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miércoles, 11 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (30-36)


Si la oración no es ordenada, que es cuando lo hacemos en espíritu y verdad, sería como la oración atropellada, el querer pensar más en si mismo, que en Jesús. Y son numerosas las almas que “rezan” por cuestiones materiales, mundanas.
La oración es ordenada, pero si el corazón no vive conforme a la vida espiritual, enseñada por Cristo, no está orando, sino que está diciendo unas palabras de oración por la memoria, no por el corazón.

Hay quienes dicen, “Dios escucha todas las oraciones”, y estás convencido de ellos, pero la vida que llevan sus frutos indica la ignorancia deliberada de la Palabra de Dios, se equivoca, y no quieren corregirse, insisten e insisten en los mismos errores.

En las Santas Escrituras leemos que el Señor no acepta cualquier clase de oración, ni siquiera quiere escucharlo, lo que llaman plegaria, pueden tener la misma conducta muchos años, y aún no comienzan a orar.

Orar con el corazón, un corazón ordenado, y Dios nos escucha. Esto es cuando no oramos con la comunidad. Pues son muchos que quieren hacerse notar, como diciendo cuando alza la voz: –“aquí estoy rezando, quiero que me escuchéis”– Es mucho mejor orar en silencio para que Dios nuestro Señor nos escuche.
Anteriormente, ya nos lo enseñaba San Cipriano

 4) Las súplicas y las palabras de los que oran deben ser mesuradas, sosegadas, respetuosas. Hemos de pensar que estamos delante de Dios, que debemos agradarle también con nuestra compostura y el tono de voz. Los descarados gritan cuando hablan, por el contrario, es conforme orar modestamente. Por otra parte, el Señor con su enseñanza, nos ha ordenado orar en secreto en lugares escondidos y alejados de los otros, en los propios aposentos (Cf. Mt 6,6), que es lo más conveniente para nuestra fe, porque así sabemos que Dios está presente en todo lugar, que escucha y ve a todos, y penetra con la inmensidad de su Majestad incluso en los lugares más ocultos y escondidos, tal como está escrito: «Yo Soy un Dios cercano y no un Dios lejano. Si un hombre se esconde en los lugares más recónditos, ¿por qué no voy a verlo? ¿Acaso no lleno el cielo y la tierra?» (Jer 23,23-24). Y en otro pasaje: «En todo lugar los ojos de Dios escudriñan a los buenos y a los malos» (Prov 15,3). Cuando nos reunimos con los hermanos y junto con el sacerdote de Dios celebramos los sacrificios divinos, hemos de acordarnos de esta modestia y disciplina: no elevemos nuestras preces descompasadas, ni dirijamos nuestra oración a Dios con gritos tumultuosos en lugar de en voz baja, porque Dios escucha el corazón, no los labios.[1] Él, que ve los más íntimo pensamientos, no tiene necesidad del sonido para escuchar. Lo ha dicho el mismo Señor: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?» (Mt 9,4). Y en otro lugar: «Y sabrán todas las Iglesias que Soy el que escudriña los corazones y las entrañas» (Ap 2,3).




[1] Dios escucha el corazón, cuando meditamos el Padre nuestro con la ayuda del Espíritu Santo salimos avanzando en la fe, en la perfección y santidad. Son muchas las personas, que cuando oran con los labios, siempre andan distraídas, no se toman en serio cuando oran. Si tienen que interrumpir la oración, para hablar con algún otro, de cosas personales, así lo hace. Se despreocupan completamente de su perfección y vida de santidad. Sus frutos muestran que no tienen necesidad de recogimiento interior. Rezan tan fuerte, como que luego para ser oídos por los demás, dentro de la Casa de Oración. Nosotros no sabemos que es lo que hay en el corazón de los demás, solo Dios lo sabe. Pero es enseñanza de Jesús: todo árbol se conoce por sus frutos. Y Dios manifiesta incluso lo oculto que puede haber en el corazón humano, por sus frutos.

Ahora pasemos a los números que se completa este tratado sobre la oración del Señor.


San Cipriano de Cartago: 
Obras completas
La oración dominical, El Padre Nuestro (30-36)

Tomo I.

Biblioteca de Autores Cristianos.

30) Oraba el Señor y rogaba, pero no por sí mismo, pues, ¿qué tenía que pedir por Él, que era inocente? Oraba solo por nuestros pecados, como Él mismo declara: «Mira que Satanás ha solicitado cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe» (Lc 22,31-32). Y por todos los demás ha rogado al Padre diciendo: «No ruego solo por estos, sino también por aquellos que han de creer en Mí por medio de su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, en Mí y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros» (Jn 17,20-21). Inmensa bondad y piedad del Señor para nuestra salvación, pues no se contentó en redimirnos con su Sangre, sino que, además, quiso rogar por nosotros. Ved cual era el deseo de su oración: que así como el Padre y el Hijo son una sola cosa, también nosotros permanezcamos en esa misma unidad, de modo que de esto puede también deducirse la gravedad del pecado que rompe la unidad y la paz, por los cuales rogó el Señor, pues quiere que su pueblo alcance la unidad y la paz, por los cuales rogó el Señor, pues quiere que su pueblo alcance la vida, sabiendo que no tiene lugar en el Reino de Dios la discordia.

