Cuando comenzamos a seguir a Jesucristo, nuestras oraciones pueden ser imperfectas, pero no nos vamos a detener en las imperfecciones, pues en la medida que recemos, con perseverancia, esas imperfecciones se desvanecen. Debemos vigilar para que no vuelvan las antiguas y malas costumbres. La oración es la mejor medicina para nuestra alma. Nos abre las puertas del Reino de los cielos. Nunca debemos orar según nuestra propia medida, sino la de Jesucristo, y adelantaremos mucho.
El Señor en su infinita misericordia siempre quiere ayudarnos, y desde los confines del mundo, el Señor atiende las plegarias. Necesitamos tener nuestro corazón bien ordenado, bien dispuesto a la Voluntad de Dios.
Ninguno de nosotros somos tan poderosos, para vencer tentaciones leves, para que no se agrave, siempre tenemos a Jesús, tenemos a la Madre de Dios que nos ayudará. El enemigo huirá de nosotros y la paz y alegría volverá a nuestro corazón. En el momento que pueda aparecer cualquier inquietud, cualquier turbación, es el tentador que quiere someternos, pero nosotros no debemos caer en sus engaños.
Evangelio tomado del Nuevo Testamento, Eunsa:
Ayuno y tentaciones de Jesús
San Mateo 4, 1-11
1 Entonces fue
conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el
diablo. 2 Después de haber ayunado cuarenta días
con cuarenta noches, sintió hambre. 3 Y acercándose
el tentador le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan
en panes.
4 Él respondió:
—Escrito está:
No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que
procede de la boca de Dios.
5 Luego, el diablo lo llevó a la
Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. 6 Y
le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está:
Dará órdenes a sus ángeles sobre ti, para que te lleven
en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra.
7 Y le respondió Jesús:
—Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
8 De nuevo lo llevó el diablo a un monte
muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, 9 y
le dijo:
—Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras.
10 Entonces le respondió Jesús:
—Apártate, Satanás, pues escrito está:
Al Señor tu Dios adorarás y solamente a Él darás culto.
11 Entonces le dejó el diablo, y los
ángeles vinieron y le servían.
Comentario de la Sagrada Biblia de Navarra, Eunsa:
Antes de comenzar su obra mesiánica y de promulgar la Nueva Ley en el Discurso de la Montaña, Jesús se prepara con oración y ayuno en el desierto. Moisés había procedido de modo semejante antes de promulgar, en nombre de Dios, la Antigua Ley del Sinaí (cfr Ex 34,28), y Elías había caminado cuarenta días en el desierto para llevar a cabo su misión de renovar el cumplimiento de la Ley (cfr 1 R 19,5-8). También la Iglesia nos invita a renovarnos interiormente con prácticas penitenciales durante los cuarenta días de la Cuaresma, para que «la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal» (Misal Romano, Miércoles de Ceniza, Oración colecta). Cfr también nota a Lc 4,1-13.
Con el episodio de las tentaciones Mateo presenta a Jesús como el nuevo Israel, en contraste con el antiguo. Jesús es tentado, como lo fueron Moisés y el pueblo elegido en su peregrinar durante cuarenta años por el desierto. Los israelitas cayeron en la tentación: murmuraron contra Dios al sentir hambre (Ex 16,1ss.), exigieron un milagro cuando les faltó agua (Ex 17,1-7), adoraron al becerro de oro (Ex 32). Jesús, en cambio, vence la tentación y, al vencerla, manifiesta la manera que tiene de ser Mesías: no como quien busca una exaltación personal, o un triunfo entre los hombres, sino con el cumplimiento abnegado de la voluntad de Dios manifestada en las Escrituras.
Las acciones de Jesús son también ejemplo para la vida de cada cristiano. Ante las dificultades y tentaciones, no debemos esperar en triunfos fáciles o en intervenciones inmediatas y aparatosas por parte de Dios; la confianza en el Señor y la oración, la gracia de Dios y la fortaleza, nos llevarán, como a Cristo, a la victoria: «Si el Señor permitió que le visitase el tentador, lo hizo para que tuviéramos nosotros, además de la fuerza de su socorro, la enseñanza de su ejemplo. (...) Venció a su adversario con las palabras de la Ley, no con el vigor de su brazo. (...) Triunfó sobre el enemigo mortal de los hombres no como Dios, sino como hombre. Ha combatido para enseñarnos a combatir en pos de Él. Ha vencido para que nosotros seamos vencedores de la misma manera» (San León Magno, Sermo 39 de Quadragesima).
