viernes, 6 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (10-14)


La oración dominical se convierte en oración de cada día, y muchas; pero es que la oración no debemos poner un tiempo límite, porque el Señor quiere que oremos en todo tiempo. Pues también, cuando estamos en casa, solo o con la familia. Nuestros intereses deben ser los mismos que los de Nuestro Señor Jesucristo, es cuando somos más felices, el negarnos a nosotros mismos, y no cesamos de orar. El alma de oración termina sometido a la muerte del pecado. Pero quien quiere salir de la muerte a la vida, hay que romper con los dominadores del mal, y volver a Cristo, no alejarnos de Él.


Son muchas las almas que en su día no rezaban con pureza de corazón y notaban que sus oraciones eran demasiados imperfectas, pero no renunciaron a ello, sino perseveraron hasta alcanzar esa pureza.


Debemos trabajar mucho para que la medida de nuestras oraciones sea cada vez más poderosa. El poder de la oración pone fin al poder de nuestros enemigos: "mundo, demonio y carne"

Continuamos con estas enseñanzas del Espíritu Santo por medio de San Cipriano.


  
Obras completas de San Cipriano de Cartago
La oración dominical
Tomo I. 
Biblioteca de Autores Cristianos. 

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (10-14)

10.  Y no solo, hermanos amadísimos, debemos observar y advertir que llamamos Padre al que está en los cielos, sino que a la palabra «Padre» y añadimos otra y decimos «Padre nuestro», es decir de aquellos que creen, de aquellos que, santificados por Él y salvados por el nacimiento de la gracia espiritual, han comenzado a ser hijos de Dios. Esta palabra, por otra parte, afecta e hiere a los judíos, quiénes no solo no creyendo despreciaron a Cristo, que les había anunciado por los profetas enviado a ellos en primer lugar, sino que además lo mataron con crueldad. Estos, por ellos no pueden llamar más Padre a Dios, porque el Señor los confunde y rebate con las siguientes palabras: «Vosotros habéis nacido de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él fue homicida desde el principio y o se mantuvo el verdad, porque no hay verdad en él » (Jn 8,44). Y por medio del profeta Isaías Dios clama con indignación: «Hijos crié y los saqué adelante, y ellos, sin embargo me despreciaron. Conoce el buey a su dueño el asno el pesebre de su amo; Israel, en cambio, no me ha conocido, y el pueblo no me comprendió. ¡Ay, de la gente pecadora, del pueblo lleno de pecados, raza malvada, hijos del crimen! Habéis abandonado al Señor e indignado al Santo de Israel» (Is 1,2-4). También nosotros, los cristianos, les reprochamos, cuando al orar decimos Padre nuestro, porque Dios, mientras ha comenzado a ser para nosotros Padre, para los judíos, que lo han abandonado, ha dejado de serlo. Un pueblo pecador no puede ser hijo, sino solo aquellos a los que se les concede el perdón de los pecados; estos son los llamados hijos, a ellos les ha sido prometida la eternidad. Nuestro Señor mismo, en efecto, dice: «Todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre, mientras que el hijo se queda para siempre» (Jn 8,34-35).


11.  ¡Qué clemente ha sido el Señor, rico en bondad y misericordia con nosotros, pues ha querido que orásemos frecuentemente en presencia de Dios y le llamemos Padre, y que, así como Cristo es Hijo de Dios, así nosotros seamos llamados hijos de Dios! Ninguno de nosotros se hubiera atrevido a pronunciar tal Nombre en la oración, si Dios mismo no nos lo hubiese permitido. Debemos recordar, por tanto, hermanos amadísimos, y saber que si llamamos Padre a Dios, debemos también a vivir y a comportarnos como sus hijos, de modo que, así como nosotros nos alegramos de tenernos como hijos. Vivamos como templos de Dios (Cf. 1Cor 5,16), para que a todos les sea manifiesto que Él habita en nosotros. Que nuestras acciones no sean contrarias al Espíritu, de modo que los que hemos empezado a ser celestiales y espirituales no pensemos y obremos más que cosas celestiales y espirituales, porque el mismo Señor y Dios a dicho: «A quiénes me honran, yo les honraré, y quiénes me desprecian, serán despreciados» (1Sam 2,30) . también el bienaventurado apóstol escribió en una de sus cartas: «No os pertenecéis, porque habéis sido comprado a gran precio. Glorificad y llevar a Dios en vuestro cuerpo» (1Cor 6,19-20).


