viernes, 19 de octubre de 2018

San Pedro de Alcántara (19 de octubre) su admirable penitencia

A mayor gloria y alabanza de Dios nuestro amado Padre.

  • En un anterior blog que tenía este testimonio de San Pedro de Alcántara, lo he traído a este. 



En esta ocasión he actualizado, haciendo algunas modificaciones, para mejorarlo. La vida de los Santos son importantes, también Santa Teresa de Jesús, era aficionada a estas vidas, algunas personas de la Inquisición no llegaron a comprender el espíritu de Santidad de la Santa. El celo de la inquisición, era la defensa sobre todo, de la fe, la fidelidad a Dios, que ninguna herejía contaminara la verdad del Señor. Los pastores suelen cometer errores, pues el plan del enemigo infernal es contaminar la fe.

El testimonio de los santos y santas, es siempre el camino de Cristo Jesús. Los libros espirituales siempre nos ha de encaminar a mayor profundidad en la oración contemplativa. 

Todo lo que hizo San Pedro de Alcántara puede hacerlo otros cristianos, ni siquiera de la familia franciscana. Los talentos que se le concedió a San Pedro de Alcántara lo fue desarrollando espiritualmente, hoy algún inquisidor soberbio acusaría a San Pedro de Alcántara, de "fariseo, riguroso, hipócrita, cara de estampita" y cosas por el estilo. Pues ellos por envidia no pueden soportar el sacrificio de los santos, y terminan también "son un demonio que se creen perfectos y santos". Si acusaron a Jesús de esa forma, los discípulos no se van a librar de los adversarios de Cristo Jesús, que la emprenden contra la vida de santidad, la pureza del corazón. 

La admirable penitencia de San Pedro de Alcántara, es necesario que el alma ponga de su parte, que no se quede ocioso, sino que como trabajador que todos debemos ser en la viña del Señor para llevar almas al camino de Jesús. Dios veía esa fidelidad en San Pedro de Alcántara, e iba recibiendo más dones espirituales, se multiplicaban, más conversiones, más almas que renunciaban la vida del pecado, y volvían a Cristo. 

No podemos quedarnos de brazos cruzados. Pues al alma perezosa, negligente, ya no da para más, pero solamente cuando recurre a la oración, crece en fortaleza, nosotros no damos para más, nunca, es Dios quien nos ayuda a seguir adelante. 

Le sucedió a aquel que recibió un talento, y viendo que sus compañeros progresaban en la tarea, él se prefirió no hacer nada, sino esconder su talento bajo tierra, y a la hora de pedir cuenta, aún quería salirse con la suya replicando a su señor. 

Cuando leo la vida de los santos reformadores de la Familia Franciscanas, en esa misión por el Evangelio, no se detenían a pensar, ¿podré o no podrá hacerlo? Y lo que sucede, es que el tentador se mete por medio de esa vocación, y no continua, porque le hace creer que no podrá. Todos nosotros hemos experimentados ese tipo de tentaciones, "miedo a renunciar todo para seguir a Cristo". La respuesta que da San Pedro de Alcántara me llenó de alegría, 


San Pedro de Alcántara uno de mis santos franciscano, reformador de la Santa Orden Franciscana, tuvo una fe inquebrantable, una confianza plena en la Divina Providencia.

Hoy hay temores vanos, por ejemplo, lo que se dice de "quitar los privilegios de la Iglesia Católica". La Iglesia Católica está en este mundo para salvar a los que se quieren salvar.

Pero siendo hoy esta importante fecha de San Pedro de Alcántara, doy gracias a Dios porque desde hace 26 años, la Misericordia y dulzura de nuestro Señor Jesucristo, me quiso para la Familia Franciscana Tercera Orden Franciscana (TOF), en la que hay personas tantos casadas como solteras, y siguiendo con fidelidad las Reglas de la Tercera Orden, yo al menos veo, un camino que se asemeja al de la Primera Orden Franciscana, y sobre todo la fidelidad en el cumplimiento de la Santísima Voluntad de Dios, Santa Obediencia a la Iglesia Católica, al Papa, a los obispos que están en comunión con el Papa.

Cuando algunas personas me decía, que no es posible seguir el Evangelio al pie de la letra se olvidaron de los santos como San Francisco de Asís, los primeros seguidores de San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara y otros muchísimos. La Familia Franciscana, con todos sus reformadores dieron mucha gloria al Señor. Las conversiones eran innumerables, tanto en vida como después de que ellos subieron al cielo. Yo no soy de los que dicen, "ha muerto un santo", porque esto sería engañarme a mí mismo. La Santidad que solamente se alcanza cuando se une a Dios, da vida, la santidad no puede causar ninguna muerte; a no sea a nuestro hombre viejo.
En la actualidad hay desconfianza en la Divina Providencia, y buscan, incluso almas consagradas, remedios mundanos para seguir adelante. Ya no esperan nada del Señor, es porque cuando el alma pierde la fe, ha dejado de comprender el Evangelio de Cristo, incluso, la mundanidad es una de las cosas que por la memoria en Cristo, la memoria de las promesas del Señor se ha perdido.

Sin embargo, no todo está perdido para el que ama al Señor con toda su alma, no quiere perder su recuerdo, la Palabra de Dios la mantiene viva en su propio corazón. 


