viernes, 13 de marzo de 2020

La Sagrada Comunión, en la boca y de rodillas.

Actualmente hay desacuerdos, en que es necesario recibir la comunión de pie y en la mano, en contra de la verdadera piedad y santidad, cuando al recibir a Jesús, es preferible recibirle en nuestra lengua, en la boca y arrodillados. Se llegan a encolerizar esas personas porque no aceptan ese error de comulgar de pie y en la mano.

Es que no puede haber motivo para discutir, pues no le agrada al Señor.

Dicen, los que no se arrodillan ante el Señor, que es tan digno, legítimo, como el que comulga de rodillas y en la boca. Pero esto son opiniones personales, que no tienen fundamentos en la verdadera piedad. Dicen también, que la Iglesia lo permite, y eso que no se han dedicado a profundizar en la verdad.

Muchos tienen vergüenza de arrodillarse ante Jesús, por el que dirá. Pues es necesario tener fe, hacer mucha oración.

Durante cierto tiempo, cuando iba a misa cada domingo, recibía la Sagrada Comunión, pero de pie, aunque jamás extendí la mano. No era de vida religiosa, sin mundano, tibio, miserable, despreciable, merecedor del castigo más riguroso del Señor. Pero todo cambió, el Señor se apiadó de mí, cuando vino el Papa Juan Pablo II a España. Estaba yo en oscuras tinieblas, viendo la televisión, y cuando comencé a oír las palabras de Juan Pablo II, cuando le vi en la televisión, toda aquella oscuridad se desvaneció. Todavía era tibio, comulgaba de pie, pero la bondad del Señor que me iba corrigiendo, educando, comprendí, que no eran las personas, pues en la iglesia, cuando comulgaban, no se arrodillaban nadie, y contra todo respeto humano, comencé a arrodillarme. Si anteriormente, desde mi niñez, estaba convencido de que Jesús en la Sagrada Forma, a partir de ese momento, como si mi Ángel de la Guarda, se arrodillaba ante el Señor, ante el Hijo de Dios, y Dios mismo. ¿Por qué no iba a hacer yo lo mismo? Y más aún cuando lo tomo en la boca, el Señor llena mi vida. Merecedor de castigo eterno merecería yo, si sabiendo que Jesús es Dios, no me arrodillase para recibirle. Sería un maldito entre los malditos del infierno y olvidado de Dios para toda la eternidad.

Pero creo en el Señor. Me duele en cambio, cuando hay sacerdotes que no dan importancia ante el gran misterio de la Eucaristía. Dolor y lágrima he tenido, cuando he visto a Jesús tirado por los suelos, debajo de un banco, pisoteado por tantas almas que no aman a Jesús.

¿Es legítimo las dos maneras de comulgar, los que lo hacen de rodillas y en la boca, y aquellos que permanecen de pie y lo coge con la mano?

En más de una ocasión, por algún video, se ha visto que quien lo coge con la mano, sin tomárselo, unas veces lo guardan en el bolsillo, otras veces, como una niña después de tenerlo en la mano, se marcha, pero de pronto, el sacerdote que se había dado cuenta, llamó la atención a aquella niña.

Otras veces, estando un servidor en la fila de los comulgantes, veo que delante de mí, una persona, saluda a otras, luego toma la comunión con la mano, y saluda a otros dándole la mano. ¡Cuántas partículas consagradas terminan por los suelos!

Y todavía hay quienes se empeñan que tienen la misma dignidad de comulgar de las dos formas. Que unas veces, lo hacen de rodillas y en la boca, y otras de pie y en la mano, esto es la misma persona. O sea, es una indiferencia inmensa. Una ofensa, burla a Dios. Eso no tiene que ver con el amor a Dios.

Recibir a Jesús de pie, tiene sus riesgos, el más peligroso, es perder la fe y no reconocerlo, el corazón se endurece. No hemos recibido de la Tradición, "recibid a Jesús según como os parezca". Con este desorden el alma se aleja de su salvación eterna. 

Algunos han acusado al Papa Benedicto XVI, que da la comunión de pie, pero no era por deseo del Pontífice Romano, que siendo por aquella época, junto con San Juan Pablo II, poner fin a los muchos abusos. Y aquellas personas que se atrevieron a permanecer de pie, para comulgar, y poniendo la mano, no era por humildad, sino por soberbia. Posiblemente eran enemigos de Cristo. Pues esto es lo que sucede cuando no se reconoce el Señor como merecedor de todo nuestro amor y devoción. 

¿Por qué hay cristianos que se arrodillan ante el Señor para recibirle en la boca? Precisamente porque creen con el corazón, porque le ama y le adora. Porque sabe muy bien, que Jesús ha venido a salvarnos, que confiamos plenamente en Él, y no nos abandona. Porque el que ama mucho, por el Señor hace sacrificios, y crece en la fe. 


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Se sentía más cómodo el Santo Padre Benedicto, cuando los comulgantes se arrodillaban con devoción, con respeto. Y además, la importancia de la bandeja de la Comunión. 




De esta obra de Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, he recogido estos textos. 