31) Así pues, queridísimos hermanos, cuando nos disponemos a otra, debemos estar vigilantes y entregarnos a la oración con toda el alma. Todo pensamiento carnal y mundano debe ser abandonado y el alma no ha de pensar en otra cosa sino en aquello que se pide. Por eso el sacerdote prepara el ánimo de los hermanos antes de la oración con un prefacio diciendo: Levantemos el corazón, para que el pueblo respondiendo: Lo tenemos levantado hacia el Señor, quede advertido que no debe pensar en otra cosa más que el Señor. Cerremos entonces, el corazón al enemigo y quede sólo abierto para el Señor. No permitamos que tenga cabida en él durante la oración el adversario de Dios, pues muchas veces este se desliza y penetra y, engañándonos sutilmente, aparta de Dios nuestras oraciones, de tal modo que tenemos una cosa en nuestro corazón y otra en nuestra boca, cuando, por el contrario, deben orar a Dios con sincera intención no solo las palabras, sino también el espíritu y los sentimientos. ¡Qué desidia dejarse dominar y distraer por pensamientos frívolos y profanos cuando estás orando al Señor, como si fuera una cosa distinta lo que piensas de lo que hablas con Dios! ¿Cómo puedes pedir a Dios que te escuche si no te escuchas a ti mismo? ¿Cómo quiere que el Señor se acuerde de ti cuando rezas, si tú no te acuerdas de ti mismo? Esto es estar en absoluto precavido contra el enemigo; esto es ofender la Majestad de Dios con negligencia en la oración; esto o es otra cosa que velar con los ojos y tener dormido el corazón, cuando el cristiano debe velar con el corazón, incluso cuando duerme con los ojos, tal como está escrito en el Cantar de los Cantares de la esposa, que representa a la Iglesia: «Yo duermo, pero mi corazón vela» (Can 5,2). Por ello el apóstol nos previene con solicitud y prudencia diciendo: «Sed perseverantes en la oración, velando en ella» (Col 4,2). Así nos da a entender que solo se alcanza de Dios lo que piden aquellos a los que Dios ve que están velando en la oración.

32) Los que oran no pueden presentarse a Dios con plegarias estériles, sin fruto, sin preparación. La oración no tiene efecto cuando se ruega a Dios con oraciones sin obras. Así como el árbol que no da fruto es cortado y echado al fuego (Mt 3,10), del mismo modo las palabras sin el fruto de las obras, es decir, no fecunda en obras buenas, no pueden merecer aprobación de Dios. Por ello la Sagrada Escritura diciendo: «Buena es la oración con el ayuno y la limosna» (Hch 10,4). En efecto, el mismo que en el día del juicio dará el premio por las buenas obras y las limosnas, es el que ahora escucha benignamente al que acude a la oración con buenas obras. Por eso, finalmente, el centurión Cornelio, cuando oraba, mereció ser escuchado, porque era un hombre que daba muchas limosnas al pueblo, al mismo tiempo que oraba continuamente a Dios. Hacia la hora de nona, mientras estaba en oración, se le presentó un ángel, dándole testimonio de sus buenas obras y diciéndole: «Cornelio, tus oraciones y limosnas han subido hasta la presencia de Dios, que las tiene presente» (Hch 10,4).

33 Suben inmediatamente al Señor las oraciones acreditadas por los méritos de nuestras obras. Así lo testimonió el ángel Rafael a Tobías, que oraba constantemente bien, diciéndolo: «Es bueno revelar y reconocer las obras de Dios. Cuando tú y Sara orabais, yo presentaba el memorial de vuestra oración ante la Majestad de Dios; y lo mismo cuando enterrabas a los muertos piadosamente. Y cuando no dudaste en levantarte de la mesa y dejar tu comida para ir a enterrar a un muerto, entonces yo fue enviado para probarte; y de nuevo Dios me ha enviado a ti para curarte y a tu nuera Sara. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles justos, que estamos presentes y permanecemos ante la Majestad divina» (Tob 12,1-15). También por medio de Isaías nos enseña y previene el Señor diciendo: «Desata todos los nudos de injusticia, deshace las coyundas de los negocios abusivos; deja en libertad a los oprimidos para que descansen, y destruye todo recibo injusto; parte tu pan con el hambriento y recibe en tu casa a los pobres sin techo; si ves a un desnudo, vístelo y no desprecies a tus semejantes. Entonces clamarás y Dios te escuchará, y no habrás acabado de hablar, cuando te dirá: Aquí estoy » (Is 58,6-9). Dios promete estar presente y dice que escuchará y protegerá a los que desaten de su corazón los nudos de la injusticia y practiquen la limosna con los siervos de Dios según sus preceptos. Pues los que escuchan lo que Dios manda merecen ser escuchados por Dios. El bienaventurado Pablo, al ser socorrido por los hermanos en su tribulación, dijo que aquellas obras buenas eran sacrificios agradables a Dios: «Estoy provisto de todo, después de recibir a Epafrodito lo que me habéis enviado como un aroma suave, como Dios acepta con agrado» (Flp 4,18). En efecto, cuando uno tiene piedad del pobre, presta a Dios, y el que da a los más pequeños, da a Dios, hace un sacrificio espiritual a Dios, como perfume de suave olor (Cf. Prov 19,1725,40).

34) En cuanto a la frecuencia de la oración vemos que Daniel y aquellos tres jóvenes, fuertes en la fe y victoriosos en la cautividad, observaron la hora de tercia, de sexta y de nona [Cf. Dan 6,14ss.) , prefigurando el misterio de la Trinidad, que había de manifestarse en los últimos tiempos. En efecto, desde la Hora de prima hasta la hora de tercia comprende el número tres; lo mismo de la hora cuarta a la secta, y de manera semejante de la séptima a la de nona, es decir, por medio de ternas horarias se enumera a la Trinidad perfecta. Los adoradores de Dios, desde hace mucho tiempo, habían determinado simbólicamente estos intervalos de horas, y se dedicaban a la oración en esos tiempos precisos. Y después se nos reveló que había sido un signo que los justos orasen de tal manera. Ciertamente, a la hora tercia descendió sobre los discípulos el Espíritu Santo, cumpliéndose con este don la promesa del Señor (Cf. Hch 2,15ss). Asimismo, Pedro a la hora de sexta subió a la terraza de la casa, avisado por una visión y llamada de Dios, para que admitiese a todos a la gracia de la salvación (Cf. Hch 10,9ss.), ya que antes había dudado en conceder el bautismo a los gentiles. Y el Señor fue crucificado a la hora de sexta (Cf. Lc 23,44), y a la hora de nona lavó con su sangre nuestros pecados (Cf. Mc 15,34) para redimirnos y darnos la vida, consumando a esa hora su victoriosa en la Pasión.