12.  A continuación, decimos: «Santificado sea tu Nombre». No es que deseemos que Dios sea santificado por nuestras oraciones, sino que le pedimos que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿si es Dios quien santifica, por quien puede ser Él santificado? Pero como Él mismo dijo: «Sed santos» (Lev 11,44) [Cf. 1Pe 1,15-16], pedimos y suplicamos esto, para que perseveremos en aquello que hemos comenzado a ser una vez santificados en el bautismo. Y esto lo pedimos todos los días. Cada día, en efecto, estamos necesitados de santificación, para purificarnos con esta asidua justificación que cometemos diariamente. En que consiste esta santificación, que la bondad de Dios nos concede, lo proclama el apóstol diciendo: «Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los ladrones, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los estafadores, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces, alcanzarán el Reino de Dios. Y esto fuisteis vosotros ciertamente, pero habéis sido lavados, habéis sido justificados, habéis sido santificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios » (1Cor 6,9-11). Nos llama santificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios. Oremos para que permanezca en nosotros esa santificación. Y ya nuestro Señor y Juez conmina al hombre, que fue por Él salvado y vivificado, a no caer para que no le suceda algo peor (Cf. Jn 5,14), por eso le hacemos esta petición con continuas oraciones. Pedimos día y noche que se conserve en nosotros, con la protección de Dios, la santificación y la vida que hemos recibido por su gracia.

13.   Sigue luego en la oración: Venga tu reinoDe la misma forma que pedimos que su Nombre sea santificado en nosotros, así pedimos también que se haga presente e nosotros su Reino. Pues, ¿Cuándo no reina Dios?, ¿en qué momento ha comenzado a ser en Él aquello que fue siempre y que no ha cesado jamás de ser? Pedimos que venga nuestro reino, el que Dios nos ha prometido y fue adquirido por la Sangre de Cristo, para que nosotros, que ahora le servimos en el mundo, reinemos un día en la otra vida con Cristo Rey, como Él mismo nos promete cuando dice: «Venid, benditos de mi Padre, recibid el Reino preparado para vosotros desde el origen del mundo» (Mt 25,34). Es cierto, hermanos queridísimos, que Cristo mismo es el Reino de Dios, que deseamos diariamente que venga y cuya venida pedimos que ocurra cuanto antes. En efecto, siendo Él la Resurrección (Cf. Jn 11,23), porque en Él resucitamos (Cf Colosenses 2,12), porque en Él reinaremos. Hacemos el bien, entonces, pidiendo que venga el Reino de Dios, esto es el reino de los cielos, también existe un reino terreno. Pero el que ha renunciado al mundo es superior a los honores y a ese reino terrenal. Por ello, quien se consagra a Dios y a Cristo, no desea el reino de la tierra, sino el del cielo. Debemos, por tanto, pedir e implorar continuamente no ser excluidos del Reino del cielo. Debemos, por tanto, pedir e implorar continuamente no ser excluidos del Reino de los cielos, como les ha sucedido a los judíos, a quiénes se les había prometido antes, según la palabra y el testimonio del Señor. Él ha señalado: «Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán en la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos. Más, los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 8,11-12). Así Él nos demuestra que los judíos antes habían sido hijos del Reino, cuando perseveraban siendo hijos de Dios (Cf. Jn 8,11). En cambio, cuando dejaron de tenerle por Padre, perdieron también el reino. Y por ello, nosotros los cristianos, que hemos aprendido en la oración a llamar a Dios Padre nuestro¸ pedimos también que venga a nosotros el Reino de Dios.


14.  Después añadimos y decimos: «Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra». No pedimos que Dios hg su voluntad, sino que nosotros hagamos aquello que Él quiere. Porque, ¿Quién impide a Dios a hacer lo que quiera? Sin embargo, ya nuestros pensamientos y acciones, pedimos y suplicamos que se cumpla en nosotros la Voluntad de Dios, algo que se realiza solo si Dios quiere, con su ayuda y protección, pues ninguno es fuerte por sí mismo, sino gracias a la bondad y la misericordia de Dios. Finalmente, también el Señor afirma para mostrar la debilidad humana, que Él mismo llevaba: «Padre, si es posible pase de mí este cáliz» (Mt 26,39). Y en otro lugar dice: «No he bajado del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38). Por tanto, si el Hijo ha obedecido para hacer la voluntad del Padre, cuánto más debe obedecer el siervo para hacer la voluntad del Señor, como escribe Juan en una de sus cartas, cuando nos exhorta a hacer la Voluntad de Dios, diciendo: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él, porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de los ojos y ambición de la vida, lo cual el mundo y su concupiscencia pasarán, pero el que cumpla la Voluntad de Dios permanecerá para siempre, como Dios permanece para siempre». (1Jn 2,15-17). Si pues, si queremos vivir eternamente, debemos hacer la voluntad de Dios que es eterno.