Al perderse la fe, el alma ya no confía en la Providencia de Dios, sino en lo que el mundo pueda ofrecer, esto es terrible. Todavía me sigo extrañando, cuando en las parroquias, hay boletos de loterías, todos los años, no hay fe, sino amor al dinero. El dinero se ha vuelto como una obligación, para los que vivimos en el mundo, lo necesitamos para alimentos, ropas, y otras cosas, pero al mismo tiempo aborrecemos ese dinero. Pagar Internet porque lo aprovechamos para llevar el mensaje de Cristo a todas las personas, recorremos de este modo el mundo entero, incluso a países que no quieren ser descubierto. Pero Dios lo ve todo. Se fija en todos los hombres, pues todos aunque sean criaturas de Dios, no todos son hijos de Dios. 

 Cuando iba a Valencia al convento de los franciscanos, siempre entraba en la librería franciscana que tenía al lado, ya está cerrado, en la calle de San Lorenzo. Solía buscar vidas de santos franciscanos, el Señor me había reservado este libro, en el que comparto, el siguiente testimonio.


Testimonio espiritual de San Pedro de Alcántara


Evangelio en romance
Del libro: San Pedro de Alcántara, Fray Contardo Migloranza. Coedición Misiones Franciscanas Conventuales; capítulo 23, páginas: 194-197.

 Mientras Fray Pedro se hallaba presente en Ávila, allanaba todas las dificultades, y Teresa gozaba de su sombra y de su respaldo paternal; pero cuando él se ausentaba, la pobre Teresa se sentía reciamente apretada por la gritería de los que se oponían a un monasterio sin renta.

Objetaban ellos que fundar un monasterio sin rentas era un desatino y que las preocupaciones materiales ahogarían y distraerían el espíritu; en cambio, la posesión de rentas daría a los espíritus seguridad y libertad.

Lamentablemente, esos obstruccionistas no veían la otra cara de la moneda ni eran buenos psicólogos. Dejando de lado toda la temática de las Bienaventuranzas y de la pobreza evangélica, se sabe históricamente que fueron las rentas abundantes la causa de la relajación de los conventos y de la perdición de las Órdenes.[1] ¡La psicología de la seguridad económica nunca produce buenos dividendos en la vida espiritual!

Cansada y trastornada por tantas voces discordes y críticas, Teresa tomó la pluma y escribió a Fray Pedro, comunicando su estado de ánimo y pidiendo consejo.

Al recibir la carta, Pedro se sintió sacudido en lo más íntimo de su ser, dirigió una mirada al Señor crucificado, desnudo y abandonado, evocó los desposorios de Francisco de Asís con Dama Pobreza, trajo a la memoria sus embriagueces místicas en la vida eremítica y volcó a través de la pluma su amor y su pasión de paladín de Dama Pobreza.

El encabezamiento de la carta es un tanto altisonante pero de bizarría juvenil[2].




«A la muy magnífica y religiosísima señora Doña Teresa de Ahumada.

Que nuestro Señor haga santa!
El Espíritu Santo colme el alma de Vuestra Merced vi una carta suya que me enseñó el señor Gonzalo de Aranda. Y ciertamente me espanta que Vuestra Merced ponga en parecer de letrados lo que no es de su facultad. 

Si fuera cosa de pleitos o caso de conciencia, se podría tomar parecer de juristas y teólogos, pero en la perfección de la vida no se ha de tratar sino con los que la viven. [3]
Uno no tiene ordinariamente más conciencia, ni buen sentimiento sino de cuanto bien obra.

San Pedro de Alcántara
confiesa a Santa Teresa de Jesús

En los consejos evangélicos no hay que tomar parecer, si será bien seguirlo o no, o si son observables o no, porque es ramo de infidelidad. El consejo de Dios no puede dejar de ser bueno ni es dificultoso de guardar, si no es a los incrédulos ya los que fían poco de Dios, ya los que se gobiernan por prudencia humana. El que dio el consejo, dará el remedio, pues lo puede dar.


No hay algún hombre bueno que da consejo, que no quiera que salga bueno, aunque de nuestra naturaleza seamos malos. ¡Cuánto más el soberanamente bueno y poderoso quiere y puede que sus consejos valgan a quien los siguiere!  
Si Vuestra Merced quiere seguir el consejo de Cristo de mayor perfección, sígalo, porque no se dio más a hombres que a mujeres. Él hará que le vaya muy bien como les ha ido a todos los que le han seguido.  
Si quiere tomar consejo de letrados sin espíritu, busque harta renta, a ver si le valen ellos y ella, más que el carecer de ella, por seguir el consejo de Cristo. 

Si vemos escasez en monasterios de mujeres pobres, es porque son pobres contra su voluntad y por no poder más, y no por seguir el consejo de Cristo. 

Yo no alabo simplemente la pobreza, sino la sufrida con paciencia por amor de Cristo nuestro Señor; y mucho más la deseada, procurada y abrazada por su amor.

Si yo otra cosa sintiese o creyese con determinación, no me tendría por seguro en la fe. 
Yo creo en esto y en todo a Cristo Señor nuestro, y creo firmemente que sus consejos son buenos, como consejos de Dios. 
Y creo que, aunque no obliguen a pecado, obligan a un hombre a ser mucho más perfecto siguiéndolos que no siguiéndolos. 

Digo que le obligan, que le hacen más perfecto, a lo menos en esto, y más santo y más agradable a Dios. 

Tengo por bienaventurados, como su Majestad lo dice, a los pobres de espíritu que son los pobres de voluntad. Y lo tengo visto, aunque creo más a Dios que a mi experiencia. Los que son de todo corazón pobres, con la gracia de Dios, viven vida bienaventurada, como en esta vida la viven los que aman, confían y esperan en Dios. 

