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viernes, 13 de marzo de 2020

La Sagrada Comunión, en la boca y de rodillas.

Actualmente hay desacuerdos, en que es necesario recibir la comunión de pie y en la mano, en contra de la verdadera piedad y santidad, cuando al recibir a Jesús, es preferible recibirle en nuestra lengua, en la boca y arrodillados. Se llegan a encolerizar esas personas porque no aceptan ese error de comulgar de pie y en la mano.

Es que no puede haber motivo para discutir, pues no le agrada al Señor.

Dicen, los que no se arrodillan ante el Señor, que es tan digno, legítimo, como el que comulga de rodillas y en la boca. Pero esto son opiniones personales, que no tienen fundamentos en la verdadera piedad. Dicen también, que la Iglesia lo permite, y eso que no se han dedicado a profundizar en la verdad.

Muchos tienen vergüenza de arrodillarse ante Jesús, por el que dirá. Pues es necesario tener fe, hacer mucha oración.

Durante cierto tiempo, cuando iba a misa cada domingo, recibía la Sagrada Comunión, pero de pie, aunque jamás extendí la mano. No era de vida religiosa, sin mundano, tibio, miserable, despreciable, merecedor del castigo más riguroso del Señor. Pero todo cambió, el Señor se apiadó de mí, cuando vino el Papa Juan Pablo II a España. Estaba yo en oscuras tinieblas, viendo la televisión, y cuando comencé a oír las palabras de Juan Pablo II, cuando le vi en la televisión, toda aquella oscuridad se desvaneció. Todavía era tibio, comulgaba de pie, pero la bondad del Señor que me iba corrigiendo, educando, comprendí, que no eran las personas, pues en la iglesia, cuando comulgaban, no se arrodillaban nadie, y contra todo respeto humano, comencé a arrodillarme. Si anteriormente, desde mi niñez, estaba convencido de que Jesús en la Sagrada Forma, a partir de ese momento, como si mi Ángel de la Guarda, se arrodillaba ante el Señor, ante el Hijo de Dios, y Dios mismo. ¿Por qué no iba a hacer yo lo mismo? Y más aún cuando lo tomo en la boca, el Señor llena mi vida. Merecedor de castigo eterno merecería yo, si sabiendo que Jesús es Dios, no me arrodillase para recibirle. Sería un maldito entre los malditos del infierno y olvidado de Dios para toda la eternidad.

Pero creo en el Señor. Me duele en cambio, cuando hay sacerdotes que no dan importancia ante el gran misterio de la Eucaristía. Dolor y lágrima he tenido, cuando he visto a Jesús tirado por los suelos, debajo de un banco, pisoteado por tantas almas que no aman a Jesús.

¿Es legítimo las dos maneras de comulgar, los que lo hacen de rodillas y en la boca, y aquellos que permanecen de pie y lo coge con la mano?

En más de una ocasión, por algún video, se ha visto que quien lo coge con la mano, sin tomárselo, unas veces lo guardan en el bolsillo, otras veces, como una niña después de tenerlo en la mano, se marcha, pero de pronto, el sacerdote que se había dado cuenta, llamó la atención a aquella niña.

Otras veces, estando un servidor en la fila de los comulgantes, veo que delante de mí, una persona, saluda a otras, luego toma la comunión con la mano, y saluda a otros dándole la mano. ¡Cuántas partículas consagradas terminan por los suelos!

Y todavía hay quienes se empeñan que tienen la misma dignidad de comulgar de las dos formas. Que unas veces, lo hacen de rodillas y en la boca, y otras de pie y en la mano, esto es la misma persona. O sea, es una indiferencia inmensa. Una ofensa, burla a Dios. Eso no tiene que ver con el amor a Dios.

Recibir a Jesús de pie, tiene sus riesgos, el más peligroso, es perder la fe y no reconocerlo, el corazón se endurece. No hemos recibido de la Tradición, "recibid a Jesús según como os parezca". Con este desorden el alma se aleja de su salvación eterna. 

Algunos han acusado al Papa Benedicto XVI, que da la comunión de pie, pero no era por deseo del Pontífice Romano, que siendo por aquella época, junto con San Juan Pablo II, poner fin a los muchos abusos. Y aquellas personas que se atrevieron a permanecer de pie, para comulgar, y poniendo la mano, no era por humildad, sino por soberbia. Posiblemente eran enemigos de Cristo. Pues esto es lo que sucede cuando no se reconoce el Señor como merecedor de todo nuestro amor y devoción. 

¿Por qué hay cristianos que se arrodillan ante el Señor para recibirle en la boca? Precisamente porque creen con el corazón, porque le ama y le adora. Porque sabe muy bien, que Jesús ha venido a salvarnos, que confiamos plenamente en Él, y no nos abandona. Porque el que ama mucho, por el Señor hace sacrificios, y crece en la fe. 


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Se sentía más cómodo el Santo Padre Benedicto, cuando los comulgantes se arrodillaban con devoción, con respeto. Y además, la importancia de la bandeja de la Comunión. 




De esta obra de Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, he recogido estos textos. 

• Finalmente es esencial arrodillarse, como actitud corporal de adoración, en la que seguimos estando preparados, dispuesto, disponible, pero a la vez nos inclinamos ante la grandeza del Dios vivo y de su Nombre. Jesucristo mismo, según el relato de San Lucas, durante las últimas horas antes de su pasión, oró de rodillas en el huerto de los olivos (Lc 22,41). Esteban cayó de rodillas, cuando antes de su martirio vio el cielo abierto y a Cristo de pie (Hechos 7, 60). Ante Él, el que está de pie, Esteban se arrodilla. Pedro rezó arrodillado para suplicar a Dios la resurrección de Tabita (Hechos 9,40). Pablo, después de su gran discurso, rezó con ellos arrodillándose (Hechos 20, 36). Con gran profundidad se expresa el himno cristológico de la carta a los filipenses (Flp 2, 6-11), que traslada a Jesucristo la promesa de Isaías del homenaje universal de rodillas ante el Dios de Israel: Jesús es Aquel ante «cuyo nombre toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo» (Flp 2,10). De este texto se desprende no solo el hecho de que la primitiva Iglesia se arrodillaba ante Jesucristo, sino también el motivo: ella le rinde homenaje públicamente a Él, al Crucificado, como Señor del mundo, en el que se ha cumplido la promesa del dominio del mundo por el Dios de Israel. Con ello da testimonio frente a los judíos en que la ley y los Profetas hablan de Jesús cuando se refieren al «Nombre» de Dios, y frente a las pretensiones totalitarias de la política, deja sometido el culto imperial a la nueva soberanía universal establecida por Jesús, que pone sus límites al poder político. En resumen, expresa su sí a la divinidad de Jesús; nos arrodillamos con sus testigos –desde Esteban, Pedro y Pablo– ante Jesús y esto es una expresión de fe para ella irrenunciable desde el principio, como testimonio visible en este mundo de su relación con Dios y con Cristo. Ese arrodillarse es la expresión corporal de su sí a la presencia real de Jesucristo, que, como Dios y hombre, con cuerpo y alma, con carne y sangre está presente entre nosotros. (Obras completas de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Tomo XI, IV, Teología de la Liturgia. la Eucaristía, centro de la Iglesia. Páginas 263-264. Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2012)