Continuará si Dios quiere. 

Gloria y alabanza a la Santísima Trinidad

Reflexión

En el número 11, dice; «Debemos recordar, por tanto, hermanos amadísimos, y saber que, si llamamos Padre a Dios, debemos también a vivir y a comportarnos como sus hijos, de modo que, así como nosotros nos alegramos de tenernos como hijos. Vivamos como templos de Dios (Cf. 1Cor 5,16) »,


Por tanto, hemos de tener siempre en nuestra memoria, que el modo de orar el Padre nuestro, que por eso, debemos que nuestro corazón, fiel a los Santos Mandamientos de Dios, nada debe hacernos olvidar. Los mandamientos de Dios nos ayudan a ser mejores hijos e hijas de Dios, mejores personas, mejores cristianos. Más humano, pero sobre todo, más espirituales, que debe ir en crecimiento personal.

También dice que debemos vivir como templos de Dios, pues no nos pertenecemos a nosotros mismos. Y es verdad, y esta es la verdadera felicidad, de pertenecer a Dios. Muchas personas dicen, “soy libre, y hago lo que quiero con mi vida”, y lo que le lleva es a muchas tristezas, por los problemas que al no ser fiel al Señor, ha estado sembrando en su propia vida, creyendo ser libres, terminan siendo esclavos del pecado y del demonio. Entonces, no son libres, pero el maligno les hace creer así, y no hay manera de que quieran ver la luz que nos ofrece el Señor nuestro Dios.

Debemos recordarlo continuamente, porque si llamamos Padre a Dios, nosotros debemos comportarnos como hijos obedientes, fieles, porque nos ama. No debemos hacer nada distinto de lo que Jesús nos ha enseñado, y los Apóstoles.

No debemos vivir como si la oración del Padre nuestro no fuera con nosotros, porque hemos sido bautizado, el Señor quiere darnos siempre lo mejor, en el Padre nuestro ese deseo de “venga tu Reino” debe ser un deseo real, no debe caer en el vació, que, si queremos el Reino de los cielos, las cosas de la tierra, no deben ser lo importante para nosotros. En el Reino de los cielos, lo debemos desear en su plenitud, con la misma medida que Jesús quiere para nosotros.

«Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra». Hacer la voluntad de Dios es lo más maravillosos que podemos hacer, incluso, si el Señor quiere que tengamos un tiempo distinto, de la salud corporal a la enfermedad, tengámoslo como regalo de Dios, en nuestro provecho, pues el amor, lo más duro de nuestras enfermedades, puede ser alivios. Pero también en las sequedades de la oración, podemos sacar buen provecho espiritual, porque es mucho mejor pasar todas las dificultades en esta vida presente, que no luego en la eternidad.

Mucho mejor es la dolencia más fuerte en esta vida, porque si lo llevamos con paz y alegría, en gracia de Dios, en una perfecta comunión con la Voluntad de Dios, en la eternidad ya ni nos acordaremos de la dureza temporal.


Sumerjámonos en el conocimiento de la Palabra de Dios, leyendo y meditando lo que nos dice, y encontraremos consuelo y paz.

En el Reino de los cielos, donde veremos al Señor, y le adoraremos con inmenso gozo espiritual, ya habremos pasado todo lo adverso, porque el Señor nunca nos dejó solo, «Y enjugará toda lagrima de sus ojos, y no habrá muerte ni llanto, ni lamentos, porque todo lo anterior ya pasó» (Ap 3,4)


Pero ahora nos ayuda el estar muy atento, siempre que vamos a la Santa Misa, y cuando oramos, siempre lo debemos hacer con mucho respeto, con reverencia.

Recordando que el Señor es nuestro Padre, nosotros no debemos comportarnos como hijos rebeldes para terminar siendo castigados después de esta vida temporal.

Cardenal Sarah: La tan difundida Comunión en la mano es parte del ataque de Satanás contra la Eucaristía



Card. Sarah: La tan difundida Comunión en la mano es parte del ataque de Satanás contra la Eucaristía





Por Diane Montagna. LifeSiteNews. 23 de febrero de 2018.