35) Pero nosotros, además de estas horas de oración observadas desde antiguo, hemos añadidos otros momentos relacionados también con los misterios de la salvación. Porque también se ha de orar por la mañana temprano, conmemorando con esa oración matutina la resurrección del Señor. Esto ya lo señalaba el Espíritu Santo en los Salmos diciendo: «Oh, Señor, Rey mío y Dios mío, a ti dirigiré mi oración; por la mañana y me presentaré ante ti y te miraré atentamente» (Sal 5,3-5). Y en otro lugar dice el Señor por medio del profeta: «Al amanecer estarán mirando hacia Mí y diciendo: venid, volvamos al Señor nuestro Dios» (Os 5,15-6,1). Por otra parte también, a la puesta del sol, cuando acaba el día, hemos de orar de nuevo. Pues, siendo Cristo el sol y día verdaderos, cuando se oculta el sol y el día natural finaliza, oramos y pedimos que vuelva sobre nosotros la luz, es decir, Cristo, que nos trae el don de la luz eterna. Que Cristo es ese día lo pone de manifiesto el Espíritu Santo en los Salmos diciendo: «La piedra que desecharon los constructores, se ha convertido en piedra angular. Ha sido obra del Señor y es algo admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor. Exultemos y gocemos en Él» (Sal 117,22-24). Del mismo modo, que Cristo fue llamado sol, lo atestigua el profeta Malaquías cuando dice: «Pero para vosotros, que teméis el Nombre del Señor, nacerá el sol de justicia y bajo sus alas estará vuestra salvación» (Mal 4,2). Por tanto, si en las Sagradas Escrituras el sol y día verdaderos son Cristo, no queda ninguna hora del día para los cristianos en que no deban adorar a Dios, de modo que los que estamos en Cristo, es decir, en el sol y día verdaderos [Cf. Jn 1,9], durante la jornada debemos dedicarnos a la oración y a la plegaria. Y cuando la noche suceda al día, según el orden de la naturaleza, ningún daño puede tener de las tinieblas nocturnas los que oran, porque para los hijos de la luz [Cf. Jn 8,12; Tes 5,3) hasta la noche es día. ¿Cuándo faltará el sol o el día al que tiene a Cristo como sol y día?

36)  Así pues, los que estamos siempre en Cristo, es decir, en la luz, no debemos dejar de orar durante la noche. De este modo Ana perseveró en el servicio del Señor, orando y velando sin interrupción, como está escrito en el Evangelio: «No se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones» (Lc 2,37). Allá se las vean los gentiles, que todavía no han recibido la luz, o los judíos, que, habiendo abandonado la luz, quedaron en tinieblas. Nosotros, queridísimos hermanos, que estamos siempre en la luz del Señor, que tenemos presente y guardamos lo que hemos empezado a ser al recibir la gracia, consideremos la noche como el día. Hemos de entender que estamos siempre en la luz, que no nos estorben las tinieblas de las que hemos sido liberados, no pongamos obstáculos a las oraciones de la noche, ni sirvan de excusa la desidia y la pereza. Regenerados y renacidos espiritualmente por la misericordia de Dios, debemos imitar lo que hemos de ser: en aquel reino solo existirá el día sin ser interrumpido por la noche, por ello, velemos por la noche como si fuera día, y si allí hemos de orar siempre y dar gracias a Dios, no cesemos de orar y dar gracias siempre aquí.



Habiendo llegado al final, que estas enseñanzas nos ayudará en la oración. Pero no es el final, porque necesitamos aprender más del Señor nuestro Dios, lo importante que es la oración para los que hemos sido redimidos por Cristo Jesús. Y desde el principio, los interesados pueden reflexionar, especialmente con la ayuda del Espíritu Santo. 

Al Señor no le agrada las oraciones tibias ni superficiales. En la oración del Padre Nuestro cuando más atención lo practiquemos, más pura se hace la luz para comprender lo que el Señor nos pide. 

Jesucristo nuestro Señor nos pide que estemos en vela, orando. Y es que el envidioso de las tinieblas, quiere que estemos descuidados, negligentes en la oración, que no estemos pendientes de ir con Cristo, es lo que quiere el Maligno, para hacernos sufrir, porque en el mal no existe el amor. En Cristo sí, Dios es amor, pero amar a Dios debe significar rechazar el amor al mundo. El amor al mundo: sus diversiones, sus juegos, todos sus entretenimientos nos aleja de nuestra salvación.


Nosotros no estamos en este mundo para condenarnos, sino para salvarnos.


La Sagrada Biblia es un medio muy santo y piadoso para nuestra formación cristiana. La adoración al Santísimo, nuestra consagración a la Madre de Dios.

Que cosa más horrible, y lo llaman "oración", que en el momento de orar, inmediatamente destruyen esa oración, en cuánto lo interrumpe para hablar de cosas que nada tiene que ver con la fe. Se reza mal, y hay mucha amargura en el corazón. Se reza bien, y es como un trocito de cielo en la tierra.

El demonio nuestro enemigo consigue sus propios deseos, las almas durante años y años, puede orar, pero sin el poder de la fe, le entran mil dudas que no dejan crecer la fe.

No hay que rezar un poquito, sino mucho y bien, pues todos necesitamos ir alcanzando la perfección y vida de santidad.   

martes, 10 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (26-29)

El Señor nos libra del mal, más aún, es que no quiere que el mal nos derribe, y por eso tenemos la necesidad de orar constantemente, también participar de los sacramentos nos ayuda a crecer y fortalecer en nuestra fe.