De las obras completas de Joseph Ratzinger, XI
Teología de la Liturgia
Págs. 364 y siguiente
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC

Arrodillarse ante el Señor
«Finalmente tenemos el arrodillarse ante el Señor: la adoración ha estado siempre, por su propia esencia, incluida en la Eucaristía, porque el mismo Señor está presente en ella. Aunque solo se desarrolló de esta magnifica forma en la Edad Media, tal desarrollo no constituye una mutación o un alejamiento, no es otra cosa que sacar a la luz aquello que estaba ahí. En efecto, si el Señor se nos da, recibirlo solo se puede consistir, al mismo tiempo, en inclinarse ante Él, en glorificarlo, en adorarlo. Tampoco hoy está en contra de la dignidad, de la libertad y de la grandeza del hombre doblar la rodilla, vivir en obediencia ante Él, adorarlo y glorificarlo. Pues si lo negamos para no tener que adorarlo solo nos queda el imperativo de la materia. Entonces carecemos realmente de libertad, somos solo una mota de polvo, que, arrasada en el giro del gran molino del universo, trata en vano su propia libertad. Sólo si Él es el Creador se sigue que la libertad es el fundamento de todas las cosas y que podemos ser libres. Al inclinarse ante Él, nuestra libertad no queda suprimida, sino que es verdaderamente asumida y hecha definitiva. Pero en este día del Corpus hay algo más que viene a agregarse a lo dicho. Aquel a quien adoramos –ya lo he dicho antes–, no es un poder lejano. Él mismo se ha hincado ante nosotros para lavarnos nuestros pies. Eso da a nuestra adoración su aire de soltura, de esperanza y de alegría, porque nos inclinamos ante aquel que a su vez se ha inclinado, y porque nos inclinamos en el amor que no esclaviza sino que transforma. Así queremos pedir al Señor que nos regale ese reconocimiento y esa alegría, y que ella se irradie desde este día a nuestra tierra y a nuestra vida cotidiana. »

También podemos encontrar en la web del Vaticano:

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
DEL SUMO PONTÍFICE

Los signos externos de devoción por parte de los fieles

• Finalmente queremos destacar el arrodillarse en la consagración[19] y, donde se conserva este uso desde el Sanctus hasta el final de la Plegaria eucarística[20], o al recibir la sagrada Comunión[21]. Son signos fuertes que manifiestan la conciencia de estar ante Alguien particular. Es Cristo, el Hijo de Dios vivo, y ante él caemos de rodillas[22]. En el arrodillarse el significado espiritual y corporal forman una unidad pues el gesto corporal implica un significado espiritual y, viceversa, el acto espiritual exige una manifestación, una traducción externa. Arrodillarse ante Dios no es algo “no moderno”, sino que corresponde a la verdad de nuestro mismo ser[23]. “Quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse, y una fe, o una liturgia que desconociese el arrodillarse, estaría enferma en uno de sus puntos capitales. Donde este gesto se ha perdido, se debe aprender de nuevo, para que nuestra oración permanezca en la comunión de los Apóstoles y los mártires, en la comunión de todo el cosmos, en la unidad con Jesucristo mismo” [24].

Notas:
[19] Cfr. IGMR, n. 43; J. Jungmann, Missarum sollemnia 2, Ed. anastatica, Milano 2004, pp. 162-164.

[20] Cfr. IGMR, n. 43.

[21] Cfr. IGMR, n. 160; J. Jungmann, Missarum sollemnia, 2, p. 283.

[22] Cfr. Benedicto XVI, Luce del mondo, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2010, pp. 219-220.

[23] Cfr. J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia della liturgia, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2010, pp. 175-183.194-195, 558-559.

[24] J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia della liturgia, p. 183.



Ir aquí para leer el documento completo: 



Si Dios quiere, iré compartiendo más reflexiones sobre este tema. 



domingo, 1 de marzo de 2020

Ayuno y tentaciones de Jesús, En Cristo vencemos al diablo

Cuando el alma es tentada por el mal, si no cuenta con Cristo está perdido, se desespera. Las tentaciones pueden ser terribles, solo Dios puede ayudarnos, y por eso, todos los días acudimos a Jesús. Nuestra devoción a la Madre de Dios, confiando en ella, vamos con la seguridad de encontrarnos con Cristo Jesús.

Cuando comenzamos a seguir a Jesucristo, nuestras oraciones pueden ser imperfectas, pero no nos vamos a detener en las imperfecciones, pues en la medida que recemos, con perseverancia, esas imperfecciones se desvanecen. Debemos vigilar para que no vuelvan las antiguas y malas costumbres. La oración es la mejor medicina para nuestra alma. Nos abre las puertas del Reino de los cielos. Nunca debemos orar según nuestra propia medida, sino la de Jesucristo, y adelantaremos mucho.

El Señor en su infinita misericordia siempre quiere ayudarnos, y desde los confines del mundo, el Señor atiende las plegarias. Necesitamos tener nuestro corazón bien ordenado, bien dispuesto a la Voluntad de Dios.  

Ninguno de nosotros somos tan poderosos, para vencer tentaciones leves, para que no se agrave, siempre tenemos a Jesús, tenemos a la Madre de Dios que nos ayudará. El enemigo huirá de nosotros y la paz y alegría volverá a nuestro corazón. En el momento que pueda aparecer cualquier inquietud, cualquier turbación, es el tentador que quiere someternos, pero nosotros no debemos caer en sus engaños. 