De los comentarios de San Agustín,
Obispo, sobre los Salmos
(Salmo 60, 2-3: CCL 39, 766)
(Salmo 60, 2-3: CCL 39, 766)
Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi
súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea uno
solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde los confines de la
tierra con el corazón abatido. Por lo tanto, se invoca desde los
confines de la tierra, no es uno solo; y, sin embargo, es uno solo, porque
Cristo es uno solo, y todos nosotros somos sus miembros. ¿Y quién es ese
único hombre que clama desde los confines de la tierra? Los que invocan
desde los confines de la tierra son los llamados a aquella herencia, a
propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo: te daré en
herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra.
De manera que quien clama desde los confines de la tierra es el cuerpo de
Cristo, la heredad de Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que
formamos todos nosotros.
Y ¿qué es lo que pide? Lo que he dicho
antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco
desde los confines de la tierra. O sea: «Esto que pido, lo
pido desde los confines de la tierra», es decir, desde todas partes.
Pero, ¿por qué ha invocado así? Porque
tenía el corazón abatido. Con ello da a entender que el
Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres del orbe entero
no con gran gloria, sino con graves tentaciones.
Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no
puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a
través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede
ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si
carece de enemigo y de tentaciones.
Éste que invoca desde los confines de la tierra está
angustiado, pero no se encuentra abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es,
su cuerpo, quiso prefigurarnos también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió,
resucitó y ascendió al cielo, a fin de que sus miembros no desesperen de llegar
adonde su cabeza los precedió.
De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso
verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se
dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el
diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de
ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte
para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los ultrajes, y de Él para ti
los honores; en definitiva, de ti para Él la tentación, y de Él para ti la
victoria.
Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos
al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que
venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete vencedor en
Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no
te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado.
Oración.
Al celebrar un año más la Santa Cuaresma, concédenos Dios Todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud. Por nuestro Señor Jesucristo.
Las enseñanzas del Papa Benedicto XVI, que nos dejó en sus escritos. Aprendemos que "Dios no nos ama tal como somos", sino que busca la conversión del pecador. En el pecado no hay amor, el pecado cierra el camino del amor de Dios. Cuando nosotros nos vamos purificando de nuestros pecados, de nuestras maldades, nos vamos acercando al Señor, Él quiere tenernos a su lado. Por eso, aborrecemos toda malicia, incluso del pecado venial.
Año litúrgico predicado por
Benedicto XVI
Ciclo A
Ángelus en la Plaza de San Pedro,
domingo, 13 de marzo de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es el primer domingo de
Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que constituye en la Iglesia un
camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata, en definitiva, de
seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de su misión
de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La
respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el
pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero
esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan
la misma palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y del
hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede
hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras
—la sombra sólo aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios
conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado
—que no es lo mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—,
se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere,
atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio:
«Contra ti —dice David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» (Sal 51,
6).
Ante el mal moral, la actitud de
Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal,
porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la
muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la humanidad, Dios
interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío, desde la liberación
de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para
conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente
la del pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los
hombres del dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a
nuestra carne mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo
por nosotros en la cruz. Contra este plan de salvación definitivo y universal,
el Diablo se ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular
el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama cada
año en el primer domingo de Cuaresma. De hecho, entrar en este tiempo litúrgico
significa ponerse cada vez del lado de Cristo contra el pecado, afrontar —sea
como individuos sea como Iglesia— el combate espiritual contra el espíritu del
mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).
Por eso, invocamos la ayuda
maternal de María santísima para el camino cuaresmal que acaba de comenzar, a
fin de que abunde en frutos de conversión. Pido un recuerdo especial en la
oración por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde
comenzaremos la semana de ejercicios espirituales.
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