La oración del Padre nuestro nos anima a estar desprendido
de todas cosas terrenales, como franciscanos, la vida del Evangelio es infinita
más maravillosas que si tuviéramos riquezas presentes. Hace mucho, yo pensaba:
“¿qué te parece, José Luis, si te dieran, oro, piedras preciosas…?” Es que yo
me sentía como abrumado con tal pensamiento terrible. Podría ser que si yo no
conociera las enseñanzas de Jesús, para mi eso sería lo más importante, pero
sería un desgraciado. Pero ya con el Evangelio, el Santo rosario, sería para mí
lo más completo, cuando leía y releía la Sagrada Biblia, y meditaba sus
enseñanzas.
Antes de la llamada de Jesús a seguirle, estaba interesado
en comprar cupones de la ONCE, y alguna lotería, pero con la fe que el Señor me
ha dado, el conocimiento de la vida de los Santos, que lo dejaron todo por
seguir a Cristo, San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara y otros santos
franciscanos, y no franciscanos, como San Juan de la Cruz, San Bruno, San
Antonio Abad y no termina ahí los ejemplos de los Santos y Santas, esa fuerza
que gracias a la comprensión de la Palabra de Dios, enseñanzas de Jesús, y
cuando rezamos con mucha devoción el Padre nuestro, o el Ave María, el Santo
Rosario, nuestras tentaciones se hacen trizas, el tentador no llega a conseguir
sus malas intenciones en nosotros, ya que tenemos presente, que la oración es
en espíritu y verdad, y en esto nos unimos más espiritualmente con el Señor.
Porque es verdad, no podemos preocuparnos de servir a dos señores, a Dios y al
dinero. Porque si estoy, (hablo por mí mismo), si estoy pendiente del dinero,
no acertaría a caminar en la fe, podría hacer el bien a algunos, pero a otros
mostrarles desprecios, es cuando no nos centramos en rezo del Padre Nuestro con
el corazón libre y despojado del egoísmo del hombre viejo.
Por el contrario, cuando nos tomamos muy en serio la
verdadera devoción, nuestra conducta terrenal se irá desvaneciendo en nosotros.
Pues si el Señor es el primero que quiere que salgamos de nosotros, y vivir en
su presencia como si le estuviéramos viendo de forma visible. Y debemos ser muy
constantes, porque lo espiritual y lo mundano no es una unidad, seríamos muy
tibios, pero tenemos siempre la solución del Señor para salir de nuestra
tibieza.
Que gran confianza tenía el Santo de Asís, el Poverello, en
la Divina Providencia, y la Santa Doctora, Teresa de Jesús, que nunca debemos
turbarnos con las cosas de este mundo. Pues si nosotros permanecemos en Cristo,
debe serlo para siempre: «Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta». Cuando ya el alma conoce a Cristo, lo demás ya no importa para nada. Más aún pues teniendo cosas materiales, si no lo usamos para gloria de Dios, seríamos esclavos.
San Cipriano de Cartago
Obras completas
La oración dominical:
el
Padre Nuestro
Tomo I.
Biblioteca de Autores
Cristianos.
San Cipriano
de Cartago: La oración dominical, (19-22)
19. Pero puede entenderse también en el sentido
siguiente: quiénes hemos renunciado al mundo, a sus riquezas y pompas, quiénes
han renunciado al mundo, a sus riquezas y pompas, a cambio de la gracia
espiritual que recibimos por la fe, pedimos solo el alimento y el sustento, y
que os lo enseña el Señor con estas palabras: «Quien no renuncie a todos sus
bienes, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). El que ha comenzado a ser
discípulo de Cristo renunciando a todo según la palabra del Maestro, debes
pedir el alimento diario y no extender más allá los deseos de su petición,
porque el mismo Señor de nuevo prescribe y dice: «No os preocupéis del
mañana, pues el mañana se preocupa de sí mismo. A cada día le basta su malicia»
(Mt 6,34). Con razón, por tanto, el discípulo de Cristo pide para sí el
alimento del día, ya que se le prohíbe pensar en el mañana, pues sería
contradictorio que quisiéramos vivir en este mundo por mucho tiempo los que
pedimos que venga el Reino de Dios fortaleciendo la firmeza de nuestra fe y
esperanza: «Nada, dice, hemos traído a este mundo, ni tampoco nada
podemos sacar de él. Así que, teniendo alimento y vestido, debemos contentarnos
con esto. Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en la trampa y
malos deseos, que hunde al hombre en la perdición y muerte. Pues la raíz de
todos los males es la codicia, buscándola algunos han naufragado en la fe y se
ha acarreado muchos dolores» (1Tm 6,7-10).
20. El Apóstol
enseña no solo que se deben despreciar las riquezas, sino también que estas son
peligrosas, porque en ellas se encuentran la raíz de todos los males, que nos
seducen, que nos engañan, convirtiendo en ciega la mente humana con un
disimulado engaño. Por eso Dios reprende duramente a aquel rico necio, que
pensaba solo en las riquezas temporales y se vanagloriaba de la abundancia de
sus frutos, diciendo: «Necio, esta noche te reclamarán el alma. Las cosas
que has acumulado, ¿Para quién será?» (Lc 12,20). Se alegraba el necio de
sus posesiones por largos años, cuando iba a morir aquella misma noche; pensaba
solo en la abundancia de recursos que ya le faltaba la vida. El Señor, por el
contrario, enseña que es sumamente perfecto aquel que, después de vender todos
sus bienes y distribuirlos entre los pobres, se prepara un tesoro en el cielo (Cf.
