Actualmente hay desacuerdos, en que es necesario recibir la
comunión de pie y en la mano, en contra de la verdadera piedad y santidad, cuando
al recibir a Jesús, es preferible recibirle en nuestra lengua, en la boca y arrodillados.
Se llegan a encolerizar esas personas porque no aceptan ese error de comulgar
de pie y en la mano.
Es que no puede haber motivo para discutir, pues no le
agrada al Señor.
Dicen, los que no se arrodillan ante el Señor, que es tan
digno, legítimo, como el que comulga de rodillas y en la boca. Pero esto son
opiniones personales, que no tienen fundamentos en la verdadera piedad. Dicen
también, que la Iglesia lo permite, y eso que no se han dedicado a profundizar
en la verdad.
Muchos tienen vergüenza de arrodillarse ante Jesús, por el que
dirá. Pues es necesario tener fe, hacer mucha oración.
Durante cierto tiempo, cuando iba a misa cada domingo,
recibía la Sagrada Comunión, pero de pie, aunque jamás extendí la mano. No era
de vida religiosa, sin mundano, tibio, miserable, despreciable, merecedor del castigo
más riguroso del Señor. Pero todo cambió, el Señor se apiadó de mí, cuando vino
el Papa Juan Pablo II a España. Estaba yo en oscuras tinieblas, viendo la
televisión, y cuando comencé a oír las palabras de Juan Pablo II, cuando le vi en
la televisión, toda aquella oscuridad se desvaneció. Todavía era tibio, comulgaba
de pie, pero la bondad del Señor que me iba corrigiendo, educando, comprendí,
que no eran las personas, pues en la iglesia, cuando comulgaban, no se
arrodillaban nadie, y contra todo respeto humano, comencé a arrodillarme. Si
anteriormente, desde mi niñez, estaba convencido de que Jesús en la Sagrada
Forma, a partir de ese momento, como si mi Ángel de la Guarda, se arrodillaba
ante el Señor, ante el Hijo de Dios, y Dios mismo. ¿Por qué no iba a hacer yo
lo mismo? Y más aún cuando lo tomo en la boca, el Señor llena mi vida. Merecedor
de castigo eterno merecería yo, si sabiendo que Jesús es Dios, no me
arrodillase para recibirle. Sería un maldito entre los malditos del infierno y
olvidado de Dios para toda la eternidad.
Pero creo en el Señor. Me duele en cambio, cuando hay
sacerdotes que no dan importancia ante el gran misterio de la Eucaristía. Dolor
y lágrima he tenido, cuando he visto a Jesús tirado por los suelos, debajo de
un banco, pisoteado por tantas almas que no aman a Jesús.
¿Es legítimo las dos maneras de comulgar, los que lo hacen
de rodillas y en la boca, y aquellos que permanecen de pie y lo coge con la
mano?
En más de una ocasión, por algún video, se ha visto que
quien lo coge con la mano, sin tomárselo, unas veces lo guardan en el bolsillo,
otras veces, como una niña después de tenerlo en la mano, se marcha, pero de
pronto, el sacerdote que se había dado cuenta, llamó la atención a aquella niña.
Otras veces, estando un servidor en la fila de los
comulgantes, veo que delante de mí, una persona, saluda a otras, luego toma la
comunión con la mano, y saluda a otros dándole la mano. ¡Cuántas partículas
consagradas terminan por los suelos!
Y todavía hay quienes se empeñan que tienen la misma dignidad
de comulgar de las dos formas. Que unas veces, lo hacen de rodillas y en la
boca, y otras de pie y en la mano, esto es la misma persona. O sea, es una indiferencia
inmensa. Una ofensa, burla a Dios. Eso no tiene que ver con el amor a Dios.
Recibir a Jesús de pie, tiene sus riesgos, el más peligroso, es perder la fe y no reconocerlo, el corazón se endurece. No hemos recibido de la Tradición, "recibid a Jesús según como os parezca". Con este desorden el alma se aleja de su salvación eterna.
Algunos han acusado al Papa Benedicto XVI, que da la comunión de pie, pero no era por deseo del Pontífice Romano, que siendo por aquella época, junto con San Juan Pablo II, poner fin a los muchos abusos. Y aquellas personas que se atrevieron a permanecer de pie, para comulgar, y poniendo la mano, no era por humildad, sino por soberbia. Posiblemente eran enemigos de Cristo. Pues esto es lo que sucede cuando no se reconoce el Señor como merecedor de todo nuestro amor y devoción.
¿Por qué hay cristianos que se arrodillan ante el Señor para recibirle en la boca? Precisamente porque creen con el corazón, porque le ama y le adora. Porque sabe muy bien, que Jesús ha venido a salvarnos, que confiamos plenamente en Él, y no nos abandona. Porque el que ama mucho, por el Señor hace sacrificios, y crece en la fe.
Se sentía más cómodo el Santo Padre Benedicto, cuando los comulgantes se arrodillaban con devoción, con respeto. Y además, la importancia de la bandeja de la Comunión.
De esta obra de Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, he recogido estos textos.