Si por descuido, y como somos débiles, nos descuidamos por no haber considerado el sentido espiritual de la oración. Cuando nos levantamos acudiendo al sacramento de la confesión, el mal que hay en nosotros muere. Porque la oración bien rezada y meditada nos ayuda a caminar hacia la Vida eterna, no a la muerte del alma.

Como decía: nos confesamos con el corazón arrepentido, compungido. Y absueltos de nuestros pecados, no debemos deliberadamente ir de nuevo al vomito del pecado. Porque pecar, luego confesar, y reincidir en el pecado, en el vicio, de esta manera no veo yo camino de verdadera conversión y no formaríamos partes de la salvación eterna.

Jesús rechaza al tentador diciendo: «Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. » (Mt 4,7). Si no queremos ser rechazados por Jesús, nos conviene no tentarle, es decir, no abusar de la Divina Misericordia para continuar atados en vicios y pecados. Debemos ser intachable ante los ojos de Dios.

Esas súplicas diarias en el Padre Nuestro, «Líbranos del mal», y es que esta oración es también una enseñanza para todos nosotros. Comprenderlo con el corazón nos ayuda a avanzar mucho en la fe.

Jesús fue tentado, Él no buscó las tentaciones, nosotros también sufrimos las tentaciones, pero en esa confianza en el Señor, y en el Señor vencemos nuestras tentaciones.

«Corazón obstinado mal acaba, y el que ama el peligro en él sucumbe» Eclesiástico (3, 27). Pidamos al Señor, y nosotros pongamos siempre de nuestra parte, para que nuestras confesiones sean sinceras y humildes, y los peligros de la tentación no podrá tener ese terrible poder sobre nosotros. La humildad del corazón expulsa al demonio, los aleja de nosotros. Pero el corazón del soberbio es como un imán poderoso que atrae a tantas tentaciones que el alma no podrá vivir en paz.

Para que el Señor nos proteja, debemos querer que así sea, debemos poner todos los medios, que el mismo Señor nos concede y facilita para ser humildes.



  • « Dios resiste a los soberbios, más da su gracia a los humildes. Por tanto, sed humildes ante Dios, pero resistid al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros. Lavaos las manos, pecadores, purificad el corazón, los inconstantes. Lamentad vuestra miseria, haced duelo y llorad; que vuestra risa se convierta en duelo y vuestra alegría en aflicción. Humillaos ante el Señor y Él os ensalzará» (Santiago 4,6-10).


Son muchos los que me decía, que era mejor reír, divertirse, y no les valían para nada las enseñanzas de la Palabra de Dios. ¿Cómo podemos pasarlo bien si no renunciamos a nuestra vida de impiedad? Esto atrae para sí, consecuencias demasiado trágica. 

Cuando hoy, al rezar mal la oración del Padre Nuestro, hay almas que buscan sus consuelos en las conductas del hombre viejo, sobre el humor, los cuentos de vieja, las diversiones… Pero la Palabra de Dios nos invita siempre a lo mejor, que si hoy derramamos lágrimas, y esas lágrimas lo deseaba también Santa Teresa de Jesús. San Francisco de Asís derramaba muchas lágrimas, porque Jesús siempre es ofendido. El Santo Padre Pío también derramaba muchas lágrimas, con Jesús. Es el camino de los santos, y el Señor quiere que seamos santos.

Muchos quieren salvarse, pero sin renunciar a las costumbres que llevan a la muerte que nuestro hombre viejo nos presenta. El Señor es más fuerte y nos ayuda a librarnos de nuestras malas costumbres.


Nosotros no hemos sido creados para los tormentos eternos, si Dios no lo quiere tampoco lo queramos nosotros. El apego a las malas inclinaciones costumbres. 



Cuando nos descuidamos, nos apartamos del Señor, somos tentados, nos olvidamos de los Santos Mandamientos, y enseguida nos ensuciamos con el pecado. Pero estando atento, evitamos la tentación y la paz vuelve a nuestro corazón. Porque la vida sin Dios es tiniebla, es muerte, angustia…

  • Una partecita del número 25, lo he añadido, para que se comprenda mejor lo que sigue. 

Cuando pecó Salomón, los espíritus malignos se aprovecharon para alejarle más del Señor, y dedicarse a las costumbres abominables del paganismo. A Dios nuestro Señor no le agrada que los creyentes se entreguen al mundo, a las doctrinas humanas. Salomón no quiso reaccionar, incluso hizo oídos sordos a la llamada del Señor que se le apareció dos veces. Son muchos los cristiano que actualmente se relacionan con los idólatras, no tienen a Dios, y se dejan someter a los espíritus malignos. 

Para evitar que nosotros caigamos en desgracias, y ser castigado en este mundo, necesitamos siempre la oración, suplicar al Señor que nos ayude, pues somos débiles y no sabemos hacer las cosas como es debido. 


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San Cipriano de Cartago: 

La oración dominical, (26-29) 

Obras completas
La oración dominical: el Padre Nuestro

Tomo I. 
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC.


  • 25 … Y de nuevo, cuando pecó Salomón y se alejó de los mandamientos y los caminos del Señor se dice: «Y suscitó el Señor a Satanás contra Salomón» (1Re 11,23).