Su Majestad dé a Vuestra Merced luz para que entienda estas verdades y las obre. No crea a los que le dijeron lo contrario por la falta de luz, o por incredulidad, o por no haber gustado cuán suave es el Señor a los que le temen y aman y renuncian, por su amor, a todas las cosas del mundo no necesarias, para su mayor gloria; porque son enemigos de llevar la cruz de Cristo y no creen en la gloria que después de ella se sigue.

Asimismo dé la luz a Vuestra Merced para que en verdades tan manifiestas no vacile, ni tome pareceres sino de los seguidores de los consejos de Cristo. Aunque los demás se salvan si guardan lo que son obligados, comúnmente no tienen luz para más de lo que obran.
Aunque su consejo sea bueno, mejor es el de Cristo Señor nuestro, que sabe lo que aconseja, y da favor para cumplirlo y al fin da el pago a los que confían en El y no en las cosas de la tierra. 

De Ávila y abril 14 de 1562. Humilde capellán de Vuestra Merced, Fray Pedro de Alcántara”. 

Esta carta podría llamarse el testamento de san Pedro y carta de fundación de la pobreza en la reforma carmelitana. 

Es tanta su grandeza evangélica que huelga toda explicación. Con todo, no podemos dejar de citar el apretado elogio que de ella hace el cronista carmelita, Fray Francisco de Santa María:
 «Esta carta es tal que cada cláusula y cada dicción dan mucho que meditar en abono de la santa pobreza; y quien quisiere añadirle una palabra, no menos agravio le hace que el que se la quisiere quitar.
 
Yo la reverencio, no como escrita con tinta sino con sangre de Cristo, no como dictada de hombre sino inspirada del Espíritu Santo, no como comento del Evangelio sino como el Evangelio en romance, destilado con la fuerza de la luz de la fe y fervor de la caridad.[4] 

«En la renta está la confusión» 

Mientras se esperaba la llegada del Breve o autorización pontificia, a principios del año 1562, Teresa recibió órdenes del Padre Provincial carmelita, para que se dirigiera a Toledo a consolar a Doña Luisa de la Cerda, hija del duque de Medinaceli, la que acababa de enviudar.
Teresa no tardó en cantar loas a la santidad ya la sabiduría de Pedro y suscitó en la dama el deseo de verlo. La misma Teresa se hizo portavoz de esos deseos.
Pedro acudió al llamado porque sabía que cada encuentro le ofrecía un amplio abanico de posibilidades apostólicas y de fundaciones de nuevos conventos. Lo que se logró una vez más en esa visita.  

Teresa declara que dialogando con Pedro se disiparon sus últimas dudas acerca de un monasterio sin rentas. He aquí sus palabras:  
  • “En este tiempo, por ruegos míos, fue el Señor servido que Fray Pedro viniese a la casa de Doña Luisa. Como era buen amador de la pobreza y tantos años la había tenido, sabía bien la riqueza que en ella estaba. Me ayudó mucho y mandó que de ninguna manera dejase de llevarlo adelante. Por tenerlo sabido por larga experiencia, era quien mejor lo podía dar. Ya con este parecer y  favor, yo me determiné no andar buscando otros”.  
Por otra parte, el mismo Señor con sus visiones y locuciones no hacía sino confirmar lo que Fray Pedro ya lo había sugerido: 


«Estando en oración, el Señor me dijo que de ninguna manera dejase de hacerlo pobre. Esta era la voluntad de su Padre y la suya y El me ayudaría. Fue con grandes efectos y en un gran arrobamiento; por eso no tuve duda de que fuera Dios.  

Otra vez me dijo que en la renta está la confusión y otras cosas ‘en loor de la pobreza. Me aseguró que, a quien le servía, no le faltaría lo necesario para vivir. Esta falta yo nunca la temí por mí’[5].

«Crucificó su carne» Gal 5, 24)[6]

La Cruz para el Señor no fue una cruz pintada ni metafórica, sino un cruel e ignonimioso suplicio. Para asemejársele, Pedro tomó muy en serio la mortificación y la penitencia.

 

San Pablo enfatizaba: «Los que son de Cristo, crucifican su carne con sus vicios y concupiscencia» (Gal 5, 24).
Desde luego, la penitencia nunca estuvo de moda, ni la renuncia, ni el sacrificio. Tampoco la cruz, reservada a los esclavos y a la basura de la sociedad, nunca estuvo de moda y era el blanco de todos los escarnios.

Pedro sabía que se embarcaba en una aventura singular, a menudo rubricada con su propia sangre y por la incomprensión de los demás. Pero de ninguna manera se arrepintió, sino que abrazó voluntariamente la mortificación.

Ahora que está en el cielo, se felicita por haber llevado a cabo tantas penitencias por la gloria que le granjearon. 



Al aparecérsele a santa Teresa y anunciarle su muerte, pronunció las conocidas palabras: « ¡Oh, feliz penitencia que tan grande gloria me ha merecido! ».

Si nuestra vocación o nuestra debilidad no nos permiten sobrellevar esas penitencias, no debemos atemorizarnos ni menos pensar que nos esté obstruido el camino de la santidad. Nuestra vocación de servir a Dios y a los hermanos puede ser otra.



Pero aun no pudiendo imitar las penitencias de Pedro, podemos al menos apreciarlas y admirarlas y alabar a Dios, ya que por ellas Pedro se asemejó al Señor crucificado.