Evangelio tomado del Nuevo Testamento, Eunsa:

Ayuno y tentaciones de Jesús
San Mateo 4, 1-11

1 Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. 2 Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. 3 Y acercándose el tentador le dijo:

—Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
4 Él respondió:
—Escrito está:
No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios.
5 Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. 6 Y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está:
Dará órdenes a sus ángeles sobre ti, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra.
7 Y le respondió Jesús:
—Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
8 De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dijo:
—Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras.
10 Entonces le respondió Jesús:
—Apártate, Satanás, pues escrito está:
Al Señor tu Dios adorarás y solamente a Él darás culto.
11 Entonces le dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían.

Comentario de la Sagrada Biblia de Navarra, Eunsa:


Antes de comenzar su obra mesiánica y de promulgar la Nueva Ley en el Discurso de la Montaña, Jesús se prepara con oración y ayuno en el desierto. Moisés había procedido de modo semejante antes de promulgar, en nombre de Dios, la Antigua Ley del Sinaí (cfr Ex 34,28), y Elías había caminado cuarenta días en el desierto para llevar a cabo su misión de renovar el cumplimiento de la Ley (cfr 1 R 19,5-8). También la Iglesia nos invita a renovarnos interiormente con prácticas penitenciales durante los cuarenta días de la Cuaresma, para que «la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal» (Misal Romano, Miércoles de Ceniza, Oración colecta). Cfr también nota a Lc 4,1-13.

Con el episodio de las tentaciones Mateo presenta a Jesús como el nuevo Israel, en contraste con el antiguo. Jesús es tentado, como lo fueron Moisés y el pueblo elegido en su peregrinar durante cuarenta años por el desierto. Los israelitas cayeron en la tentación: murmuraron contra Dios al sentir hambre (Ex 16,1ss.), exigieron un milagro cuando les faltó agua (Ex 17,1-7), adoraron al becerro de oro (Ex 32). Jesús, en cambio, vence la tentación y, al vencerla, manifiesta la manera que tiene de ser Me­sías: no como quien busca una exaltación personal, o un triunfo entre los hombres, sino con el cumplimiento abnegado de la voluntad de Dios manifestada en las Escrituras.


Las acciones de Jesús son también ejemplo para la vida de cada cristiano. Ante las dificultades y tentaciones, no debemos esperar en triunfos fáciles o en intervenciones inmediatas y aparatosas por parte de Dios; la confianza en el Señor y la oración, la gracia de Dios y la fortaleza, nos llevarán, como a Cristo, a la victoria: «Si el Señor permitió que le visitase el tentador, lo hizo para que tuviéramos nosotros, además de la fuerza de su socorro, la enseñanza de su ejemplo. (...) Venció a su adversario con las palabras de la Ley, no con el vigor de su brazo. (...) Triunfó sobre el enemigo mortal de los hombres no como Dios, sino como hombre. Ha combatido para enseñarnos a combatir en pos de Él. Ha vencido para que nosotros seamos vencedores de la misma manera» (San León Magno, Sermo 39 de Quadragesima).




De los comentarios de San Agustín, Obispo, sobre los Salmos
(Salmo 60, 2-3: CCL 39, 766)

 En Cristo fuimos tentados, en Él vencimos al diablo

Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea uno solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde los confines de la tierra con el corazón abatido.  Por lo tanto, se invoca desde los confines de la tierra, no es uno solo; y, sin embargo, es uno solo, porque Cristo es uno solo, y todos nosotros somos sus miembros.  ¿Y quién es ese único hombre que clama desde los confines de la tierra?  Los que invocan desde los confines de la tierra son los llamados a aquella herencia, a propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra.  De manera que quien clama desde los confines de la tierra es el cuerpo de Cristo, la heredad de Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que formamos todos nosotros.

Y ¿qué es lo que pide?  Lo que he dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco desde los confines de la tierra.  O sea:  «Esto que pido, lo pido desde los confines de la tierra», es decir, desde todas partes.

Pero, ¿por qué ha invocado así?  Porque tenía el corazón abatido.  Con ello da a entender que el Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres del orbe entero no con gran gloria, sino con graves tentaciones.

Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.

Éste que invoca desde los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es, su cuerpo, quiso prefigurarnos también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo, a fin de que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza los precedió.

De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo.  ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo!  Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los ultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva, de ti para Él la tentación, y de Él para ti la victoria.

Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo.  ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció?  Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete vencedor en Él.  Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado.

Oración.

Al celebrar un año más la Santa Cuaresma, concédenos Dios Todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud. Por nuestro Señor Jesucristo.


Las enseñanzas del Papa Benedicto XVI, que nos dejó en sus escritos. Aprendemos que "Dios no nos ama tal como somos", sino que busca la conversión del pecador. En el pecado no hay amor, el pecado cierra el camino del amor de Dios. Cuando nosotros nos vamos purificando de nuestros pecados, de nuestras maldades, nos vamos acercando al Señor, Él quiere tenernos a su lado. Por eso, aborrecemos toda malicia, incluso del pecado venial.

Año litúrgico predicado por 
Benedicto XVI
Ciclo A
Ángelus en la Plaza de San Pedro, 
domingo, 13 de marzo de 2011



Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata, en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras —la sombra sólo aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado —que no es lo mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: «Contra ti —dice David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» (Sal 51, 6).

Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío, desde la liberación de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a nuestra carne mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por nosotros en la cruz. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el primer domingo de Cuaresma. De hecho, entrar en este tiempo litúrgico significa ponerse cada vez del lado de Cristo contra el pecado, afrontar —sea como individuos sea como Iglesia— el combate espiritual contra el espíritu del mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).

Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino cuaresmal que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de conversión. Pido un recuerdo especial en la oración por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde comenzaremos la semana de ejercicios espirituales.



domingo, 1 de diciembre de 2019

«Estad en vela para estar preparados» (San Mateo 24, 37-44)



Domingo 1º Adviento – A. Segunda lectura

·        El día está cerca (Rm 13,11-14)·         

·       11 Sed conscientes del momento presente: porque ya es hora de que despertéis del sueño, pues ahora nuestra salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. 12 La noche está avanzada, el día está cerca. Abandonemos, por tanto, las obras de las tinieblas, y revistámonos con las armas de la luz. 13 Como en pleno día tenemos que comportarnos honradamente, no en comilonas y borracheras, no en fornicaciones y en desenfrenos, no en contiendas y envidias; 14 al contrario, revestíos del Señor Jesucristo, y no estéis pendientes de la carne para satisfacer sus concupiscencias.