26)   Se le concede contra nosotros un doble poder; o castigarnos cuando pecamos, o servirnos de mérito cuando somos probados, tal como vemos que sucede en el caso de Job, según declara el mismo Dios cuando dice: «He aquí que pongo en tus manos todo lo que tiene, pero cuida de no tocarlo a él» (Job 1,12). Y el Señor durante su pasión, dice en el Evangelio: «No tendrías contra mí ningún poder si no se te hubiera dado de lo alto» (Jn 19,11). Cuando nosotros pedimos no caer en la tentación somos advertidos de nuestra debilidad, para que ninguno se enaltezca de manera insolente y se convierta en un arrogante, porque el que se comporta así rechaza el poder de Dios, pensando que es propia la gloria de su confesión o de sus sufrimientos. Pues el mismo Señor nos enseña humildad cuando dice: «Velad y orad, para que no caigáis en tentación: el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41), para que nos sea concedido por su misericordia todo lo que se le pide con temor y respeto, cuando precede una confesión humilde y sumisa, atribuyendo todo a Dios.

27) Después de todo esto, al término de la oración contiene en sí misma todas nuestras peticiones y súplicas a modo de resumen. En efecto, decimos al final: «Más líbranos del mal», donde se compendia todo lo que el enemigo trama contra nosotros en este mundo, frente a lo cual podemos estar confiados y firmes si Dios nos libra, al concedernos su ayuda ante nuestros ruegos y súplicas. Por tanto, cuando decimos: líbranos del mal, ya nada queda por pedir, ya que de una vez hemos pedido la protección de Dios contra todo mal y, una vez obtenida, estamos seguros y protegidos frente a aquello que puedan tramar el diablo y el mundo. Pues ¿quién puede tener miedo del mundo si Dios es su protector en el mundo?

28)               ¿Qué hay de extraño, queridísimos hermanos, que en la oración, que Dios nos enseñó, resumiera como Maestro todo lo esencial de nuestras plegarias en esta fórmula de salvación? Esto ya había sido predicho anteriormente por el profeta Isaías, cuando lleno del Espíritu Santo hablaba de la majestad y de la misericordia de Dios, diciendo: «Palabra eficaz y compendio de la justicia, porque el Señor hará un discurso abreviado por toda la faz de la tierra» (Is 10,22,23). En efecto, cuando nuestro Señor Jesucristo vino como Palabra de Dios para todos y, reuniendo a doctos e ignorantes, enseñó los preceptos de salvación a gente de todo sexo y edad, hizo de sus preceptos un gran compendio, para que la memoria de sus discípulos, no tuviera que hacer un gran esfuerzo en aprender su doctrina celestial, y fuese asimilado con rapidez todo lo necesario para una fe sencilla. Y enseñando en que consiste la vida eterna, explicó con maravillosa y divina brevedad el misterio de esta vida, diciendo: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). Así mismo, cuando sacaba de la ley y los profetas los preceptos principales y más importante, dice: «Escucha Israel: el Señor tu Dios, es el único Señor» (Mc 12,29) y «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Este es el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas» (Mt 22,37ss; Mc 7,12)

29)               El Señor no solo enseñó a orar con sus palabras, sino también con sus obras. También Él oraba frecuentemente y nos mostraba con el testimonio de su ejemplo que debemos hacer nosotros, como está escrito: «Él se retiró a lugares solitarios, donde oraba» (Lc 15,16); y en otro pasaje: «Se fue al monte a orar y se pasó toda la noche orando a Dios» (Lc 6,12). Por tanto, si oraba el que no tenía pecado, ¡Cuánto más debemos velar nosotros por la noche permaneciendo en oración!



  • Mañana si Dios quiere, queda la última parte de esta doctrina de San Cipriano del 30 al 36.

Como el día anterior comentaba, sobre las tentaciones. Y siempre aparece cuando descuidamos nuestra relación con el Señor, y el enemigo se aprovecha de ello. Tenemos que estar a todo momento vigilantes, porque el mal no quiere descansar ni darse vacaciones, siempre está buscando el modo de hacernos caer.  

Cuando rezamos con el corazón, estamos creciendo en humildad. Cuando estamos en comunión con el Señor, el tentador no podrá vencernos. La humildad de Jesús en nosotros, cierra las puertas a los enemigos del alma. Seremos tentados, pero siempre en Jesús vencemos.

Hubo un tiempo en que las tentaciones eran tan fuertes, y las comparo, como si un edificio cayera sobre una hormiga. Pero el poder de la oración, la rápida ayuda de Jesús, novenas, que son muy necesarias, la devoción a la Santísima Madre de Dios, en un instante el enemigo es expulsado de nuestra vida, pero no se rinde, porque siempre espera a que dejemos de orar para arrojarse sobre nosotros. La oración del Padre nuestro, el santo rosario meditado siempre es necesaria para nosotros, insisto en ello.


Puesto que el Señor no nos impulsa a las tentaciones, tampoco debemos quererlo nosotros, sino que a la mínima ocasión de peligros, al instante debemos huir de todos los peligros.



  • «Velad y orad, para que no caigáis en tentación: el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41)


Jesús siempre nos da el remedio para no dejarnos vencer por nuestras tentaciones.

Actualmente Jesús intercede por nosotros, cuando combatimos contra nuestros desordenes.

El Señor nos libra del mal, del tentador, del temor a las enfermedades, con la gracia de Dios, también somos librado del miedo a la muerte. El fiel bautizado ha sido creado para la vida eterna. 

Que nadie espere la vida eterna si no renuncia a sus vicios, a las impurezas, al libertinaje, porque esto el único destino son los tormentos eternos. Los pecadores incorregible, ya han de temer lo que les espera, el castigo eterno, y eternidad que nunca tendrá fin. 

Los que viven en el Señor con perseverancia, Vida eterna.