• Finalmente es esencial arrodillarse, como actitud corporal de adoración, en la que seguimos estando preparados, dispuesto, disponible, pero a la vez nos inclinamos ante la grandeza del Dios vivo y de su Nombre. Jesucristo mismo, según el relato de San Lucas, durante las últimas horas antes de su pasión, oró de rodillas en el huerto de los olivos (Lc 22,41). Esteban cayó de rodillas, cuando antes de su martirio vio el cielo abierto y a Cristo de pie (Hechos 7, 60). Ante Él, el que está de pie, Esteban se arrodilla. Pedro rezó arrodillado para suplicar a Dios la resurrección de Tabita (Hechos 9,40). Pablo, después de su gran discurso, rezó con ellos arrodillándose (Hechos 20, 36). Con gran profundidad se expresa el himno cristológico de la carta a los filipenses (Flp 2, 6-11), que traslada a Jesucristo la promesa de Isaías del homenaje universal de rodillas ante el Dios de Israel: Jesús es Aquel ante «cuyo nombre toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo» (Flp 2,10). De este texto se desprende no solo el hecho de que la primitiva Iglesia se arrodillaba ante Jesucristo, sino también el motivo: ella le rinde homenaje públicamente a Él, al Crucificado, como Señor del mundo, en el que se ha cumplido la promesa del dominio del mundo por el Dios de Israel. Con ello da testimonio frente a los judíos en que la ley y los Profetas hablan de Jesús cuando se refieren al «Nombre» de Dios, y frente a las pretensiones totalitarias de la política, deja sometido el culto imperial a la nueva soberanía universal establecida por Jesús, que pone sus límites al poder político. En resumen, expresa su sí a la divinidad de Jesús; nos arrodillamos con sus testigos –desde Esteban, Pedro y Pablo– ante Jesús y esto es una expresión de fe para ella irrenunciable desde el principio, como testimonio visible en este mundo de su relación con Dios y con Cristo. Ese arrodillarse es la expresión corporal de su sí a la presencia real de Jesucristo, que, como Dios y hombre, con cuerpo y alma, con carne y sangre está presente entre nosotros. (Obras completas de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Tomo XI, IV, Teología de la Liturgia. la Eucaristía, centro de la Iglesia. Páginas 263-264. Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2012)

De las obras completas de Joseph Ratzinger, XI
Teología de la Liturgia
Págs. 364 y siguiente
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC

Arrodillarse ante el Señor
«Finalmente tenemos el arrodillarse ante el Señor: la adoración ha estado siempre, por su propia esencia, incluida en la Eucaristía, porque el mismo Señor está presente en ella. Aunque solo se desarrolló de esta magnifica forma en la Edad Media, tal desarrollo no constituye una mutación o un alejamiento, no es otra cosa que sacar a la luz aquello que estaba ahí. En efecto, si el Señor se nos da, recibirlo solo se puede consistir, al mismo tiempo, en inclinarse ante Él, en glorificarlo, en adorarlo. Tampoco hoy está en contra de la dignidad, de la libertad y de la grandeza del hombre doblar la rodilla, vivir en obediencia ante Él, adorarlo y glorificarlo. Pues si lo negamos para no tener que adorarlo solo nos queda el imperativo de la materia. Entonces carecemos realmente de libertad, somos solo una mota de polvo, que, arrasada en el giro del gran molino del universo, trata en vano su propia libertad. Sólo si Él es el Creador se sigue que la libertad es el fundamento de todas las cosas y que podemos ser libres. Al inclinarse ante Él, nuestra libertad no queda suprimida, sino que es verdaderamente asumida y hecha definitiva. Pero en este día del Corpus hay algo más que viene a agregarse a lo dicho. Aquel a quien adoramos –ya lo he dicho antes–, no es un poder lejano. Él mismo se ha hincado ante nosotros para lavarnos nuestros pies. Eso da a nuestra adoración su aire de soltura, de esperanza y de alegría, porque nos inclinamos ante aquel que a su vez se ha inclinado, y porque nos inclinamos en el amor que no esclaviza sino que transforma. Así queremos pedir al Señor que nos regale ese reconocimiento y esa alegría, y que ella se irradie desde este día a nuestra tierra y a nuestra vida cotidiana. »

También podemos encontrar en la web del Vaticano:

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
DEL SUMO PONTÍFICE

Los signos externos de devoción por parte de los fieles

• Finalmente queremos destacar el arrodillarse en la consagración[19] y, donde se conserva este uso desde el Sanctus hasta el final de la Plegaria eucarística[20], o al recibir la sagrada Comunión[21]. Son signos fuertes que manifiestan la conciencia de estar ante Alguien particular. Es Cristo, el Hijo de Dios vivo, y ante él caemos de rodillas[22]. En el arrodillarse el significado espiritual y corporal forman una unidad pues el gesto corporal implica un significado espiritual y, viceversa, el acto espiritual exige una manifestación, una traducción externa. Arrodillarse ante Dios no es algo “no moderno”, sino que corresponde a la verdad de nuestro mismo ser[23]. “Quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse, y una fe, o una liturgia que desconociese el arrodillarse, estaría enferma en uno de sus puntos capitales. Donde este gesto se ha perdido, se debe aprender de nuevo, para que nuestra oración permanezca en la comunión de los Apóstoles y los mártires, en la comunión de todo el cosmos, en la unidad con Jesucristo mismo” [24].

Notas:
[19] Cfr. IGMR, n. 43; J. Jungmann, Missarum sollemnia 2, Ed. anastatica, Milano 2004, pp. 162-164.

[20] Cfr. IGMR, n. 43.

[21] Cfr. IGMR, n. 160; J. Jungmann, Missarum sollemnia, 2, p. 283.

[22] Cfr. Benedicto XVI, Luce del mondo, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2010, pp. 219-220.

[23] Cfr. J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia della liturgia, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2010, pp. 175-183.194-195, 558-559.

[24] J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia della liturgia, p. 183.



Ir aquí para leer el documento completo: 



Si Dios quiere, iré compartiendo más reflexiones sobre este tema. 



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