“Se necesita volver a pensar en la manera de distribuir la Comunión”. Card. Sarah.

ROMA – El jefe del departamento del Vaticano que supervisa la liturgia está convocando a los fieles católicos a volver a recibir la Sagrada Comunión en la boca y de rodillas.
En el prefacio de un nuevo libro sobre el tema, el Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, escribe: “El ataque diabólico más insidioso consiste en tratar de extinguir la fe en la Eucaristía, sembrando errores y fomentando una forma inadecuada de recibirla. Verdaderamente la guerra entre Miguel y sus Ángeles por un lado, y Lucifer por el otro, continúa en los corazones de los fieles”.

“El objetivo de Satanás es el sacrificio de la Misa y la presencia real de Jesús en la hostia consagrada”, dijo.

El nuevo libro, de Don Federico Bortoli, fue lanzado en italiano bajo el título: “La distribución de la Comunión en la mano: un estudio histórico, jurídico y pastoral” [La distribuzione della comunione sulla mano. Profili storici, giuridici e pastorali].
Recordando el centenario de las apariciones de Fátima, Sarah escribe que el Ángel de la Paz que se apareció a los tres pastores antes de la visita de la Santísima Virgen “nos muestra cómo debemos recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo”. Su Eminencia luego identifica los ultrajes por los cuales Jesús es ofendido hoy en la Sagrada Eucaristía, incluida la llamada ‘intercomunión’ “.
Sarah continúa considerando cómo la fe en la Presencia Real “puede influenciar la manera en que recibimos la Comunión, y viceversa”, y propone al Papa Juan Pablo II y a la Madre Teresa como dos santos modernos que Dios nos ha dado para imitar en su reverencia en la recepción de la Sagrada Eucaristía.
“¿Por qué insistimos en recibir la Comunión de pie y en la mano?”, Pregunta el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino. La manera en que se distribuye y recibe la Sagrada Eucaristía, escribe, “es una pregunta importante sobre la cual la Iglesia de hoy debe reflexionar”.
A continuación, con el amable permiso de La Nuova Bussola, donde se publicó por primera vez el prólogo, ofrecemos a nuestros lectores una traducción de LifeSiteNews de varios extractos clave del texto del Cardenal Sarah.

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La Providencia, que dispone todo sabia y dulcemente, nos ha ofrecido el libro La Distribución de la Comunión en la mano, de Federico Bortoli, justo después de haber celebrado el centenario de las apariciones de Fátima. Antes de la aparición de la Virgen María, en la primavera de 1916, el Ángel de la Paz se apareció a Lucía, Jacinta y Francisco, y les dijo: “No tengan miedo, yo soy el Ángel de la Paz”. Reza conmigo”. (…) En la primavera de 1916, en la tercera aparición del Ángel, los niños se dieron cuenta de que el Ángel, que siempre era el mismo, tenía en su mano izquierda un cáliz sobre el cual estaba una hostia suspendida. (…) Dio la Santa Hostia a Lucía, y la Sangre del cáliz a Jacinta y Francisco, quienes permanecieron de rodillas, diciendo: “Tomen y beban el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajados por hombres ingratos. Reparen sus crímenes y consuelen a su Dios. “El Ángel se postró de nuevo en el suelo, repitiendo la misma oración tres veces con Lucía, Jacinta y Francisco.
El Ángel de la Paz, por lo tanto, nos muestra cómo debemos recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. La oración de reparación dictada por el Ángel, por desgracia, no es nada obsoleta. Pero, ¿cuáles son los ultrajes que recibe Jesús en la Santa Hostia, para lo cual tenemos que reparar? En primer lugar, están los ultrajes contra el sacramento mismo: las horribles profanaciones, de las que algunos conversos ex satanistas han informado y ofrecen descripciones horripilantes. Las Comuniones sacrílegas, no recibidas en el estado de la gracia de Dios, o no profesando la fe católica (me refiero a ciertas formas de la llamada “intercomunión”), también son ultrajes. En segundo lugar, todo lo que podría evitar la fecundidad del Sacramento, especialmente los errores sembrados en las mentes de los fieles para que ya no crean en la Eucaristía, es un ultraje para Nuestro Señor. Las terribles profanaciones que tienen lugar en las llamadas “misas negras”, decir que no hieren directamente a Aquel que está en la Hostia es erróneo, y termina solo en los accidentes del pan y el vino.