·        


  • ·        San Pablo invita a mantenerse vigilantes, siendo «conscientes del momento presente» (v. 11), es decir, sabedores de que Cristo ya ha obrado la salvación y que vendrá al final de los tiempos para llevar todo a plenitud. Jesucristo, que vino al mundo por la Encarnación, viene también a cada hombre por la gracia y vendrá al final de los tiempos como Juez. Alzándose como el sol, ahuyentó las tinieblas del error, y va disipando los restos de oscuridad que quedan en las almas a medida que impregna más los corazones. Por eso, comenta Teodoreto de Ciro, «se llama “noche” a la época de la ignorancia y “día” al tiempo después de la llegada del Señor» (Interpretatio in Romanos, ad loc.). La Iglesia utiliza este texto paulino en la liturgia de Adviento para prepararnos a la venida definitiva de Cristo, al tiempo que cada año celebra su Nacimiento. 



Reflexionando sobre este pasaje de San Pablo a los Romanos, que todos nosotros estamos llamados a la vigilancia. No nos agrada las cosas terribles que suceden en este mundo, solo Dios puede poner remedio. Nada de comilonas y borracheras, en vez de esos pecados, debemos vivir la vida de gracia, siempre unidos al Señor. El Señor viene, preparamos debidamente nuestro corazón, arrancando de nosotros todas las suciedades. Pues el hombre viejo que es la muerte, debemos desprendernos de nuestras perversas costumbres, revistiéndonos del Señor, la pureza en nuestras palabras, pensamientos, obras, para que el Señor no esté incómodo por culpa nuestra y tenga que marcharse.

Nuestra salvación está más cerca, pero porque siempre permanecemos dentro de la Iglesia Católica, respetamos los sacramentos instituidos por nuestro Señor Jesucristo a la Santa Iglesia. Hay un detalle muy importante, y vuelvo a repetir, que los sacramentos de Nuestro Señor Jesucristo ha sido instituido a la Iglesia de Cristo, y que nosotros, que no somos iglesias sino miembros de la Iglesia, nos purificamos. 

No debemos engañarnos diciendo que no sabiamos, cuando el mismo Señor y la Iglesia Católica, siempre nos lo recuerda. Aunque no todos los pastores están animados en predicar los Novísimos, en tiempo de Cuaresma, raras veces se oye. 

Lectura del Evangelio de San Mateo
  «Estad en vela para estar preparados» (San Mateo 24, 37-44)


37Porque como en los días de Noé, así será la aparición del Hijo del hombre. 38En los días que precedieron al diluvio comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca;' 39y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrebató a todos; así será a la venida del Hijo del hombre.' 40Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado y otro será dejado. 41Dos molerán en la muela: una será tomada y otra será dejada. 42Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor. 43Pensad bien que, si el padre de familia supiera en qué vigilia vendría el ladrón, velaría y no permitiría horadar su casa. 44Por eso vosotros habéis de estar preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre. (San Mateo 24.37-44) 

Las palabras de Jesús a los discípulos son claras: no se revelará el día ni la hora de la Parusía. Jesús se abstiene de revelar el día del juicio para que nos mantengamos vigilantes.
Vigilar ante el advenimiento de Cristo no es buscar de con­tinuo señales de su venida, sino comportarse y trabajar en todo momento cristianamente. Un medio indispensable para ello es el examen de conciencia: «Tienes un tribunal a tu disposición (...). Haz sentar a tu conciencia como juez y que tu razón presente allí todas tus culpas. Examina los pecados de tu alma y exígele que rinda cuentas con exactitud: ¿por qué has hecho esto o lo otro? Y si el alma no quiere considerar sus propias culpas y, por el contrario, busca las ajenas, dile: No te juzgo por los pecados de otro. (...) Si eres constante en hacer esto todos los días, comparecerás con confianza ante el tribunal que hará temblar a todos» (S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum 42,2-4).
(Comentario de la Sagrada Biblia de Navarra)
En los tiempos de Noé, la tierra entera estaba corrompida por los pecados de la mayoría de los seres humanos, pecados de todo tipo. Solamente Noé se mantuvo fiel a Dios. Seguramente, Noé estaba advirtiendo a la gente del pueblo que vivía, que dejasen de pecar, que no ofendieran más a Dios. Pues la reacción de los pecadores, en todos tiempos, es de burlas, desprecios, odio, contra quienes le corrigen. Aunque Noé le advertía, ellos no se daban cuenta del que el diluvio había comenzado, porque todo pecado ofusca el pensamiento y la inteligencia. 

Podría ser que alguno, que la lluvia fuerte que había comenzado, ya pararía, pero no fue así. El pecador incorregible, aunque haya almas buenas que le invitan a la conversión, no hacen caso, porque cuanto más aumenta la gravedad del pecado, menos se reconoce la justicia de Dios. Pero Dios castiga, solamente perdona cuando el pecador reconoce las propias culpas, llorando sus pecados, aborreciendo sus vicios, hacen penitencia, y esto atrae el perdón de Dios hacia esa alma, humilde, arrepentida, y tienen el propósito de no pecar más. 

En los tiempos de Noé, se daban al casamiento, hoy también se propone que las almas consagradas deben consagrarse, y esto es volver atrás. Un sacerdote no puede casarse, es que no debe si quiere salvar su alma. Pues primer sí, fue a Dios, cuando el sacerdote no es un lobo con disfraz de cordero. Pero si el verdadero sacerdote, hace de ese sí, de esas promesas dadas al Señor, lo convierte en un mirar atrás para casarse, no es apto para la vida eterna. Y esto lo leemos en las Santas Escrituras. No se debe cometer adulterio. El alma que se consagra a Dios, al servicio del Evangelio, aunque no sea sacerdote, un seglar puede vivir también de esa forma, la sola preocupación por anunciar a Cristo, no dedicarse a otros asuntos. 