La Santísima Madre de Dios siempre nos ayuda, debemos consagrarnos a ellas con frecuencia, para seguir avanzando, escalando hacia el cielo. Es importante que una vez que nos hayamos consagrado a los Corazones de Jesús y María Santísima, todos los días necesitamos renovar nuestra consagración, no caeremos en las insidias del maligno. Alimentémonos espiritualmente conociendo cada vez mejor la Sagrada Biblia, no debemos ser perezoso, nos ayuda en todos los sentidos. La Palabra de Dios nos prepara para la vida eterna.

lunes, 9 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (23-25)

En la oración de Jesús, le pedimos al Señor que nos perdone nuestras deudas, esto es, todos nuestros pecados, porque nos arrepentimos con sincero corazón. Si un alma busca el perdón del Señor, pero no perdona a su prójimo, lo puede pasar muy mal en el momento del juicio.


Hay quienes dicen; "perdono pero no olvido", hemos de tener en cuenta que el decir que perdona pero que no olvida, verdaderamente no ha perdonado de corazón.


Todos nosotros, es el Señor quien nos da esa fuerza de saber perdonar de corazón, y siempre seguir dando buen ejemplo de cristianos teniendo como modelo a Jesús, que no podemos separarnos de En este mundo tenemos tentaciones, pero aborrecemos con toda nuestra alma cualquier pecado. El pecado siempre roba la paz del corazón. Nos reconocemos pecadores, y por eso, muchas veces al día, rezamos la oración que Jesús nos ha enseñado, y meditar los misterios del santo rosario.


Todos tenemos la posibilidad de rezar con verdadera devoción la oración de Jesús, por lo que nos llevaría mejor a una vida verdaderamente espiritual, y comprender las cosas no desde nosotros mismos, una medida del hombre viejo que pone barrera al amor de Dios, y sin vida espiritual, es fácil que el alma sea dominada con los engaños de este mundo, del propio yo, del tentador.


Cuando un atento lector lee y medita las enseñanzas de Jesús, el fiel cristiano que pertenece a la Iglesia Católica, sabe muy bien lo que ha de hacer. No puede haber ningún mal dentro de nuestro corazón, ningún resentimiento contra el prójimo, pero tampoco ninguna afición terrenal, ni vicios ni pecado. Que nuestra oración debe ser pura, nunca contaminada con los gustos del hombre viejo.

En nuestras ofrendas a Dios, insisto en ello, y también nos lo enseña San Cipriano, debemos ser puros e inocente, para complacer a Dios.

San Cipriano de Cartago


La oración dominical, (23-25)

 
Obras completas
La oración dominical: el Padre Nuestro
Tomo I.
Biblioteca de Autores Cristianos.

23)   El Señor añade y enuncia claramente una ley, sometiéndonos a una condición precisa y a una promesa: que debemos pedir que nos sean perdonadas nuestras deudas en la medida que nosotros perdonemos a nuestros deudores, sabiendo que no se puede obtener lo que pedimos para nuestros pecados si nosotros no hacemos lo mismo con los que pecan contra nosotros. Por ello dice en otro lugar: «Con la medida que midáis, se os medirá» (Mt 7,2). Y por ello aquel siervo que no quiso perdonar toda la deuda a su compañero, perdió el perdón que había recibido de su señor (Cf. Mt 18,23ss.) Esta misma regla propone Cristo aún con mayor fuerza y vigor en sus preceptos, dice: «Cuando os pongáis de pie para la oración, perdonad si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestros pecados. Pues si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre, que está e los cielos perdonará vuestros pecados » (Mc 11,25-27). No te quedará ninguna excusa en el día del juicio cuando seas juzgado según tu propia sentencia y sufras aquello mismo que tú has hecho a los otros. Dios nos manda vivir en paz en su casa, concordes y unánimes, y quiere que, una vez renacidos, perseveremos en lo que hemos llegado a ser en nuestro segundo nacimiento. Por, nosotros, que hemos comenzado a ser hijos de Dios, permanezcamos en la paz de Dios, y los que tenemos un solo Espíritu, tengamos también una sola alma y un solo corazón. Por ello, Dios no acepta el sacrificio del que vive en discordia, y le manda que se retire para reconciliarse con su hermano (Cf. Mt 5,24), ya que es solo propicio para Dios es nuestra paz y concordia fraternas, un pueblo unido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

24)   Asimismo, en los sacrificios que ofrecieron Abel y Caín (Cf. Gn 4,3ss.), Dios se fijaba más en el corazón que en las ofrendas, de modo que agradaba más a Dios en su ofrenda aquel que le agradaba también en su corazón. Abel, pacífico y justo, mientras sacrificaba a Dios con inocencia, enseñó también a los demás a que, cuando hacen sus ofrendas en el altar, se acerquen con temor de Dios, con corazón sencillo, con la ley de la justicia y la paz de la concordia. Con razón, aquel hombre que ofrecía a Dios con tal voluntad, se convirtió después él mismo en sacrificio para Dios. De este modo él, que poseía la justificación y la paz del Señor, constituyéndose el primero de los mártires, inició la pasión del Señor con la gloria de su sangre. Tales son aquellos a los que en el día del juicio. Por el contrario, el que siembra la discordia, la división y no está en paz con sus hermanos, según lo que nos atestigua el bienaventurado apóstol y la Sagrada Escritura, aunque muera por el nombre de Cristo no podrá escapar del crimen de dividir a los hermanos, porque está escrito: «El que odia a su hermano es un homicida» (1Jn 3,15) y el homicida no puede entrar en el Reino ni vivir con Dios. No puede estar con Cristo el que prefirió imitar a Judas antes que a Cristo. ¡Qué gran pecado es este que no puede ser lavado por el bautismo de la sangre! ¡Qué gran crimen que no puede ser expiado ni con el martirio!