Por supuesto, Jesús sufre por las almas de aquellos que lo profanan, y por quienes derramó su Sangre que tan miserable y cruelmente desprecian. Pero Jesús sufre más cuando el don extraordinario de su Presencia Eucarística divina-humana no puede traer sus efectos potenciales a las almas de los creyentes. Y así podemos entender que el ataque diabólico más insidioso consiste en tratar de extinguir la fe en la Eucaristía, sembrando errores y fomentando una forma inadecuada de recibirlo. Verdaderamente la guerra entre Miguel y sus Ángeles por un lado, y lucifer por otro, continúa en los corazones de los fieles: el objetivo de Satanás es el sacrificio de la Misa y la presencia real de Jesús en la hostia consagrada. Este intento de robo sigue dos pistas: la primera es la reducción del concepto de “presencia real.” Muchos teólogos persisten en burlarse o desairar el término “transubstanciación” a pesar de las constantes referencias del Magisterio (…)

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Veamos ahora cómo la fe en la presencia real puede influir en la manera en que recibimos la Comunión, y viceversa. Recibir Comunión en la mano sin duda implica una gran dispersión de fragmentos. Por el contrario, la atención a las migas más pequeñas, el cuidado en purificar los vasos sagrados, no tocar la Hostia con las manos sudorosas, todo se convierte en profesiones de fe en la presencia real de Jesús, incluso en las partes más pequeñas de las especies consagradas: si Jesús es la sustancia del pan eucarístico, y si las dimensiones de los fragmentos son solo accidentes del pan, ¡es de poca importancia cuán grande o pequeña es una pieza de la hostia! ¡La sustancia es lo mismo! ¡Es él! Por el contrario, la falta de atención a los fragmentos nos hace perder de vista el dogma. Poco a poco, el pensamiento puede prevalecer gradualmente: “Si incluso el párroco no presta atención a los fragmentos, si administra la comunión de tal manera que los fragmentos se puedan esparcir, entonces significa que Jesús no está en ellos, o que Él está ‘hasta cierto punto’ “.

La segunda pista en la que se ejecuta el ataque contra la Eucaristía es el intento de eliminar el sentido de lo sagrado de los corazones de los fieles. (…) Mientras que el término “transubstanciación” nos señala la realidad de la presencia, el sentido de lo sagrado nos permite vislumbrar su unicidad y santidad absolutas. ¡Qué desgracia sería perder el sentido de lo sagrado precisamente en lo más sagrado! ¿Y cómo es posible? Al recibir comida especial de la misma manera que la comida ordinaria. (…)

La liturgia se compone de muchos pequeños rituales y gestos, cada uno de ellos es capaz de expresar estas actitudes llenas de amor, respeto filial y adoración hacia Dios. Precisamente por eso es apropiado promover la belleza, la idoneidad y el valor pastoral de una práctica desarrollada durante la larga vida y tradición de la Iglesia, es decir, el acto de recibir la Sagrada Comunión en la lengua y de rodillas. La grandeza y la nobleza del hombre, así como la máxima expresión de su amor por su Creador, consiste en arrodillarse ante Dios. Jesús mismo oró de rodillas en presencia del Padre. (…)

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En este sentido, me gustaría proponer el ejemplo de dos grandes santos de nuestro tiempo: San Juan Pablo II y Santa Teresa de Calcuta. Toda la vida de Karol Wojtyla estuvo marcada por un profundo respeto por la Sagrada Eucaristía. (…) A pesar de estar exhausto y sin fuerzas (…) siempre se arrodillaba ante el Santísimo Sacramento. No pudo arrodillarse y ponerse de pie solo. Necesitaba que otros doblaran sus rodillas y se levantaran. Hasta sus últimos días, quiso ofrecernos un gran testimonio de reverencia por el Santísimo Sacramento. ¿Por qué estamos tan orgullosos e insensibles a las señales que Dios mismo nos ofrece para nuestro crecimiento espiritual y nuestra relación íntima con Él? ¿Por qué no nos arrodillamos para recibir la Sagrada Comunión según el ejemplo de los santos? ¿Es realmente tan humillante inclinarse y permanecer arrodillado ante el Señor Jesucristo? Y sin embargo, “aunque estaba en la forma de Dios, […] se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2, 6-8).