• Finalmente es esencial arrodillarse, como actitud
corporal de adoración, en la que seguimos estando preparados, dispuesto,
disponible, pero a la vez nos inclinamos ante la grandeza del Dios vivo y de su
Nombre. Jesucristo mismo, según el relato de San Lucas, durante las últimas
horas antes de su pasión, oró de rodillas en el huerto de los olivos (Lc
22,41). Esteban cayó de rodillas, cuando antes de su martirio vio el cielo
abierto y a Cristo de pie (Hechos 7, 60). Ante Él, el que está de pie, Esteban
se arrodilla. Pedro rezó arrodillado para suplicar a Dios la resurrección de
Tabita (Hechos 9,40). Pablo, después de su gran discurso, rezó con ellos
arrodillándose (Hechos 20, 36). Con gran profundidad se expresa el himno
cristológico de la carta a los filipenses (Flp 2, 6-11), que traslada a
Jesucristo la promesa de Isaías del homenaje universal de rodillas ante el Dios
de Israel: Jesús es Aquel ante «cuyo nombre toda rodilla se dobla, en el cielo,
en la tierra y en el abismo» (Flp 2,10). De este texto se desprende no solo el
hecho de que la primitiva Iglesia se arrodillaba ante Jesucristo, sino también
el motivo: ella le rinde homenaje públicamente a Él, al Crucificado, como Señor
del mundo, en el que se ha cumplido la promesa del dominio del mundo por el Dios
de Israel. Con ello da testimonio frente a los judíos en que la ley y los
Profetas hablan de Jesús cuando se refieren al «Nombre» de Dios, y frente a las
pretensiones totalitarias de la política, deja sometido el culto imperial a la
nueva soberanía universal establecida por Jesús, que pone sus límites al poder
político. En resumen, expresa su sí a la divinidad de Jesús; nos arrodillamos
con sus testigos –desde Esteban, Pedro y Pablo– ante Jesús y esto es una
expresión de fe para ella irrenunciable desde el principio, como testimonio
visible en este mundo de su relación con Dios y con Cristo. Ese arrodillarse es
la expresión corporal de su sí a la presencia real de Jesucristo, que, como
Dios y hombre, con cuerpo y alma, con carne y sangre está presente entre
nosotros. (Obras completas de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Tomo XI, IV,
Teología de la Liturgia. la Eucaristía, centro de la Iglesia. Páginas 263-264.
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2012)
De las obras completas de Joseph Ratzinger, XI
Teología de la Liturgia
Págs. 364 y siguiente
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC
Arrodillarse ante el Señor
«Finalmente
tenemos el arrodillarse ante el Señor: la adoración ha estado siempre, por su
propia esencia, incluida en la Eucaristía, porque el mismo Señor está presente
en ella. Aunque solo se desarrolló de esta magnifica forma en la Edad Media,
tal desarrollo no constituye una mutación o un alejamiento, no es otra cosa que
sacar a la luz aquello que estaba ahí. En efecto, si el Señor se nos da, recibirlo
solo se puede consistir, al mismo tiempo, en inclinarse ante Él, en glorificarlo,
en adorarlo. Tampoco hoy está en contra de la dignidad, de la libertad y de la
grandeza del hombre doblar la rodilla, vivir en obediencia ante Él, adorarlo y
glorificarlo. Pues si lo negamos para no tener que adorarlo solo nos queda el
imperativo de la materia. Entonces carecemos realmente de libertad, somos solo
una mota de polvo, que, arrasada en el giro del gran molino del universo, trata
en vano su propia libertad. Sólo si Él es el Creador se sigue que la libertad
es el fundamento de todas las cosas y que podemos ser libres. Al inclinarse
ante Él, nuestra libertad no queda suprimida, sino que es verdaderamente
asumida y hecha definitiva. Pero en este día del Corpus hay algo más que viene
a agregarse a lo dicho. Aquel a quien adoramos –ya lo he dicho antes–, no es un
poder lejano. Él mismo se ha hincado ante nosotros para lavarnos nuestros pies.
Eso da a nuestra adoración su aire de soltura, de esperanza y de alegría, porque
nos inclinamos ante aquel que a su vez se ha inclinado, y porque nos inclinamos
en el amor que no esclaviza sino que transforma. Así queremos pedir al Señor
que nos regale ese reconocimiento y esa alegría, y que ella se irradie desde
este día a nuestra tierra y a nuestra vida cotidiana. »
También podemos encontrar en la web del Vaticano:
OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
DEL SUMO PONTÍFICE
Los signos externos de devoción por parte de los fieles
• Finalmente queremos destacar el arrodillarse en la
consagración[19] y, donde se conserva este uso desde el Sanctus
hasta el final de la Plegaria eucarística[20], o al recibir la
sagrada Comunión[21]. Son signos fuertes que manifiestan la
conciencia de estar ante Alguien particular. Es Cristo, el Hijo de Dios vivo, y
ante él caemos de rodillas[22]. En el arrodillarse el significado
espiritual y corporal forman una unidad pues el gesto corporal implica un
significado espiritual y, viceversa, el acto espiritual exige una
manifestación, una traducción externa. Arrodillarse ante Dios no es algo “no
moderno”, sino que corresponde a la verdad de nuestro mismo ser[23].
“Quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse, y una fe, o una
liturgia que desconociese el arrodillarse, estaría enferma en uno de sus puntos
capitales. Donde este gesto se ha perdido, se debe aprender de nuevo, para que
nuestra oración permanezca en la comunión de los Apóstoles y los mártires, en
la comunión de todo el cosmos, en la unidad con Jesucristo mismo” [24].
Notas:
[19] Cfr. IGMR, n. 43; J. Jungmann, Missarum
sollemnia 2, Ed. anastatica, Milano 2004, pp. 162-164.
[20] Cfr. IGMR, n. 43.
[21] Cfr. IGMR, n. 160; J. Jungmann, Missarum
sollemnia, 2, p. 283.
[22] Cfr. Benedicto XVI, Luce del mondo, Libreria
Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2010, pp. 219-220.
[23] Cfr. J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia
della liturgia, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2010, pp.
175-183.194-195, 558-559.
[24] J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia della
liturgia, p. 183.
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Si Dios quiere, iré compartiendo más reflexiones sobre este tema.
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