«42Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor. »
En el versículo 42, nos pide al Señor a todos nosotros, los bautizados, que velemos, porque es verdad, no sabemos en que momento vendrá el Señor. Hace algunos años, oía yo de algunas personas en mi ambiente. “Que Dios nos coja confesados”, pero diciendo eso, tales personas, vuelven a las andadas, con el vómito de sus pecados y vicios. Son personas que no se toman en serio el arrepentimiento. Los descuidos y cuando uno se entretiene en sus propias tentaciones, termina cayendo. La oración siempre es necesaria para todos nosotros, porque es fortaleza contra las insidias del maligno. Si estamos orando, estamos con el Señor, y el enemigo está lejos de nosotros, si dejamos de orar, pues culpa nuestra el no haber vigilado. 


·        «Pensad bien que, si el padre de familia supiera en qué vigilia vendría el ladrón, velaría y no permitiría horadar su casa.» (San Mateo 24,43)
Cuando nosotros, en nuestro hogar, siempre estamos atentos para que ningún ladrón pueda entrar y hacer de las suyas, destrozos, daños, y hasta la muerte le puede llegar al inocente propietario del hogar, por causa de los ladrones. Nuestra alma debe tener mayor vigilancia, cuidando nuestros pensamientos, para que el tentador no nos perturbe, no nos confunda. La oracion diaria, a lo largo del día, no debe ser interrumpida, para que el diablo, que, como león rugiente, siempre está al acecho, y el cristiano soñador, termina siendo apresado por el diablo, con la muerte del pecado. No hay pecado bueno, sino todos son malos, incluso los veniales, que parece de poca importancia, pero es más grave que los pecados mortales. Pues de los mortales ya nos cuidamos no cometer ninguno, pero los pecados veniales, cuando uno no le da importancia, es una preparación para los pecados mortales. De todos hemos de alejarnos. 

En este Primer Domingo de Adviento, una vez más, el Señor en su misericordia nos ha hecho llegar, la paciencia que tiene con nosotros, que debemos prepararnos segundo a segundo para la eternidad feliz. Solo Dios es necesario, no las cosas de este mundo, el cuidado del alma, que siempre hemos de conservar en toda su pureza. El mundo, por el contrario, daña y da muerte al alma, a saber, por el mundo debe entenderse la sociedad corrompida, no la creación. Pues la creación de Dios nos habla del Creador. Pero la sociedad perversa, corrompida, se enfrenta a Dios todos los días, pero no puede triunfar. La sociedad muerta, pues no tiene amor.
Los cristianos mundanos se alejan de Dios por su apostasía, porque no han comprendido lo que es la Iglesia, y se imaginan que, renunciando a ella, le hará daño, pero el daño se lo hacen ellos, porque se arrojan a los pies de los demonios, espíritus infernales, para ser pisoteados por ellos. Así quien pierde son ellos, los que renunciaron a Cristo Jesús y al amor de la Iglesia Santa de Dios.
Las ventajas del alma que ora con perseverancia, atraen para sí innumerables beneficios, y cuando el Señor lo disponga, la Vida eterna. 

Comenta la Sagrada Biblia Nácar-Colunga al versículo 36, de este pasaje del Evangelio de San Mateo, que «la venida de Jesús será repentina», por lo que ya debemos estar preparado. Y damos gracias a Dios, porque no se nos reveló, el día de su venida, ya que nuestra preparación debe haber comenzado, antes de hacer la Primera Comunión en los estudios del Catecismo, y así durante toda nuestra vida. En otros pasajes del Evangelio, será como un relámpago, que todos pueden ver su resplandor. Este resplandor lo verá todo el mundo, en todo el orbe de la tierra, es el momento más deseado para nosotros los cristianos, pero no sabemos ni el día ni la hora, como tampoco lo sabemos en el momento de morir, de que abandonemos para siempre este mundo.  
Para los que no se hayan convertido, pues estaban demasiados ocupados en sí mismos, en divertirse, en pasarlo bien, en burlarse y despreciar a las almas justas, que son los hijos e hijas de Dios, repentinamente, las risas de los impíos se convertirán en terror, en amargura. No habrá lugar para ellos en la tierra, porque Dios lo ve todo, pues es el Creador de todas las cosas, y el pecado nunca fue obra de Dios, y los pecadores prefirieron sus pecados antes que la conversión del corazón.
Los justos se alegrarán, sus sufrimientos se desvanecerán para siempre, y el gozo, la alegría del Señor, les llenará el corazón. Pues el tiempo en el mundo se acaba, pero no la eternidad, que no tiene fin. Trabajar por la Tradición Apostólica del Señor, y siempre para bien de la Iglesia Católica, que no desaparecerá. La Iglesia no puede extinguirse porque siempre hay un pequeño resto, que, unidos al Señor, la defiende, con sus oraciones, la penitencia, el sacrificio. Los mártires de Cristo, viven siempre en la presencia de Dios.
Los modernistas en cambio, tiene su lugar en la eternidad, pues cuando combaten contra la Tradición del Señor, ellos mismos se preparan su eternidad, en el lago de fuego y azufre, los tormentos del infierno, no se acaba. 

Vendrá el Señor repentinamente, y repentinamente, unos se salvarán, pero otros tendrán la sentencia condenatoria; la ignominia perpetua. 

Cuando el tiempo está con tormenta y lluvia, repentinamente, suceden los relámpagos y los truenos, las personas que están en pecado llegan a aterrorizarse, pero cuando están en gracia de Dios, siente alegría, y en su interior sigue orando al Señor. 

Juzguémonos nosotros mismos, a nuestra conciencia, si hay algún mal, se puede corregir, ahora que es tiempo, haciendo atentamente el examen de conciencia, no sea, que, por haber preferido las cosas ajenas a los intereses de Jesús, terminemos siendo excluidos del Reino de los cielos. En la media que profundicemos en la vida de oración, el Señor nos irá iluminando, para que nos limpiemos aquellas inmundicias que puede haber dentro de nosotros.

Siempre tenemos la facilidad de conocer mejor al Señor, si tenemos el corazón abierto para escuchar sus palabras de vida eterna. Y es el mismo Señor quien viene a nosotros, a nuestro corazón: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón, «Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» [Apoc 3, 20], si alguien me abre…El Señor viene a cada uno de nosotros, porque nos ama. Pero Dios no puede amar a los corazones que rechazan el amor de Dios y desprecia al prójimo. 

8 «No endurezcáis vuestros corazones como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto, 9cuando vuestros padres me provocaron poniéndome a prueba aunque habían visto mis obras. 10Durante cuarenta años me dio asco aquella generación y dije: Son un pueblo de corazón extraviado, no han conocido mis caminos. 11Por eso, indignado, juré: No entrarán en mi reposo.» (Salmo 95 [Vg 94], 8-10).