Santa Madre Teresa de Calcuta, una religiosa excepcional que nadie se atrevería a considerar como tradicionalista, fundamentalista o extremista, cuya fe, santidad y entrega total de sí misma a Dios y los pobres son conocidas por todos, tenía un respeto y un culto absoluto al Divino Cuerpo de Jesucristo. Ciertamente, ella tocaba diariamente la “carne” de Cristo en los cuerpos deteriorados y sufrientes de los más pobres entre los pobres. Y, sin embargo, llena de asombro y veneración respetuosa, la Madre Teresa se abstuvo de tocar el cuerpo de Cristo transubstanciado. En cambio, ella lo adoró y lo contempló en silencio, se mantenía de rodillas y se postraba ante Jesús en la Eucaristía. Además, ella recibía la Sagrada Comunión en la boca, como un niño que humildemente se dejaba alimentar por su Dios.

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La santa se entristeció y dolió cuando vio a los cristianos recibiendo la Sagrada Comunión en sus manos. Además, dijo que, por lo que ella sabía, todas sus hermanas recibían la Comunión solo en la lengua. ¿No es esta la exhortación que Dios mismo nos dirige? “Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto. Abre la boca y la llenaré “? (Sal. 81, 10)

¿Por qué insistimos en recibir la comunión de pie y en la mano? ¿Por qué esta actitud de falta de sumisión a los signos de Dios? Que ningún sacerdote se atreva a imponer su autoridad en este asunto al negar o maltratar a quienes desean recibir la Comunión arrodillados y en la lengua. Vayamos como niños y recibamos humildemente el Cuerpo de Cristo de rodillas y en nuestra lengua. Los santos nos dan el ejemplo. ¡Son los modelos a imitar que Dios nos ofrece!

Pero, ¿cómo puede ser tan común la práctica de recibir la Eucaristía en la mano? La respuesta se nos da, y cuenta con el respaldo de documentación nunca antes publicada que es extraordinaria en su calidad y volumen, por Don Bortoli. Fue un proceso que fue todo menos claro, una transición de lo que la instrucción Memoriale Domini concedió, a lo que es una práctica tan extendida hoy (…) Desafortunadamente, como con el idioma del Latín, también con una reforma litúrgica que debería haber sido homogénea con los ritos anteriores, una concesión especial se ha convertido en la trampa para forzar y vaciar la caja fuerte de los tesoros litúrgicos de la Iglesia. El Señor conduce por los senderos correctos (ver Sabiduría 10:10), no por subterfugios. Por lo tanto, además de las motivaciones teológicas mostradas arriba, también la forma en que se extendió la práctica de la Comunión en la mano parece haberse impuesto no según los caminos de Dios.

Que este libro aliente a los sacerdotes y fieles que, movidos también por el ejemplo de Benedicto XVI -que en los últimos años de su pontificado quiso distribuir la Eucaristía en la boca y de rodillas- desean administrar o recibir la Eucaristía de esta última manera, que es mucho más adecuado para el Sacramento mismo. Espero que pueda haber un redescubrimiento y promoción de la belleza y el valor pastoral de este método. En mi opinión y juicio, esta es una pregunta importante sobre la cual la Iglesia de hoy debe reflexionar. Este es un gran acto de adoración y amor que cada uno de nosotros puede ofrecer a Jesucristo. Estoy muy contento de ver a tantos jóvenes que eligen recibir a nuestro Señor tan reverentemente de rodillas y en sus lenguas. Que el trabajo del P. Bortoli fomente un replanteamiento general sobre la forma en que se distribuye la Sagrada Comunión. Como dije al comienzo de este prefacio, acabamos de celebrar el centenario de Fátima y nos alienta a esperar el triunfo seguro del Inmaculado Corazón de María para que, al final, la verdad sobre la liturgia también triunfe.

* Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

[Traducción de Filius Mariae. Dominus Est. Artículo original]
*permitida su reproducción mencionando a dominusestblog.wordpress.com


Ver también:
BASTA DE COMUNIÓN EN LA MANO. Ponte de rodillas y recibe a tu Rey.


* * * 

Comentario:
El cristiano no debe dejarse instrumentalizar por el diablo para atacar a Jesús, la Comunión en la mano nunca ha sido querida por Dios. Y estamos viendo parte de sus frutos, una caída masiva en la fe, que ya cierran iglesias, que ya no se debe comulgar, etc. Entonces, pues, nunca han creído en la consagración eucarística, cuando el sacerdote por el poder recibido de Dios, puede ser mediador de la Transubstanciación, que el vino y el pan, se convierte por la fe en Cuerpo y Sangre de Jesús.