Por respeto a las penitencias de Pedro, deberíamos escribir o leer este capitulo de rodillas. Para expresarle nuestra más encendida admiración.
 



Estremecimiento en la pluma de santa Teresa


  Para descubrir la psicología y las ascensiones místicas de un santo, no hay nada más provechoso que lo que otro santo ha dicho o escrito de él.
Para descubrir «la admirable penitencia» de San Pedro, nos guiará Teresa de Jesús, santa entre las santas y “la mujer de más talento que ha nacido en tierras de España”.
Su intuición femenina, su genial inteligencia, su santidad y su filial gratitud por su maestro y padre espiritual le han permitido acercársele, circuirlo con modosas con modosas y sagaces preguntas, hacerle decir todo lo que quería saber para luego enseñárselo como ejemplo viviente a sus hijas de la fundación carmelitana,
Sólo una mujer y una santa, como Teresa, pudieron sonsacar a Pedro tantas noticias y detalles íntimos, que él guardaba celosamente para sí[7]. Sólo el cariño paternal que tenía a Teresa y que ella reconoce con gratitud, le hizo abrir su corazón.



De parte nuestra, muy de corazón agradecemos a la gran castellana la captación del misterio penitencial de Pedro y su magistral descripción.



«Su áspera penitencia duró cuarenta y siete años» (o sea, desde el noviciado hasta su muerte).



Desde el comienzo de su vida religiosa. Pedro hizo una especie de pacto, por el cual «se obligaba a no dar a su cuerpo el menor alivio en la tierra, sino dejarlo todo para el cielo, donde podía para siempre descansar»
«Durante los últimos cuarenta años, había dormido sólo hora y media entre noche y día. El trabajo de vencer el sueño fue su mayor penitencia. Para ello estaba siempre de rodillas o de pie.
Dormía sentado, y arrimaba la cabeza a un maderillo que estaba hincado en la pared. Aunque quisiera no podía dormir echado, porque su celda, como se sabe, no era más largo que cuatro pies y medio (o sea menos de m. 1,40).
Iba descalzo y sin ropa interior. Cubría sus carnes con un hábito de sayal y un mantillo encima. Cuando el  frío apretaba, se quitaba el manto y abría la puerta y el ventanuco de la celda. Más tarde, los cerraba y se ponía el manto. De esta forma contentaba y abrigaba el cuerpo para que se sosegase. Muy frecuentemente comía cada tres días. Me dijo que no me asustara y que era muy posible que si uno se acostumbra a ello.[8]  Un compañero de él -debe ser nuestro inolvidable Miguel de la Cadena- me dijo que a veces estaba hasta ocho días sin comer. Sin duda debía estar en oración, porque tenía arrobamientos e ímpetus de amor. Yo misma presencie uno de ellos.
Su pobreza era extrema.
Entre otras cosas me aseguraron que durante veinte años había llevado un cilicio de hoja de lata continuo.
La mortificación de los ojos en la juventud era tan acentuada que estuvo tres años en un convento y no conocía a los frailes más que con el timbre de voz.
Jamás miraba mujeres. Me decía que lo mismo le daba ver que no ver.
Yo le conocí muy viejo y su flaqueza era tan extrema que parecía hechos de raíces de árboles.
Con toda esta santidad era muy afable, pero de pocas palabras y había que preguntarle. En esas pocas palabras era muy sabroso, porque tenía un lindo entendimiento.
Quisiera decir muchas otras cosas, pero tengo miedo de que Ud. (El Padre García de Toledo), destinatario de la vida de Teresa de Jesús) me rete y me pregunté para qué me meto a escribir todas estas cosas.
Un año antes de su muerte y estando a unas leguas de aquí, se me apareció. Supe que había de morir y se lo avisé.
Vivió y murió predicando exhortando a los frailes. Al aproximarse la hora de la muerte, dijo el Salmo 121 «Me alegré en los que se me dijo»; y falleció hincado de rodillas.
Al expirar, se me apareció y me dijo que se iba a descansar. Yo no lo creí y se lo dije a algunas personas. A los ocho días llegó la noticia de que había muerto o, mejor, había comenzado a vivir para siempre.

Después de su muerte tuve más ayuda de él que en vida. se me apareció muchas veces con una gran gloria y me siguió aconsejando.

La primera vez que se me apareció, me dijo: «¡Bienaventurada penitencia que tanto premio me ha merecido!» y muchas otras cosas.
Áspera fue su vida, pero helo acabado con tan gran gloria. Mucho más me consuela y me aconseja más que en su vida.

El Señor me dijo una vez que si le pidiere algo en nombre de Pedro. Él me escucharía. Muchas gracias que le he encomendado  me las intercedieron ante el Señor, me han sido concedidas. ¿Sea bendito por siempre!»




Al relato de Santa Teresa, sencillo y sublime como las actas de los mártires, debemos añadir los testimonios contemporáneos que realzan otros aspectos penitenciales del Siervo de Dios.

Su comida no sólo era frugal y escasísima, sino también insípida. Si le encontraba algún sabor, le echaba agua o ceniza.

Nunca cenaba ni probaba vino, su alimento ordinario era un poco de pan con caldo. Ya anciano, añadía hierbas o legumbres sin condimentar. 

Se disciplinaba dos veces al día.

Aunque nevara, lloviera o castigara la canícula, siempre iba con la cabeza descubierta.