Cuántos corazones endurecidos no celebran dignamente el Adviento. Si un corazón se cierra al amor de Dios, el Señor no le esperará, «Me buscaréis y no me encontraréis» (San Juan 7,34). Ahora es tiempo de conversión, y un año más, la Iglesia nos recuerda precisamente en los días de Adviento, que no debemos aplazar la conversión, cuando ya el alma se niegue a ellos, rechazando a Jesús que le ha venido al encuentro. Si se niega a Cristo, es el alma que tiene todas las de perder.

A nadie le agrada vivir una vida en medio del terror, abandonado de Dios para siempre. 

A continuación, una homolía de su Santidad Benedicto XVI


CELEBRACIÓN DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS DEL I DOMINGO DE ADVIENTO
HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Basílica de San Pedro
Domingo 1 de diciembre de 2007

Queridos hermanos y hermanas: 

El Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza. Cada año, esta actitud fundamental del espíritu se renueva en el corazón de los cristianos que, mientras se preparan para celebrar la gran fiesta del nacimiento de Cristo Salvador, reavivan la esperanza de su vuelta gloriosa al final de los tiempos. La primera parte del Adviento insiste precisamente en la parusía, la última venida del Señor. Las antífonas de estas primeras Vísperas, con diversos matices, están orientadas hacia esa perspectiva. La lectura breve, tomada de la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses (1 Ts 5, 23-24) hace referencia explícita a la venida final de Cristo, usando precisamente el término griego parusía (v. 23). El Apóstol exhorta a los cristianos a ser irreprensibles, pero sobre todo los anima a confiar en Dios, que es «fiel» (v. 24) y no dejará de realizar la santificación en quienes correspondan a su gracia.
Toda esta liturgia vespertina invita a la esperanza, indicando en el horizonte de la historia la luz del Salvador que viene: «Aquel día brillará una gran luz» (segunda antífona); «vendrá el Señor con toda su gloria» (tercera antífona); «su resplandor ilumina toda la tierra» (antífona del Magníficat). Esta luz, que proviene del futuro de Dios, ya se ha manifestado en la plenitud de los tiempos. Por eso nuestra esperanza no carece de fundamento, sino que se apoya en un acontecimiento que se sitúa en la historia y, al mismo tiempo, supera la historia: el acontecimiento constituido por Jesús de Nazaret. El evangelista san Juan aplica a Jesús el título de «luz»: es un título que pertenece a Dios. En efecto, en el Credo profesamos que Jesucristo es «Dios de Dios, Luz de Luz».
Al tema de la esperanza he dedicado mi segunda encíclica, publicada ayer. Me alegra entregarla idealmente a toda la Iglesia en este primer domingo de Adviento a fin de que, durante la preparación para la santa Navidad, tanto las comunidades como los fieles individualmente puedan leerla y meditarla, de modo que redescubran la belleza y la profundidad de la esperanza cristiana. En efecto, la esperanza cristiana está inseparablemente unida al conocimiento del rostro de Dios, el rostro que Jesús, el Hijo unigénito, nos reveló con su encarnación, con su vida terrena y su predicación, y sobre todo con su muerte y resurrección. 

La esperanza verdadera y segura está fundamentada en la fe en Dios Amor, Padre misericordioso, que «tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16), para que los hombres, y con ellos todas las criaturas, puedan tener vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Por tanto, el Adviento es tiempo favorable para redescubrir una esperanza no vaga e ilusoria, sino cierta y fiable, por estar «anclada» en Cristo, Dios hecho hombre, roca de nuestra salvación.
Como se puede apreciar en el Nuevo Testamento y en especial en las cartas de los Apóstoles, desde el inicio una nueva esperanza distinguió a los cristianos de las personas que vivían la religiosidad pagana. San Pablo, en su carta a los Efesios, les recuerda que, antes de abrazar la fe en Cristo, estaban «sin esperanza y sin Dios en este mundo» (Ef 2, 12). Esta expresión resulta sumamente actual para el paganismo de nuestros días: podemos referirla en particular al nihilismo contemporáneo, que corroe la esperanza en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro de él y en torno a él reina la nada: nada antes del nacimiento y nada después de la muerte.
En realidad, si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran, privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera materialidad. Está en juego la relación entre la existencia aquí y ahora y lo que llamamos el «más allá». El más allá no es un lugar donde acabaremos después de la muerte, sino la realidad de Dios, la plenitud de vida a la que todo ser humano, por decirlo así, tiende. A esta espera del hombre Dios ha respondido en Cristo con el don de la esperanza.
El hombre es la única criatura libre de decir sí o no a la eternidad, o sea, a Dios. El ser humano puede apagar en sí mismo la esperanza eliminando a Dios de su vida. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Cómo puede acontecer que la criatura «hecha para Dios», íntimamente orientada a él, la más cercana al Eterno, pueda privarse de esta riqueza?
Dios conoce el corazón del hombre. Sabe que quien lo rechaza no ha conocido su verdadero rostro; por eso no cesa de llamar a nuestra puerta, como humilde peregrino en busca de acogida. El Señor concede un nuevo tiempo a la humanidad precisamente para que todos puedan llegar a conocerlo. Este es también el sentido de un nuevo año litúrgico que comienza: es un don de Dios, el cual quiere revelarse de nuevo en el misterio de Cristo, mediante la Palabra y los sacramentos.
Mediante la Iglesia quiere hablar a la humanidad y salvar a los hombres de hoy. Y lo hace saliendo a su encuentro, para «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). Desde esta perspectiva, la celebración del Adviento es la respuesta de la Iglesia Esposa a la iniciativa continua de Dios Esposo, «que es, que era y que viene» (Ap 1, 8). A la humanidad, que ya no tiene tiempo para él, Dios le ofrece otro tiempo, un nuevo espacio para volver a entrar en sí misma, para ponerse de nuevo en camino, para volver a encontrar el sentido de la esperanza.
He aquí el descubrimiento sorprendente: mi esperanza, nuestra esperanza, está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros. Sí, Dios nos ama y precisamente por eso espera que volvamos a él, que abramos nuestro corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y recordemos que somos sus hijos.
Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos abraza siempre primero (cf. 1 Jn 4, 10). En este sentido, la esperanza cristiana se llama «teologal»: Dios es su fuente, su apoyo y su término. ¡Qué gran consuelo nos da este misterio! Mi Creador ha puesto en mi espíritu un reflejo de su deseo de vida para todos. Cada hombre está llamado a esperar correspondiendo a lo que Dios espera de él. Por lo demás, la experiencia nos demuestra que eso es precisamente así. ¿Qué es lo que impulsa al mundo sino la confianza que Dios tiene en el hombre? Es una confianza que se refleja en el corazón de los pequeños, de los humildes, cuando a través de las dificultades y las pruebas se esfuerzan cada día por obrar de la mejor forma posible, por realizar un bien que parece pequeño, pero que a los ojos de Dios es muy grande: en la familia, en el lugar de trabajo, en la escuela, en los diversos ámbitos de la sociedad. La esperanza está indeleblemente escrita en el corazón del hombre, porque Dios nuestro Padre es vida, y estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada.
Todo niño que nace es signo de la confianza de Dios en el hombre y es una confirmación, al menos implícita, de la esperanza que el hombre alberga en un futuro abierto a la eternidad de Dios. A esta esperanza del hombre respondió Dios naciendo en el tiempo como un ser humano pequeño. San Agustín escribió: «De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y desesperar de nosotros» (Confesiones X, 43, 69, citado en Spe salvi, 29).
Dejémonos guiar ahora por Aquella que llevó en su corazón y en su seno al Verbo encarnado. ¡Oh María, Virgen de la espera y Madre de la esperanza, reaviva en toda la Iglesia el espíritu del Adviento, para que la humanidad entera se vuelva a poner en camino hacia Belén, donde vino y de nuevo vendrá a visitarnos el Sol que nace de lo alto (cf. Lc 1, 78), Cristo nuestro Dios! Amén. 