Quien reciba a Jesús de rodilla y en la boca, está alimentando su fe, cree realmente que Dios está ahí, y que ninguna mano que no haya recibido la unción del Señor como verdadero sacerdote, no pueden tocarlo. Un cristiano mundano, ni siquiera un piadoso santo religioso, que no sea sacerdote tampoco puede poner la mano para recibir a Jesús, no lo hará, porque se arriesgaría a perder la fe.
No consintamos que nuestra fe se apague. Pues muchas almas han sucumbido, el suicidio de la fe, que por miedo al "coronavirus", han dejado de buscar al Señor que puede obrar milagros.

jueves, 5 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (7-9)


San Mateo 7,7-12

«7Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.' 8Porque quien pide recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre. 9Pues ¿quién de vosotros es el que, si su hijo le pide pan, le da una piedra, 10o, si le pide un pez, le da una serpiente? 11Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide! 12 Por eso, cuanto quisieres que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas.» (Nácar-Colunga)

Si no conseguimos lo que pedimos, es porque en nuestro corazón no está completo para Dios, sino que hay desordenes que nos impide crecer en la fe, y obtener la pureza de la oración. 



  • La oración de petición nace del corazón humano en que reside la recta y hace posible la relación personal, porque Dios es una Persona con una presencia abarcante. No es necesario vociferar o acumular palabrería que no sirve de nada. «Cuando tus vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre que ve lo escondido, te lo pagará. Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos, que piensan que a fuerza de palabra serán escuchado» (Mt 6,5-7). La oracion hay que hacerla con la confianza absoluta (Mc 11,24) en un Padre que está pendiente de sus hijos, incluso más que cualquier padre de familia como acabamos de escuchar en el Evangelio. Él, con su Providencia atiende y asiste a nuestras necesidades y carencias. Y aunque no tengamos una respuesta inmediata a nuestras peticiones, no significa que no nos oye o deje de observarnos en cada momento de nuestra existencia. Y no olvidemos: la escucha es más segura cuando se reza en comunidad: «Os digo también que, si dos de vosotros en la tierra se ponen de acuerdo para pedir cualquier cosa, se la concederá mi Padre del cielo» (San Mateo 18,19) (Meditación del Evangelio 2.020. Familia Franciscana)

Es necesario que el Señor nos observe en todo momento, porque si obramos mal, el Señor nos ayuda a corregirnos, y aceptamos esa corrección por muy dura que nos parezca en algunas ocasiones. Pues el deseo de Dios es que nos salvemos.

Pedir cualquier cosa que pidamos al Señor, debe corresponder a sus enseñanzas, nunca en la medida de este mundo, ni del hombre viejo. Jamás debemos rebelarnos con la corrección del Señor. Pues todo el que se rebela, termina por ser apresado por el diablo. 



San Cipriano de Cartago: 
La oración dominical, (7-9)

Obras completas de San Cipriano de Cartago, Tomo I

Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2013


7.  Después de saber estas cosas, amadísimos hermanos, por la lección divina, y después de haber comprendido como debemos acercarnos a la oración, conozcamos también por la enseñanza del Señor, que hemos de pedir cuando oramos. Así oraréis –dice– Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra; danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal.

8.  Ante todo, el doctor de la paz y maestro de la unidad no quiso que la oración se hiciera individualmente y en privado, de modo que cuando ore, de modo que, cuando uno ore, ore solo por sí mismo. No decimos: Padre mío que estás en los cielos, ni: dame hoy mi pan. Y cuando pide que le sea perdonada solo a él la deuda o que él solo pide no caiga en la tentación y sea librado del mal. Nuestra es pública y comunitaria y, cuando oramos, pedimos por todo el pueblo, no por uno solo, porque todo el pueblo forma una sola cosa. El Dios de la paz y maestro de la concordia, que nos ha enseñado la unidad, quiso que cada uno ore por todos, así como Él mismo nos ha llevado a todos en sí. Los tres jóvenes encerrados en el horno de fuego, unánimes en la oración y concordes en la oración del espíritu, observaron esta ley de la oración. La fe expresada por la divina Escritura así lo declara, y como nos enseña como oraron estos jóvenes, nos propone el ejemplo que debemos imitar cuando oramos, para que podamos ser semejantes a ellos. Entonces, dice, los tres con una sola voz, cantaban un himno y bendecían a Dios (San 3,51). Hablaban como por una sola boca, y todavía Cristo no les había enseñado a orar. Por ello su plegaria fue tan poderosa y eficaz, porque Dios era propicio a una oración pacífica, simple y espiritual. Así también, vemos que oraron los Apóstoles y los discípulos, después de la Ascensión del Señor: Todos ellos, dice, perseveraban unánimes en la oración, en compañía de las mujeres; de María, la Madre de Jesús y de sus hermanos (Hch 1,14). Perseveraban unánimes en la oración, testimoniando al mismo tiempo, la constancia y la concordia de esa oración, pues Dios que hace habitar en una misma casa (C. Sal 67,2) a los que son unánimes, no acoge en su eterna y divina morada más a lo que se unen en la oración.