25 )   El Señor nos ha enseñado como algo necesario que también que hemos de decir la oración: «Y no nos deje caer en la tentación»En esta parte del Padrenuestro nos ha mostrado no puede nada contra nosotros si Dios antes no se lo permite, para que todo nuestro temor, devoción y obediencia se dirijan solo Dios, ya que nada puede el maligno en nuestras tentaciones, si el Señor no se lo concede. Esto lo demuestra la Escritura cuando dice: «Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén, y el Señor la entregó a sus manos» (Dan 1,1-2) [1Re 24,11). El poder se le ha concedido al maligno contra nosotros según nuestros pecados, como está escrito: «¿Quién entregó al pillaje Jacob, y a Israel a los saqueadores? ¿Acaso no ha sido Dios, contra el que pecaron y cuyos caminos no querían seguir, ni observar su Ley? Descargó sobre ellos la ira de su indignación» (Is 42,24-25). Y de nuevo, cuando pecó Salomón y se alejó de los mandamientos y los caminos del Señor se dice: «Y suscitó el Señor a Satanás contra Salomón» (1Re 11,23).
Continuará con la gracia de Dios.

Reflexión:
  • «Y no nos deje caer en la tentación».


Tengamos presente, que el Señor no quiere que caigamos en ninguna tentación, sino que al momento, debemos acudir a Él, por muy terrible que sea nuestras tentaciones, el Señor nos ayudará. Como nosotros tampoco queremos someternos a nuestras tentaciones, necesitamos aumentar la humildad en nuestro corazón, pues el diablo no puede dominar a los corazones humildes, se ve vencido, derrotado. Pero el enemigo de las almas se siente cómodo en las almas soberbiar y que se atan a los pecados, y alcanza el poder terrenal, que se imaginan poder hacer de todo. 

El diablo intentará hacer daño a los humildes, acudiremos a la Madre de Dios que su intercesión es verdaderamente infalible, la Madre de Dios nos ayuda. 

Siempre que la tentación aparezca, nunca debemos contemplarlo como si se contemplara un escaparate, porque caerás, al instante debemos apartarlo de nuestra mente, orando, meditando la Palabra de Dios, haciendo memoria de las cosas santas, meditar la Pasión de Cristo, sus llagas, dolores.

domingo, 8 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (19-22)

La oración del Padre nuestro nos anima a estar desprendido de todas cosas terrenales, como franciscanos, la vida del Evangelio es infinita más maravillosas que si tuviéramos riquezas presentes. Hace mucho, yo pensaba: “¿qué te parece, José Luis, si te dieran, oro, piedras preciosas…?” Es que yo me sentía como abrumado con tal pensamiento terrible. Podría ser que si yo no conociera las enseñanzas de Jesús, para mi eso sería lo más importante, pero sería un desgraciado. Pero ya con el Evangelio, el Santo rosario, sería para mí lo más completo, cuando leía y releía la Sagrada Biblia, y meditaba sus enseñanzas.

Antes de la llamada de Jesús a seguirle, estaba interesado en comprar cupones de la ONCE, y alguna lotería, pero con la fe que el Señor me ha dado, el conocimiento de la vida de los Santos, que lo dejaron todo por seguir a Cristo, San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara y otros santos franciscanos, y no franciscanos, como San Juan de la Cruz, San Bruno, San Antonio Abad y no termina ahí los ejemplos de los Santos y Santas, esa fuerza que gracias a la comprensión de la Palabra de Dios, enseñanzas de Jesús, y cuando rezamos con mucha devoción el Padre nuestro, o el Ave María, el Santo Rosario, nuestras tentaciones se hacen trizas, el tentador no llega a conseguir sus malas intenciones en nosotros, ya que tenemos presente, que la oración es en espíritu y verdad, y en esto nos unimos más espiritualmente con el Señor. Porque es verdad, no podemos preocuparnos de servir a dos señores, a Dios y al dinero. Porque si estoy, (hablo por mí mismo), si estoy pendiente del dinero, no acertaría a caminar en la fe, podría hacer el bien a algunos, pero a otros mostrarles desprecios, es cuando no nos centramos en rezo del Padre Nuestro con el corazón libre y despojado del egoísmo del hombre viejo.

Por el contrario, cuando nos tomamos muy en serio la verdadera devoción, nuestra conducta terrenal se irá desvaneciendo en nosotros. Pues si el Señor es el primero que quiere que salgamos de nosotros, y vivir en su presencia como si le estuviéramos viendo de forma visible. Y debemos ser muy constantes, porque lo espiritual y lo mundano no es una unidad, seríamos muy tibios, pero tenemos siempre la solución del Señor para salir de nuestra tibieza.

Que gran confianza tenía el Santo de Asís, el Poverello, en la Divina Providencia, y la Santa Doctora, Teresa de Jesús, que nunca debemos turbarnos con las cosas de este mundo. Pues si nosotros permanecemos en Cristo, debe serlo para siempre: «Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta». Cuando ya el alma conoce a Cristo, lo demás ya no importa para nada. Más aún pues teniendo cosas materiales, si no lo usamos para gloria de Dios, seríamos esclavos. 

San Cipriano de Cartago

Obras completas


La oración dominical: 
el Padre Nuestro 
Tomo I.
Biblioteca de Autores Cristianos.


San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (19-22)


19.    Pero puede entenderse también en el sentido siguiente: quiénes hemos renunciado al mundo, a sus riquezas y pompas, quiénes han renunciado al mundo, a sus riquezas y pompas, a cambio de la gracia espiritual que recibimos por la fe, pedimos solo el alimento y el sustento, y que os lo enseña el Señor con estas palabras: «Quien no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). El que ha comenzado a ser discípulo de Cristo renunciando a todo según la palabra del Maestro, debes pedir el alimento diario y no extender más allá los deseos de su petición, porque el mismo Señor de nuevo prescribe y dice: «No os preocupéis del mañana, pues el mañana se preocupa de sí mismo. A cada día le basta su malicia» (Mt 6,34). Con razón, por tanto, el discípulo de Cristo pide para sí el alimento del día, ya que se le prohíbe pensar en el mañana, pues sería contradictorio que quisiéramos vivir en este mundo por mucho tiempo los que pedimos que venga el Reino de Dios fortaleciendo la firmeza de nuestra fe y esperanza: «Nada, dice, hemos traído a este mundo, ni tampoco nada podemos sacar de él. Así que, teniendo alimento y vestido, debemos contentarnos con esto. Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en la trampa y malos deseos, que hunde al hombre en la perdición y muerte. Pues la raíz de todos los males es la codicia, buscándola algunos han naufragado en la fe y se ha acarreado muchos dolores» (1Tm 6,7-10).