martes, 19 de marzo de 2019

San Bernardino de Siena, San José, Protector y custotio fiel




Del Oficio Divino, Liturgia de las Horas. 
De los sermones de san Bernardino de Siena, presbítero; 
Sermo 2, de S. Ioseph: Opera 7, 16. 27-30.


Protector y custodio fiel


La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar.


Esta norma se ha verificado de un modo excelente en San José, padre putativo de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: «Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».


Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es San José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular.


José viene a ser el broche del Antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los Patriarcas y los Profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa.


No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo.


Por eso, también con razón, se dice más adelante: «Entra en el gozo de tu Señor». Aun cuando el gozo eterno de la bienaventuranza entra en el corazón del hombre, el Señor prefirió decir: «Entra en el gozo», a fin de insinuar místicamente que dicho gozo no es puramente interior, sino que circunda y absorbe por doquier al bienaventurado, como sumergiéndole en el abismo infinito de Dios.

Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tu oración ante aquel que pasaba por hijo tuyo; intercede también por nosotros ante la Virgen, tu Esposa, madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.





BENEDICTO XVI


ÁNGELUS

Domingo 19 de marzo de 2006




Queridos hermanos y hermanas: 

Hoy, 19 de marzo, se celebra la solemnidad de san José, pero, al coincidir con el tercer domingo de Cuaresma, su celebración litúrgica se traslada a mañana. Sin embargo, el contexto mariano del Ángelus invita a meditar hoy con veneración en la figura del esposo de la santísima Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Me complace recordar que también era muy devoto de san José el amado Juan Pablo II, quien le dedicó la exhortación apostólica Redemptoris custos, custodio del Redentor, y seguramente experimentó su asistencia en la hora de la muerte.

La figura de este gran santo, aun permaneciendo más bien oculta, reviste una importancia fundamental en la historia de la salvación. Ante todo, al pertenecer a la tribu de Judá, unió a Jesús a la descendencia davídica, de modo que, cumpliendo las promesas sobre el Mesías, el Hijo de la Virgen María puede llamarse verdaderamente "hijo de David". El evangelio de san Mateo, en especial, pone de relieve las profecías mesiánicas que se cumplen mediante la misión de san José:  el nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2, 1-6); su paso por Egipto, donde la Sagrada Familia se había refugiado (Mt 2, 13-15); el sobrenombre de "Nazareno" (Mt 2, 22-23).

En todo esto se mostró, al igual que su esposa María, como un auténtico heredero de la fe de Abraham:  fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret. Por lo demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este estilo —la humildad y el ocultamiento— en su existencia terrena.

El ejemplo de san José es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso, ante todo, en los padres y en las madres de familia, y ruego para que aprecien siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con solicitud la relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión educativa.

Que san José obtenga a los sacerdotes, que ejercen la paternidad con respecto a las comunidades eclesiales, amar a la Iglesia con afecto y entrega plena, y sostenga a las personas consagradas en su observancia gozosa y fiel de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Que proteja a los trabajadores de todo el mundo, para que contribuyan con sus diferentes profesiones al progreso de toda la humanidad, y ayude a todos los cristianos a hacer con confianza y amor la voluntad de Dios, colaborando así al cumplimiento de la obra de salvación.


Para saber más:




12 cosas sobre San José que todo católico debería saber 


Hay un detalle, que un gran número de personas, están muy equivocadas, cuando dicen, que el Niño Jesús, tuvo su aprendizaje, como otros niños, que iban a la escuela. Pero haciendo una atenta meditación al Nuevo Testamento, ningún rabino conocía de donde procedía toda esa sabiduría, en todas las materias. Porque Jesus es la Sabiduría encarnada. 


Cuando aquella vez, cuando creyeron perdido al Niño Jesús, se le encontró en el templo, enseñando a los doctores de la ley, y respondiendo sus preguntas, se admiraban ellos, de tanto conocimiento que aquellos rabinos, quedaban sorprendidos. El Niño Jesús infinitamente más sabio que cualquier persona en este mundo. Pues de trata de Dios en la Segunda Persona.