Se le preguntó la razón y dio esta admirable respuesta:

«Los que están delante de los reyes no se cubren; menos aún en presencia de Dios. Y cómo yo llevo a Dios en mi alma, cuido de mirarle en mi interior. Así no necesito abrir los ojos corporales para mirar otra cosa que me distraiga».

Ante una fe tan ardiente ¿debemos asombrarnos de que a veces el Señor se le apareciera físicamente y le acompañara?

Sus continuos viajes apostólicos los hacia a pie y descalzo. A veces los pies se le agrietaban y sangraban. Cuando las grietas eran demasiado grandes, las cosía con una lezna de zapatero y con un trozo de hilo.

 
Para vencer los estímulos de las tentaciones impuras, Pedro aplicaba los mismos métodos que practicaron muchos santos de la Iglesia.

Si la oración no era suficiente para apartar los fantasmas de la mente o las excitaciones de la carne, se arrojaba a los zarzales del camino o a los estanques helados,

Sin duda, esa metodología repugna nuestra sensibilidad moderna (como repugnaba a la sensibilidad de Pedro); pero ¿Quién puede negarle la eficacia rápida e insobornable?

Fray Justo Pérez de Urbel en el «Año Cristiano». Sintetiza así las opiniones de los testigos del proceso de canonización:




«San Pedro en la santidad fue un gigante y en la penitencia es único dentro de los fastos de la Iglesia, asombroso ejemplo de penitencia, de los mayores sin duda que vio el mundo».


La Iglesia lo canonizó con este extraordinario elogio: «Varón de altísima contemplación y de admirable penitencia»


  

Vuelta a los orígenes evangélicos

«Un volver a las Fuentes, con Su Regla Primitiva»

«Así dice Yahveh: Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por los senderos antiguos, cuál es el camino bueno, y andad por él, y encontraréis sosiego para vuestras almas. Pero dijeron: «No vamos.» (Jeremías 6, 16).


Reflexionando estas palabras que Dios habla por boca de Jeremías, y lo aplico a la vida religiosa. Alguna vez me han dicho que no se puede seguir al pie de la letra el Evangelio de Cristo, que eso era otros tiempos, para otra mentalidad, en estos tiempos modernos ya no sirven.

Vivir el Evangelio de Cristo lleva a la dulzura de la paz, del sosiego. Por eso no hay que dedicarse a la vida del mundo, porque deja un inmenso vacío en el corazón.

¿Qué podemos decir de aquello que dijo San Ignacio de Loyola? «¿Qué sería, si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo? Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas...» (San Ignacio de Loyola, Autobiografía, en Obras completas, BAC, Madrid 1963, I, 7.). Y bien que lo hizo, que en nada tenía la cultura y costumbres de la época. Se tomó la firme decisión, de seguir a Cristo, según la vocación que el Espíritu Santo, le había dado en su vida. Se hizo esta pregunta cuando leía buenos libros de vidas de Santos. La pregunta de San Ignacio nos la podemos aplicar a cada uno de nosotros.

Si solamente nos atamos a nuestras propias fuerzas, no sabremos como seguir adelante en el camino que Jesús nos llama. El Evangelio encontramos todas las condiciones que el Señor nos pide, para que no tengamos cargas terribles en el seguimiento de Cristo. 

En el mundo, sucede también que cuando se falta fe, pone dificultades al que se siente llamado por Dios. Hoy la falta de fe y de entrega sincera a Dios, es lo que dificulta las vocaciones. No son las almas entregadas al Señor quienes dificultas las vocaciones, sino los que tienen una fe muy débil, pero cree tenerla fuerte y sin embargo, no ayuda al candidato a reafirmar su vocación religiosa, por la vaciedad del amor de Dios en su corazón.

Santa Teresa de Jesús, no la aceptaron los Carmelitas Calzados, y fue incomprendida incluso por la inquisición, pero la santa castellana, entregándose de lleno a la Divina Providencia, retornó también a la Orden Primitiva de los Carmelitas, haciendo fundaciones allá por donde el Espíritu Santo quiso, y con importantes amistades como de San Pedro de Alcántara, San Juan de la Cruz, el Padre Gracián, fundando nuevas órdenes de Carmelitas Descalzos, y que mucha gloria va dando a Dios en plena actualidad.

Notemos también en ese texto de Jeremías, es una invitación a retornar a las fuentes primeras de santidad. El sendero que no es moderno ni progresista, pero tampoco es anticuado o pasado de moda, porque es permanente. Es Dios quien lo pronuncia, no es invención humana el volver a las fuentes originales de Dios por medio de los santos fundadores de órdenes religiosas, para varones y mujeres. 

Y que algunos piensen en estos tiempos que no se puede seguir el Evangelio de Cristo. No pensaron lo mismo los santos fundadores como San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara, San Buenaventura, almas generosas que dejaron sus comodidades para servir al Señor… Incluso Santa Clara de Asís nos ha demostrado que quienes se fían de la Divina Providencia tendrá aún más de lo que pensaba. En estos tiempos modernos hay poca, o ninguna confianza en la Divina Providencia, incluso muchos según el mundo se angustian, porque no saben cómo podrán superar tal adversidad, solucionar tal problema que le urge. 

Conozco a pobrecitos cristianos, que, llamándose católicos, suelen acudir al Señor para que le atiendan en sus problemas, y cuando el Señor en su bondad, le ha concedido lo que necesitaba, no tarda mucho tiempo en darle la espalda a su Bienhechor, y luego se desesperan, pero por culpa propia. Razón tiene San Pedro de Alcántara cuando dijo: «En la Renta está la confusión». Como alma consagrada a Dios, no se puede servir a Dios y al mundo.  

