lunes, 9 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (23-25)

En la oración de Jesús, le pedimos al Señor que nos perdone nuestras deudas, esto es, todos nuestros pecados, porque nos arrepentimos con sincero corazón. Si un alma busca el perdón del Señor, pero no perdona a su prójimo, lo puede pasar muy mal en el momento del juicio.


Hay quienes dicen; "perdono pero no olvido", hemos de tener en cuenta que el decir que perdona pero que no olvida, verdaderamente no ha perdonado de corazón.


Todos nosotros, es el Señor quien nos da esa fuerza de saber perdonar de corazón, y siempre seguir dando buen ejemplo de cristianos teniendo como modelo a Jesús, que no podemos separarnos de En este mundo tenemos tentaciones, pero aborrecemos con toda nuestra alma cualquier pecado. El pecado siempre roba la paz del corazón. Nos reconocemos pecadores, y por eso, muchas veces al día, rezamos la oración que Jesús nos ha enseñado, y meditar los misterios del santo rosario.


Todos tenemos la posibilidad de rezar con verdadera devoción la oración de Jesús, por lo que nos llevaría mejor a una vida verdaderamente espiritual, y comprender las cosas no desde nosotros mismos, una medida del hombre viejo que pone barrera al amor de Dios, y sin vida espiritual, es fácil que el alma sea dominada con los engaños de este mundo, del propio yo, del tentador.


Cuando un atento lector lee y medita las enseñanzas de Jesús, el fiel cristiano que pertenece a la Iglesia Católica, sabe muy bien lo que ha de hacer. No puede haber ningún mal dentro de nuestro corazón, ningún resentimiento contra el prójimo, pero tampoco ninguna afición terrenal, ni vicios ni pecado. Que nuestra oración debe ser pura, nunca contaminada con los gustos del hombre viejo.

En nuestras ofrendas a Dios, insisto en ello, y también nos lo enseña San Cipriano, debemos ser puros e inocente, para complacer a Dios.

San Cipriano de Cartago


La oración dominical, (23-25)

 
Obras completas
La oración dominical: el Padre Nuestro
Tomo I.
Biblioteca de Autores Cristianos.

23)   El Señor añade y enuncia claramente una ley, sometiéndonos a una condición precisa y a una promesa: que debemos pedir que nos sean perdonadas nuestras deudas en la medida que nosotros perdonemos a nuestros deudores, sabiendo que no se puede obtener lo que pedimos para nuestros pecados si nosotros no hacemos lo mismo con los que pecan contra nosotros. Por ello dice en otro lugar: «Con la medida que midáis, se os medirá» (Mt 7,2). Y por ello aquel siervo que no quiso perdonar toda la deuda a su compañero, perdió el perdón que había recibido de su señor (Cf. Mt 18,23ss.) Esta misma regla propone Cristo aún con mayor fuerza y vigor en sus preceptos, dice: «Cuando os pongáis de pie para la oración, perdonad si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestros pecados. Pues si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre, que está e los cielos perdonará vuestros pecados » (Mc 11,25-27). No te quedará ninguna excusa en el día del juicio cuando seas juzgado según tu propia sentencia y sufras aquello mismo que tú has hecho a los otros. Dios nos manda vivir en paz en su casa, concordes y unánimes, y quiere que, una vez renacidos, perseveremos en lo que hemos llegado a ser en nuestro segundo nacimiento. Por, nosotros, que hemos comenzado a ser hijos de Dios, permanezcamos en la paz de Dios, y los que tenemos un solo Espíritu, tengamos también una sola alma y un solo corazón. Por ello, Dios no acepta el sacrificio del que vive en discordia, y le manda que se retire para reconciliarse con su hermano (Cf. Mt 5,24), ya que es solo propicio para Dios es nuestra paz y concordia fraternas, un pueblo unido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

24)   Asimismo, en los sacrificios que ofrecieron Abel y Caín (Cf. Gn 4,3ss.), Dios se fijaba más en el corazón que en las ofrendas, de modo que agradaba más a Dios en su ofrenda aquel que le agradaba también en su corazón. Abel, pacífico y justo, mientras sacrificaba a Dios con inocencia, enseñó también a los demás a que, cuando hacen sus ofrendas en el altar, se acerquen con temor de Dios, con corazón sencillo, con la ley de la justicia y la paz de la concordia. Con razón, aquel hombre que ofrecía a Dios con tal voluntad, se convirtió después él mismo en sacrificio para Dios. De este modo él, que poseía la justificación y la paz del Señor, constituyéndose el primero de los mártires, inició la pasión del Señor con la gloria de su sangre. Tales son aquellos a los que en el día del juicio. Por el contrario, el que siembra la discordia, la división y no está en paz con sus hermanos, según lo que nos atestigua el bienaventurado apóstol y la Sagrada Escritura, aunque muera por el nombre de Cristo no podrá escapar del crimen de dividir a los hermanos, porque está escrito: «El que odia a su hermano es un homicida» (1Jn 3,15) y el homicida no puede entrar en el Reino ni vivir con Dios. No puede estar con Cristo el que prefirió imitar a Judas antes que a Cristo. ¡Qué gran pecado es este que no puede ser lavado por el bautismo de la sangre! ¡Qué gran crimen que no puede ser expiado ni con el martirio!

25 )   El Señor nos ha enseñado como algo necesario que también que hemos de decir la oración: «Y no nos deje caer en la tentación»En esta parte del Padrenuestro nos ha mostrado no puede nada contra nosotros si Dios antes no se lo permite, para que todo nuestro temor, devoción y obediencia se dirijan solo Dios, ya que nada puede el maligno en nuestras tentaciones, si el Señor no se lo concede. Esto lo demuestra la Escritura cuando dice: «Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén, y el Señor la entregó a sus manos» (Dan 1,1-2) [1Re 24,11). El poder se le ha concedido al maligno contra nosotros según nuestros pecados, como está escrito: «¿Quién entregó al pillaje Jacob, y a Israel a los saqueadores? ¿Acaso no ha sido Dios, contra el que pecaron y cuyos caminos no querían seguir, ni observar su Ley? Descargó sobre ellos la ira de su indignación» (Is 42,24-25). Y de nuevo, cuando pecó Salomón y se alejó de los mandamientos y los caminos del Señor se dice: «Y suscitó el Señor a Satanás contra Salomón» (1Re 11,23).
Continuará con la gracia de Dios.

Reflexión:
  • «Y no nos deje caer en la tentación».


Tengamos presente, que el Señor no quiere que caigamos en ninguna tentación, sino que al momento, debemos acudir a Él, por muy terrible que sea nuestras tentaciones, el Señor nos ayudará. Como nosotros tampoco queremos someternos a nuestras tentaciones, necesitamos aumentar la humildad en nuestro corazón, pues el diablo no puede dominar a los corazones humildes, se ve vencido, derrotado. Pero el enemigo de las almas se siente cómodo en las almas soberbiar y que se atan a los pecados, y alcanza el poder terrenal, que se imaginan poder hacer de todo. 

El diablo intentará hacer daño a los humildes, acudiremos a la Madre de Dios que su intercesión es verdaderamente infalible, la Madre de Dios nos ayuda. 

Siempre que la tentación aparezca, nunca debemos contemplarlo como si se contemplara un escaparate, porque caerás, al instante debemos apartarlo de nuestra mente, orando, meditando la Palabra de Dios, haciendo memoria de las cosas santas, meditar la Pasión de Cristo, sus llagas, dolores.

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