20.    El Apóstol enseña no solo que se deben despreciar las riquezas, sino también que estas son peligrosas, porque en ellas se encuentran la raíz de todos los males, que nos seducen, que nos engañan, convirtiendo en ciega la mente humana con un disimulado engaño. Por eso Dios reprende duramente a aquel rico necio, que pensaba solo en las riquezas temporales y se vanagloriaba de la abundancia de sus frutos, diciendo: «Necio, esta noche te reclamarán el alma. Las cosas que has acumulado, ¿Para quién será?» (Lc 12,20). Se alegraba el necio de sus posesiones por largos años, cuando iba a morir aquella misma noche; pensaba solo en la abundancia de recursos que ya le faltaba la vida. El Señor, por el contrario, enseña que es sumamente perfecto aquel que, después de vender todos sus bienes y distribuirlos entre los pobres, se prepara un tesoro en el cielo (Cf. Mt 6,20; 19,21). El Señor dice que podrá seguirlo e imitar la gloria de su pasión el que, libre y sin trabas, no atado por los bienes familiares, sino con plena libertad, sigue sus bienes, que ya antes había puesto en las manos de Dios. Para que cada uno de nosotros pueda prepararse a este desprendimiento, nos enseña de este modo a orar y a conocer cuál debe ser la regla de nuestra oración.

21)    No puede faltar el alimento cotidiano al justo, ya que está escrito: «No hará morir de hambre el Señor al hombre justo» (Prov 10,3); y también: «Fui joven, ya soy viejo y nunca vi desamparado al justo, ni a su descendencia mendigando el pan» (Sal 36,25). Lo mismo promete el Señor, cuando dice: «No os preocupéis diciendo: ¿Qué comemos? o ¿qué beberemos? Por todas estas cosas se afanan los gentiles. Sabe bien vuestro Padre que necesitáis que estas cosas. Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia y todas estas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6,31-33). Promete, pues el Señor que todo será otorgado a los que busquen el Reino de Dios y su justicia. En efecto, siendo todas las cosas de Dios, a quien tiene Dios nada le faltará, si él no falta a Dios. Así se explica que Daniel, arrojado por orden del rey a la fosa de los leones, sea alimentado milagrosamente y coma el hombre de Dios en medio de aquellas fieras hambrientas, pero que lo respetan (Cf. Dn 14,31ss.). Así también fue alimentado Elías en su fuga en el desierto por cuervo que le servían y le llevaban el alimento durante la persecución (Cf. 1Re 17,16ss.). ¡Oh detestable crueldad de la maldad humana! Las fieras perdonan, las aves sustentan, mientras los hombres tienden trampas y actúan con violencia.

22)    Después de esto, también pedimos por nuestros pecados, diciendo: «Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Tras el socorro del alimento se pide también el perdón del pecado, a fin de quien es alimentado por Dios viva en Dios y o se preocupe solo de la vida presente, tal como die en el Evangelio: «Te perdoné toda la deuda, porque me suplicaste» (Mt 18,32). ¡Con qué necesidad, previsión y preocupación por la salvación se nos advierte de que somos pecadores! Nosotros, que nos vemos obligados a rogar por nuestros pecados, mientras pedimos perdón a Dios, tomamos conciencia de lo que somos. Y para que ninguno se complazca en sí mismo, como si fuese inocente, y no perezca aún más en su orgullo, se nos instruye y enseña que pecamos todos los días, porque cada día se nos ordena rezar por nuestros pecados. Finalmente, también juan en una de sus cartas nos advierte diciendo: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, el Señor es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados.» (1º Jn 1,8-9). En su carta Juan nos recuerda dos cosas: que debemos rogar por nuestros pecados y que hemos de pedir perdón con nuestra oración. Por eso afirma que el Señor es fiel para perdonar los pecados, porque guarda fidelidad a sus promesas. Pues el que nos enseñó a orar por nuestras deudas y pecados, también os ha prometido la misericordia del Padre y el perdón consiguiente.
Continuará con la gracia de Dios.





Comentario
Ya había comentado anteriormente, que conocí esta enseñanza espiritual del Padre Nuestro, en un libro, del Apostolado Mariano, eran más bien breves, pero me gustó. Al cabo de los años, gracias a Dios, en las obras completas, es bastante amplia esta maravillosa enseñanza, yo disfruto meditando. Y me invita a mejorar a rezar más devotamente esta oración. Y fácil, porque lo que viene de Dios siempre nos resulta fácil, ya que Él, nos ayuda a comprenderlo. Ninguno de nosotros tenemos sabiduría propia, sino que todo el saber es exclusivo de Dios, y aunque somos indignos, podemos comprender todo el amor de Dios. En la oración del Padre nuestro, que siempre conviene hacer una muy atenta reflexión, desde el principio hasta el final.

La doctrina del Padre Nuestro, el de San Cipriano es más completo. Luego está también, las obras completas de Joseph Ratzinger, que es el Papa Benedicto XVI, dedica el capitulo cinco a la oración de Jesús, el Padre nuestro, de la Biblioteca de Autores Cristianos. BAC, y lo explica muy bien.  El libro: «Jesús de Nazaret / Escritos de Cristología» (Obras completas, VI/1)

El cristiano debe superarse así mismo, en su propia negación, para aprender más del Señor, y corregir las formas erróneas de la oración.