Actualmente hay creyentes que se preocupan del mundo, pero no tienen televisión, y me refiero a sacerdotes, a religiosos y religiosas en la vida contemplativa, muchos de ellos no ven la televisión, ni leen periódicos, y hacen por el mundo con sus oraciones y sacrificios, que quienes se sientan cómodamente ante la televisión o leen la prensa de papel. En la curiosidad por lo que sucede en el mundo llega también la confusión

Hoy no se comprende el Evangelio, pues el alma relajada piensa, que hay que vivir el Evangelio según lo exponga el relajado, y no según Jesucristo.  Para el corazón satisfecho de sí mismo: –“Aquellos eran otros tiempos, ahora es muy distinto”–. Estos son, de aquellos que dicen San Pedro de Alcántara, que apenas se fían de Dios, para los incrédulos, tibios, inconstantes. Y así el alma relajada, no puede comprender una vocación conforme a los deseos de Cristo. Quedarse estancado en la mediocridad, no es ir adelante, sino atrás.

Hace tiempo me comentaron que hay religiosos consagrados al Señor, que trabajan incluso en programas frívolos de la televisión por un mísero dinero, no le importa ofender a Dios, dejándose guiar por el guion infame de los productores de la televisión, para ridiculizar el Evangelio de Cristo, contradecir las reglas del Santo Fundador de la Orden religiosa… dando escándalo a toda la Iglesia. Pero al perderse el sentido grave del pecado, sigue ahí. Ofendiendo al Señor.

Según me comentaba la misma persona, que tiene gran respeto y amor a la Iglesia y al Papa (era tiempos de San Juan Pablo II), que un falso religioso… cometió un grave escándalo en la televisión, cometiendo públicamente una infamia, los que obran así no sirven a Dios sino al diablo, y no tienen remordimiento de conciencia. Necesitan dinero para sustentarse, pues han perdido la fe en la Divina Providencia, y la fe verdadera. (Aunque lo que pienso de esto, es que es un actor, que miente haciéndose pasar por un religioso). Pero desdichado de esta alma, el impostor sigue ofendiendo al Señor. Los más desgraciados triunfan con el vómito del mundo, pero que pierden el Reino de los cielos.

Pero volvamos nuestro corazón a Dios que tanto nos ama y cuida. Nosotros como creyentes debemos suplicar al Señor que nos libre de nuestras ingratitudes. Porque el ingrato llega a perder la fe, en repetidas ocasiones desafían a Dios. 

Volviendo nuestros ojos y corazón a Dios, todo es más fácil, no es el mundo quien nos da la felicidad, no son estos tiempos modernos que nos soluciona los problemas. Los santos nos han demostrado que es mejor seguir íntegramente al Señor, darle nuestro corazón. 

Buscad y preguntad, encontrar el mejor modo de seguir el camino de Cristo. Son muchos que buscaron, pero no siempre encontraron pues tampoco llegaron a presentar en la oración, que es muy importante para encontrar el bien que busquemos. Preguntemos a Dios y Él nos responderá en nuestro corazón, nos responderá también por medio de una lectura piadosa, ya sea del Evangelio, del Nuevo Testamento, en la vida de los Santos… San Francisco de Asís encontró ese sendero antiguo y se renovó completamente, que es el Nuevo Camino que Dios nos ha enseñado para alcanzar la verdadera paz. Los santos fundadores de órdenes religiosas tienen razón, porque encuentran su paz volviendo a los orígenes del Evangelio. Seguir a Cristo es vivir la juventud espiritual. 

San Alfonso María de Ligorio nos enseña que el llamado por Dios, no debe buscar una orden relajada, desgraciadamente hay ordenes así, hay comodidades. Y comodidad había cuando la santa castellana, antes de iniciar su camino a la reforma, yendo a los orígenes de los carmelitas, con nuevas fundaciones enraizadas en el Evangelio. 

Sigamos con el texto de Jeremías; 6, 16; «No vamos», dicen algunos, no tienen interés en vivir la pureza del Evangelio, la comodidad y la relajación han entrado en ellos, y ya no ven como la vocación debe ser la medida de Jesucristo. Entre los que niegan a marchar por el sendero de la paz para alcanzar serenidad, son también los cristianos superficiales, los progresistas, ellos encuentran una alegría que no viene de Dios, sino que, en contra de los deseos de Cristo, quieren más comodidad y sacrificio. Los superficiales y progresistas viven una fe, una religión a la propia medida, sirviendo a distintos señores, algo que no está permitido por Dios hecho hombre verdadero que dice: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro(Mt 6, 24; Lc 16, 13). Despreciará a uno, no le interesará seguir al pie de la letra el Evangelio de Cristo, pues llega a amar y aficionarse a las novedades que el mundo les van ofreciendo, que ya en ocasiones llega a sentirse incómodo con las reglas del santo fundador, de la santa fundadora, incomodidad hacia el mismo Evangelio de Cristo, incomodidad por el Catecismo de la Iglesia Católica, se escandalizan los incorregibles por las enseñanzas de los Santos Papas, por eso dicen: «No vamos», “no escuchamos, no obedezcamos…” dicen y hacen. Pero en ese obrar no conocen la Paz, porque no la busca por la vieja senda, es decir, en el cumplimiento exacto de la Santísima Voluntad de Dios. La “Vieja Senda” nos da la vida, nos rejuvenece, es decir, los Santos Mandamientos de Dios, la doctrina de nuestro Señor Jesucristo, de los Apóstoles, de los Santos y Santas fundadores de órdenes religiosas monásticas, las santas reformas franciscanas… etc... 