En este comentario teológico del padre José Luis de Urrutia, S.J. nos lo explica:
El evangelista acaba el episodio con esta sola indicación que encierra toda una vida: Jesús vivió oculto treinta años bajo sus padres. Sin realizar su personalidad, Él, que, como nadie, podía haberse dedicado con gran entusiasmo y éxito a las ciencias, a las artes, a las conquistas y a la política. Pero ni siquiera se independizó a lo dieciocho ni a los veintiún años. Su doctrina nos la explicó en tres años. A padecer y morir nos enseñó en unas horas. Para persuadirnos del valor de la humildad, de la obediencia y del trabajo escondido, empleó su vida de treinta años. Quiera Dios que aprendamos tan larga lección.
El Evangelio de San Lucas dos veces nos dice que Jesús crecía. Es claro que crecía en edad y se desarrollaba físicamente. Por el contrario, en gracia no podía crecer; pues la gracia santificante es la unión con Dios, y la unión del alma de Cristo con Dios no puede ser mayor que la que es: estar unida hipostáticamente a la Santísima Trinidad, es decir, en unión personal, asumida por el Verbo como naturaleza propia; es ya hijo natural de Dios. A diferencia de nosotros, que seremos incorporados a la vida divina como hijos adoptivos, y en nuestra participación de Dios cabe más y menos; por eso hay santos, o ángeles, mayores que otros, con más gracia, más participación de Dios. Pero en el orden de la gracia más participación trinitaria que la que tiene Cristo, no es posible. Es por esto doctrina de Santo Tomás de Aquino, el mejor teólogo, y doctrina común católica, que Cristo no podía crecer en gracia para sí mismo. Estaba, oímos a San Juan en su prólogo: «pleno de gracia»; con gracia santificante infinita desde su concepción.
Sin embargo, Jesús, único y universal Redentor y Mediador entre Dios y los hombres, nos adquirió, desde su encarnación hasta su muerte, un océano inmenso de gracias para nuestra salvación y santificación: toda la gracia santificante o participación de Dios, todas las gracias actuales, o ayudas para practicar las virtudes. Y este cúmulo de gracias, para nos otros, pero propias de Él, ganadas con sus méritos, compradas con su sangre, como dice la Escritura, esas gracias, naturalmente que fueron aumentando.
Otra cuestión más obscura es saber cómo crecía en ciencia o conocimientos la inteligencia humana de Jesús. De entrada debemos ya descartar en Cristo errores contra la ciencia o la moral. También oímos a San Juan en su prólogo, que «estaba pleno de verdad». Una cosa es que algo no supiera, y otra cosa que creyera ser verdad lo que no lo es, o ser bueno lo que es malo. Por ser Cristo Dios, según lo explicado, se atribuye a Dios, al Verbo, todo lo que hace su naturaleza humana, o sea, lo que hace Cristo lo hace Dios, y como Dios no puede errar, no podía permitir que la inteligencia humana de Cristo formase juicios erróneos, por ejemplo que creyese que el fin del mundo estaba próximo; otra cosa es que sobre algo no formase juicios, es decir, no lo supiera.
¿Qué es lo que sabía Jesús? Hay que distinguir tres clases de conocimientos: ciencia experimental, ciencia infusa y ciencia beatífica. Ciencia experimental es la normal que vamos adquiriendo al ejercitar nuestras facultades sensoriales e intelectuales. En ella también Jesús crecía y se formaba, su manera de hablar, de ser, era judía.
Ciencia infusa es la que Dios infunde directamente en el entendimiento, por ejemplo el conocimiento del futuro, el don de lenguas, etc. No cabe duda que el alma de Jesús la tuvo, por ejemplo nos consta profetizó. ¿Hasta dónde se extendía la ciencia infusa de Jesús? Sólo podremos inducir que al menos la tendría respecto a cuanto le fuese necesario paro llevar a cabo perfectamente su misión mesiánica. La ciencia infusa claro que puede aumentar. Sin embargo, Santo Tomás (de Aquino) opina que en Cristo no aumentó, sino que desde el principio la tuvo completa, pues no ve razón para que Dios se la fuese dando por partes, Hay, sin embargo, conocimientos extraordinarios que eso pueden tener por extraordinarias facultades personales, sin recurrir a la ciencia infusa, por ejemplo por telepatía, quizá también el conocimiento de los pensamientos ocultos.
Ciencia beatífica es el conocimiento o visión directa de Dios, por la cual los bienaventurados lo son; corresponde en el cielo a la gracia santificante, por eso seré mayor o menor según la santidad. Es doctrina católica (D. 3645) que el alma de Jesús tenía ya en la tierra la visión beatífica; y al ser su gracia infinita, también ha de serlo aquélla.
Si Cristo por ser Dios no podía errar, menos podría pecar. Sin embargo fue obediente hasta aceptar la muerte (Fil. 2.8: Rom. 5,29; Heb. 5, 8 ) , lo cual indica que tuvo un mandato, y que fue libre al obedecer, pues de lo contrario no hubiera tenido mérito (y cfr. Hab. 12,2; Mt. 4.3 ss. ). Ahora bien, si fue libre, ¿no podía desobedecer y pecar? En abstracto, como alma humana, si; pero en concreto no; porque, según algunos, Dios no lo hubiera permitido, no quitándole la libertad, sino no poniéndole en tales circunstancias en las cuales previera pecaría; según otros: conociendo de tal forma el bien, como es teniendo la visión beatifica ¿cómo iba a escoger perderla pecando, por mucho que le costase? Era de hecho imposible. (Ni conocemos el misterio de la unión hipostática, para saber cómo la Persona divina —Dios— influyo en su naturaleza humana.)
(José Luis de Urrutia, S. J. «Todo el Evangelio ordenado y comentado» 2ª. edición. páginas 45-46. Colección temas cristianos, número 6. Secretariado, Reina del Cielo, Madrid. 1979)





·        La naturaleza de Jesús instruida por su divinidad. ¿Cómo puede recibir inteligencia quien es precisamente la Sabiduría? Más, aunque «Jesús crecía en edad y gracia a los ojos de Dios y de los hombres (Lc 2,52), esto no significa que el Hijo era instruido por el Padre, sino más bien que su naturaleza humana era instruida por su divinidad, de ahí que el vaticinio del Profeta a propósito de Aquel de la raíz de Jesé dijese «sobre Él reposará el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría e inteligencia» (Is 11,2) (San Jerónimo, tratado sobre los Salmos,15,23). [La Biblia comentada por los Santos Padres de la Iglesia. Evangelio según San Lucas, Tomo III, Ed. Ciudad Nueva)




«He notado que todas las personas que tienen devoción verdadera a San José y le rinden un honor especial, están muy avanzadas en la virtud, porque él tiene gran cuidado de las almas que se encomiendan a San José.