más ocultos y escondidos, tal como está escrito: «Yo Soy un Dios cercano y no un Dios lejano. Si un hombre se esconde en los lugares más recónditos, ¿por qué no voy a verlo? ¿Acaso no lleno el cielo y la tierra?» (Jer 23,23-24). Y en otro pasaje: «En todo lugar los ojos de Dios escudriñan a los buenos y a los malos» (Prov 15,3). Cuando nos reunimos con los hermanos y junto con el sacerdote de Dios celebramos los sacrificios divinos, hemos de acordarnos de esta modestia y disciplina: no elevemos nuestras preces descompasadas, ni dirijamos nuestra oración a Dios con gritos tumultuosos en lugar de en voz baja, porque Dios escucha el corazón, no los labios. Él, que ve los más íntimo pensamientos, no tiene necesidad del sonido para escuchar. Lo ha dicho el mismo Señor: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?» (Mt 9,4). Y en otro lugar: «Y sabrán todas las Iglesias que Soy el que escudriña los corazones y las entrañas» (Ap 2,3).

5.  En el primer libro de los Reyes, Ana, figura de la Iglesia, se comportaba de este modo, no rogaba a Dios en voz alta, sino en silencio y con modestia, en el interior de su corazón. Decía en el silencio una oración escondida, pero su fe era evidente; hablaba con el corazón más que con la boca, porque sabía que de este modo el Señor la escuchaba, y obtuvo eficazmente cuanto pidió, porque lo hizo con fe. Dice, en efecto, la divina Escritura: «Hablaba en su corazón; se movían sus labios y no se oía su voz, pero el Señor la escuchó» (1º Samuel 4,5). E igualmente leemos en los Salmos: «Hablad en vuestros corazones y arrepentíos en vuestros aposentos» (Sal 4,5). Además, el Espíritu Santo por boca de Jeremías nos sugiere y enseña lo mismo cuando dice: «En el corazón, sin embargo, solo a ti se te debe adorar al Señor» (Bar 6,5; Jer 5,6).

6.  El que adora, amadísimos hermanos, no debe olvidar como oraba en el templo el publicano junto al fariseo. Aquel sin alzar descaradamente los ojos al cielo y sin levantar con insolencia las manos, golpeándose el pecho y confesando sus pecados interiormente, imploraba el auxilio de la Divina Misericordia; el fariseo, en cambio, se complacía en sus obras. El publicano orando así y sin esperar salvarse confiando en su inocencia, porque ninguno es inocente, mereció ser justificado. Confesó sus pecados y oró humildemente, y esta oración fue escuchada por el que perdona a los humildes (Cf. Is 66,2; 1Pe 5,5¸Prov 3,34). Esto lo confirma el Señor cuando nos dice en el Evangelio: «Dos hombres subieron al templo a orar, uno fariseo y otro publicano. El fariseo puesto en pie, oraba en su interior de este modo: “Oh, Dios, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres, injustos, ladrones, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todo lo que poseo”. El publicano, en cambio, manteniéndose a distancia, no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador».  Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquel no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.» (Lc 18,10-14)


Para finalizar por hoy, añado esta segunda reflexión.
La pureza de la oración

Siempre caeremos en pecado mientras oremos según nuestra medida personal, nunca adelantemos, sino que sin apenas nos demos cuenta nos hundiremos más en la suciedad de la tibieza.

«Los demonios tienen una extrema aversión a la oración pura. Lo que los aterroriza no es la multitud de los bienes, como los efectivos del enemigo pueden aterrorizar a un ejército. No, es el recuerdo y la armonía de los tres: intelecto y razón, razón y sentidos.» (La Filocalía de la Oración de Jesús; Elías el Ecdicos o El Canonista, núm. 175, pág. 127. Apostolado de la Oración, Sevilla.)


Insistir en la oración es fortalecernos, la gracia de Dios es nuestra fortaleza. La vida sin oración es un caos, es como dejar la puerta abierta de la casa, y dejar que todos los animales lo llenen de sus inmundicias.

Un ejemplo de lo que le puede suceder cuando al alma deja la oración. En ciudades incluso en los campos suelen haber casas, en un tiempo había habitantes en esas viviendas. Supongamos que esa vivienda y sus habitantes fuesen uno, llegó que un día tuvieron que irse, dejando la vivienda en el lugar solitario, se fueron a vivir a otra parte, no eran precisamente personas responsables, y dejaron las puertas abiertas, sin seguridad los hijos de las tinieblas entraron y la ocuparon, la suciedad y la inmundicia era cada vez más, hasta que un día, los responsables de algún ayuntamiento, el mejor modo que era para quitar aquellas inmundicias era primero derribar y luego según el lugar desinfectar. El alma que abandona la oración contemplativa para dedicarse a cuestiones mundanas, es como aquella casa, aquel edificio, en que las bestias, los espíritus infernales, toman posesión de esa alma, y la incapacita totalmente para la vida de oración. Muchas infelices almas, se hacen apostata, porque su oración no era pura a los ojos de Dios, o se abandona el pecado, cuando la oración es pura y sincera, o cuando solamente se ora por las apariencias, termina por perder la fe y cometer apostasía.

Dos señoras, testigos de Jehová hará como tres años, que me dijo, que había abandonado la Iglesia Católica, pero no quiso creer cuando le respondí, que cuando un alma ora el Santo Rosario con verdadera devoción, es imposible que renuncie a la Iglesia Santa de Dios.

El Señor sabe quién ora con sinceridad y quien no lo hace, y precisamente cuando esas almas intentan engañar a Dios, terminan en la apostasía. El alma del apostata es como aquella casa que abandonó el orden y la pureza de la oración, se alegró el enemigo infernal, ya no estaba en gracia de Dios, la soberbia, la falta de caridad, las murmuraciones, fueron causas en que le apartaron del camino de la salvación.

Cuando un alma reza negligentemente, no está poniendo todo su corazón en la oración, pues el demonio no siente preocupación ninguna; por el contrario, cuando el alma se toma muy en serio el verdadero sentido de la oración, el enemigo de las almas siente angustias y miedo, porque no puede hacer nada, pero lo que se dice nada, cuando el alma se identifica plenamente con Cristo. El alma de verdadera oración se hace uno con Cristo y para gloria de Dios.

Cuando mejor hacemos nuestra oración, ya había referido, pero es conveniente recordarlo, nuestras tentaciones no nos afectan. Cuando hacemos mal la oración, nuestras tentaciones nos causa malas pasadas. Necesitamos, pues, la perseverancia para orar en la contemplación.

Continuará, si Dios quiere

No hay comentarios:

Publicar un comentario