«No vamos» dicen los mundanos y pecadores impenitentes. Dios llama, y les ofrece la oportunidad de la conversión, pero no quieren purificarse de sus horrendos pecados y sacrilegios. 



Algunos quieren seguir a Dios, pero a su manera, no cuenta con el Evangelio, no le siguen ni obedecen como es debido, con dignidad, respeto, con el corazón vacío del mundo y del “propio yo”, y no tienen paz, y no tienen sosiego, y se dedican a contemplar más las curiosidades del mundo por la televisión en vez de dedicarse a la contemplación ante el Sagrario. 


Decía, que San Alfonso María de Ligorio nos enseña que si nos sentimos llamados por Dios, no busquemos órdenes religiosas relajadas, porque en ese sentido no se conoce lo que significa vocación, y muchos piensan que la vocación es como yo quiero pensar. Pero no es así, es Dios quien concede el don de la vocación religiosa, es Él quien llama al corazón del hombre, de la mujer, ha dejarlo todo para comenzar un nuevo camino en su vida, una nueva etapa, la que le hará más feliz que estando en el mundo, yendo a Misa con distracciones, y sin adelantamiento en la santidad personal.

Santos y santas reformadores de órdenes religiosas, siempre buscaron ese camino auténtico, en la que no hay cabida la relajación. La comodidad de muchos, llegan a temer el sacrificio personal. Pero veamos los ejemplos de los Santos que tenemos en los altares, ellos no tenían miedo al sacrificio, y cuantos mártires prefirieron perder su vida con tal de no renunciar al don de la fe.

Cuando más aprendemos de los Santos, con esas penitencias, hay casos parecidos, pues estoy pensando en San Jerónimo, en San Atanasio, en el venerable Casimiro Barello Morello, que iba recorriendo comenzando como peregrino, llegando a pertenecer a los franciscanos de la Orden Tercera, desde un pueblo de Italia, Cavagnolo, hasta una localidad de la provincia de Alicante, (Alcoy), siempre guiado por la Providencia de Dios, él pensaba ir por otra parte, pero el Señor le iba indicando por donde tenía que ir. No era sacerdote. 

Si queremos ser imitadores de Cristo, Él no temió sacrificarse por nuestro bien, pues nosotros debemos hacer lo mismo por su santo amor. Pues todos hemos sido llamados a la santidad, no a una vida cómoda y relajada. Volver a las fuentes del Evangelio nos puede causar verdadera paz y alegría. El Evangelio a mi medida no me sirve de nada, sino debe ser conforme al Corazón de Cristo.

Dice San Pablo: «Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros.» (Flp 3, 17) pero, ¿qué quiere decir ser imitadores de él, de San Pablo?: «Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma.»  (Ef 5, 1-2). Por lo tanto, ser imitadores de San Pablo y de otros santos, es ser imitador de Jesucristo. Caminar según el verdadero sentido del Evangelio al ejemplo de los santos, se halla la verdadera alegría.
Los santos fundadores son modelos de Cristo, imitadle a ellos significa imitar a Jesucristo, debe quedar entendido; es volver a la vieja senda, que no es tan vieja, sino Nueva en Cristo Jesús, Cristo la ha perfeccionado maravillosamente ese camino al cielo, pues como siendo Dios que bajó del cielo para enseñarnos lo que no alcanzamos a comprender. San Francisco de Asís, viendo la relajación que había en su tiempo, por una aceptación llena de amor a la voz de Cristo que le había llamado a restaurar su Iglesia, no lo dudó, enseguida se puso en camino. En los Franciscanos esos son los orígenes, el mismo camino que emprendió San Francisco de Asís, y San Pedro de Alcántara que no quería que se perdiese el espíritu de San Francisco de Asís, pues reformó la orden. Y debemos amar la Orden de San Francisco de Asís, y rezar por ella siempre, porque es amar las verdaderas fuentes del Evangelio de Cristo. Debemos pedir humildemente que el Señor nos envíe nuevos operarios a su mies, franciscanos que nos impulse a vivir el camino de la santidad, que el Señor nos envíe santos jesuitas, santos carmelitas descalzos. 
Yo pienso, que donde más abunda la relajación, menos vocaciones santas hay. Pero donde hay más austeridad, tal como nos lo enseña los santos fundadores San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz… y reformadores como San Pedro de Alcántara, no faltará la santidad en sus religiosos y religiosas, y estos hacen mucho bien a la Iglesia Católica. Una orden religiosa relajada hace más daño que bien a la Iglesia Católica. Por la vida relajada, se ha llegado a cerrar seminarios para siempre por causa de ciertos escándalos vergonzosos. Es justo que se hayan cerrado. 

Enseña el Concilio Vaticano II en «Perfectae Caritatis, número 2» la necesidad de que retornar a las fuentes auténticas de la Religión, así como de los institutos, bajo el impulso la guía providente del Espíritu Santo…:

Es una de las enseñanzas pero que se ha oscurecido por causa de otros asuntos modernistas, procedente del Concilio Vaticano, como de un sí, a lo que termina siendo un no. 