Mt 6,20; 19,21). El Señor dice que podrá seguirlo e imitar la gloria de su
pasión el que, libre y sin trabas, no atado por los bienes familiares, sino con
plena libertad, sigue sus bienes, que ya antes había puesto en las manos de
Dios. Para que cada uno de nosotros pueda prepararse a este desprendimiento,
nos enseña de este modo a orar y a conocer cuál debe ser la regla de nuestra
oración.
21) No puede
faltar el alimento cotidiano al justo, ya que está escrito: «No hará morir
de hambre el Señor al hombre justo» (Prov 10,3); y también: «Fui
joven, ya soy viejo y nunca vi desamparado al justo, ni a su descendencia
mendigando el pan» (Sal 36,25). Lo mismo promete el Señor, cuando
dice: «No os preocupéis diciendo: ¿Qué comemos? o ¿qué beberemos? Por todas
estas cosas se afanan los gentiles. Sabe bien vuestro Padre que necesitáis que
estas cosas. Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia y todas estas cosas
se os darán por añadidura» (Mt 6,31-33). Promete, pues el Señor que
todo será otorgado a los que busquen el Reino de Dios y su justicia. En efecto,
siendo todas las cosas de Dios, a quien tiene Dios nada le faltará, si él no
falta a Dios. Así se explica que Daniel, arrojado por orden del rey a la fosa
de los leones, sea alimentado milagrosamente y coma el hombre de Dios en medio
de aquellas fieras hambrientas, pero que lo respetan
(Cf. Dn 14,31ss.). Así también fue alimentado Elías en su fuga en el
desierto por cuervo que le servían y le llevaban el alimento durante la
persecución (Cf. 1Re 17,16ss.). ¡Oh detestable crueldad de la maldad
humana! Las fieras perdonan, las aves sustentan, mientras los hombres tienden
trampas y actúan con violencia.
22) Después de
esto, también pedimos por nuestros pecados, diciendo: «Y perdónanos nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Tras el socorro
del alimento se pide también el perdón del pecado, a fin de quien es alimentado
por Dios viva en Dios y o se preocupe solo de la vida presente, tal como die en
el Evangelio: «Te perdoné toda la deuda, porque me suplicaste»
(Mt 18,32). ¡Con qué necesidad, previsión y preocupación por la salvación
se nos advierte de que somos pecadores! Nosotros, que nos vemos obligados a
rogar por nuestros pecados, mientras pedimos perdón a Dios, tomamos conciencia
de lo que somos. Y para que ninguno se complazca en sí mismo, como si fuese
inocente, y no perezca aún más en su orgullo, se nos instruye y enseña que
pecamos todos los días, porque cada día se nos ordena rezar por nuestros
pecados. Finalmente, también juan en una de sus cartas nos advierte diciendo: «Si
decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no
está en nosotros. Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, el Señor
es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados.» (1º Jn 1,8-9). En
su carta Juan nos recuerda dos cosas: que debemos rogar por nuestros pecados y
que hemos de pedir perdón con nuestra oración. Por eso afirma que el Señor es
fiel para perdonar los pecados, porque guarda fidelidad a sus promesas. Pues el
que nos enseñó a orar por nuestras deudas y pecados, también os ha prometido la
misericordia del Padre y el perdón consiguiente.
Continuará con la gracia de Dios.
Comentario:
Ya había comentado anteriormente, que conocí esta enseñanza espiritual del Padre Nuestro, en un libro, del Apostolado Mariano, eran más bien breves, pero me gustó. Al cabo de los años, gracias a Dios, en las obras completas, es bastante amplia esta maravillosa enseñanza, yo disfruto meditando. Y me invita a mejorar a rezar más devotamente esta oración. Y fácil, porque lo que viene de Dios siempre nos resulta fácil, ya que Él, nos ayuda a comprenderlo. Ninguno de nosotros tenemos sabiduría propia, sino que todo el saber es exclusivo de Dios, y aunque somos indignos, podemos comprender todo el amor de Dios. En la oración del Padre nuestro, que siempre conviene hacer una muy atenta reflexión, desde el principio hasta el final.
Ya había comentado anteriormente, que conocí esta enseñanza espiritual del Padre Nuestro, en un libro, del Apostolado Mariano, eran más bien breves, pero me gustó. Al cabo de los años, gracias a Dios, en las obras completas, es bastante amplia esta maravillosa enseñanza, yo disfruto meditando. Y me invita a mejorar a rezar más devotamente esta oración. Y fácil, porque lo que viene de Dios siempre nos resulta fácil, ya que Él, nos ayuda a comprenderlo. Ninguno de nosotros tenemos sabiduría propia, sino que todo el saber es exclusivo de Dios, y aunque somos indignos, podemos comprender todo el amor de Dios. En la oración del Padre nuestro, que siempre conviene hacer una muy atenta reflexión, desde el principio hasta el final.
La doctrina del Padre Nuestro, el de San Cipriano es más
completo. Luego está también, las obras completas de Joseph Ratzinger, que es el Papa Benedicto XVI, dedica el capitulo cinco a la oración de Jesús, el Padre nuestro, de la Biblioteca de Autores Cristianos. BAC, y lo explica muy bien. El libro: «Jesús de Nazaret / Escritos de Cristología» (Obras completas, VI/1)
El cristiano debe superarse así mismo, en su propia negación, para aprender más
del Señor, y corregir las formas erróneas de la oración.
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