Principios generales de renovación

2 La adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos. Esta renovación habrá de promoverse, bajo el impulso del Espíritu Santo y la guía de la Iglesia, teniendo en cuenta los principios siguientes 
a) Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlos como regla suprema. 

b) Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos.  
c) Todos los Institutos participen en la vida de la Iglesia y, teniendo en cuenta el carácter propio de cada uno, hagan suyas y fomenten las empresas e iniciativas de la misma en materia bíblica, litúrgica, dogmática, pastoral, ecuménica, misional, social, etc.  
d) Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz.  
e) Ordenándose ante todo la vida religiosa a que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios por la profesión de los consejos evangélicos, habrá que tener muy en cuenta que aun las mejores adaptaciones a las necesidades de nuestros tiempos no surtirían efecto alguno si no estuvieren animadas por una renovación espiritual, a la que, incluso al promover las obras externas, se ha de dar siempre el primer lugar.


[1] Mis comentarios: Las demasiadas cosas del mundo disipan la vocación religiosa, apaga la Palabra de Dios en el corazón, la relajación, la tibieza, las comodidades, vida relajada quitan mérito a la perfección y vida de santidad, va apagando la fe como la llamita de una vela llega se apaga del todo para siempre, el ánimo por la penitencia y el deseo por la verdadera santidad ya no carece de verdadero interés para muchos cristianos. Procurándose el sustento diario por los propios medios y no por la confianza en la Divina Providencia es bastante perjudicial para el alma que desea la santidad: «El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto (Mt 13, 22) Jesucristo ya me lo advierte en la parábola del Sembrador.
Muchas órdenes religiosas han desaparecido. También es cierto que hay órdenes religiosas, no desaparecen por puro milagro a pesar de la relajación. Desgraciadamente personas consagradas no animan con el mismo sentido que lo hacía San Pedro de Alcántara, diciendo entre otras cosas que estamos en otros tiempos. Es muy triste para el alma cuando pierden la fe. Con personas me he encontrado que dicen por ejemplo, que hablan de la necesidad del dinero para el religioso. No son los mismos pensamientos que los de nuestro Señor Jesucristo, que no procuró renta alguna como dicen personas más desprendidas y espirituales.
Uno de los frutos del enemigo infernal que provoca en las almas superficiales, es que se tenga aversión a los escritos espirituales de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia Católica, porque aquellos que lo rechazan, ven allí, que habla de lo que no se debe hacer, y el mundano no le agrada, porque se siente aludido. San Alfonso María de Ligorio; San Agustín, San Pedro de Alcántara, etc. Pues si el alma se ha habituado a la idolatría y mundanidad, llega a enojarse rabiosamente. Pero olvidan, que su enojo es contra el Espíritu Santo que les está hablando por aquellas palabras espirituales, que proceden de las enseñanzas de los Santos Padres, ya de la Iglesia Católica, ya de las enseñanzas de los Papas... Se esfuerzan en ignorarlo con prontitud, o dejan de leer.
Ser esclavo del mundo, con la demasiada o mediana atención a lo que está sucediendo en el mundo, por los diversos medios de comunicación, para que el hombre se preocupe por aquello que ven en la televisión. Y de toda preocupación de la vanidad mundana, y sus problemas, no es para cargarlo sobre nosotros, que esas seducciones no me atrapen, para que la Palabra de Dios sí que tenga fruto en mí


[2] Ser esclavo del mundo, con la demasiada o mediana atención a lo que está sucediendo en el mundo, por los diversos medios de comunicación, para que el hombre se preocupe por aquello que ven en la televisión. Y de toda preocupación de la vanidad mundana, y sus problemas, no es para cargarlo sobre nosotros, que esas seducciones no me atrapen, para que la Palabra de Dios sí que tenga fruto en mí.

[3] Quienes la viven no son los religiosos y sacerdotes mundanos, sino los que se desprenden de verdad de todas las cosas materiales, a ejemplo de los santos imitando a Jesucristo.
[4] Huerta, p. 251; Barrado, p. 191: Miglioranza Contardo: Santa Catalina de Bolonia, p.p.75-Misiones Franciscanas Conventuales. Cóndor 2150 (1437) Buenos Aires.
[5] Santa Teresa, Vida 35, nº. 5-6
[6] Transcribo algunos párrafos del capítulo XII, Páginas 98-101 del mismo libro.
[7] Los dones de Dios se lo guardaba celosamente para sí, pero cuando el Señor quiere comunicarlo encuentra la forma de hacerlo. Y ejemplos hay muchos, según se lee en la vida de los Santos.
[8] Acostumbrarse a esta vida, es lo que el Señor nos pide a todos, a la vida del Evangelio, a renunciarse así mismo para seguir a Jesucristo, hacerse violencia por el Reino de los cielos, a una renuncia total del mundo, del propio “yo”. El hombre viejo nos entorpecerá para que seamos fieles al seguimiento de Jesucristo. Los más felices son los que están llamados a la vida religiosa. Pues con su pobreza voluntaria llegan a parecerse de una forma especial a Jesucristo.



Aprovechemos siempre el tiempo dando gloria y alabanza a Dios, que es bendito por los siglos de los siglos. Encomendémonos a San Pedro de Alcántara, para que nos ayude, para que ayude a la Familia Franciscana a retornar a los principios del Evangelio conforme a la Tradición Apostólica, pues el tiempo en este mundo es más breve de lo que podríamos pensar, pero quien permanece en Cristo, permanece para siempre y firme en la fe. 

Encordémonos a la Santísima Madre de Dios, la Llena de Gracia, la Inmaculada Virgen María. 

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