9.  ¡Qué misterios, amadísimos hermanos, se encierran en la oración del Señor, breves en las palabras, pero especialmente fecundo por su eficacia! En este resumen de doctrina no queda nada omitido de cuanto se refiere a la oración, dice el Señor: Orad así: 
«Padre nuestro que estás en los cielos.» El hombre nuevo, renacido y restituido por Dios por su gracia, dice en primer lugar: «Padre», porque ya ha comenzado a ser hijo. Está escrito: «Vino a su casa y los suyos no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su Nombre» (Jn 1,11-12). Así pues. El que cree en su Nombre y ha sido hecho hijo de Dios, debe empezar por eso a dar gracias y a profesar su condición de hijo de Dios. Mientras llama Padre a Dios, que está en los cielos, él, con esta palabra, de las primeras pronunciadas después de su bautismo, debe testificar que ha renunciado al padre terreno y carnal, y que no reconoce ni tiene otro padre que el del cielo, como está escrito: «Los que dicen al padre y a la madre: no os reconozco, y no reconocen a sus hijos, estos han cumplido tus preceptos y han guardado tu alianza» (Dt 33,9). Del mismo modo, el Señor en su Evangelio nos ha ordenado que no llamemos padre nuestro a nadie en la tierra, porque no tenemos más que un solo Padre, el que está en los cielos (Cf Mt 23,9). Y al discípulo, que le había recordado a su padre difunto, le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos» (Mt 8,22), pues había dicho que su padre estaba muerto, cuando los creyentes tienen un Padre que vive siempre.

Continuará...

Reflexión

No renunciemos a orar con insistencia, dando gracias a Dios desde la primera hora de la mañana al despertar, y ofrecer nuestros pensamientos, para que sea puro ante Dios. La oración siempre nos mantiene firmes en la fe.

Los que se inicia en el camino de la oración después de haber sentido la llamada de Dios a una vida más entregada a las enseñanzas de Jesús, en principio, parece que puede cansar, ¿cansa orar demasiado? No, quien se cansa es nuestro hombre viejo que espantado huye a todo lo que nos pueda acercar a Dios. Pero, suplicando a Dios que nos ayude, venceremos a nuestro hombre viejo, y comenzar la verdadera vida en Cristo Jesús.

La tibieza enseña muy mal, porque dice que la oración es un estorbo, pues hay que rezar a toda prisa, de forma atropellada. Pero no somos esclavos de la tibiez para nuestra ruina. Los Santos nos ha enseñado que nuestra tibieza tendrá que dejar de existir, en la medida que nos centremos en conocer que es lo que estamos rezando.

Cuando nos sentimos perturbado, y no sabemos porque nos ha venido una densa oscuridad interior, es cuando más necesitamos del Señor, porque por ahí ronda el enemigo, que quiere angustiarnos, ahogarnos. Pues comencemos a rezar el santo rosario, y aun, ya, cuando ya en las primeras oraciones, sin haber terminado el rezo del rosario, nos viene la paz y luz interior, no nos paremos ahí, sino que debemos rezar y meditar, el resto de los misterios del Rosario. Pues el Malvado siempre quiere sorprendernos cundo dejamos la oración.

Recemos muchos, muchas veces a lo largo del día y de la noche, el Padre Nuestro, el Ave María, pues no existe otro camino de paz verdadera lejos de Cristo. Solo con el Señor, Él es el único necesario para nosotros, y la Madre de Dios y nuestro amor a la Santa Madre Iglesia Católica.

¿Qué me dice el Señor cuando me ha enseñado esta oración?

«Padre nuestro que estás en los cielos, venga tu Reino»

Dios me aceptó como hijo, gracias al sacramento del Bautismo, tengo que pensar en lo nuestro Padre Celestial, me pide a mí, como también le pide a otros.

Conocer profundamente al Señor, que me enseña que es el pecado y lo que no lo es. El Señor también me habla por medio de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica, por la doctrina y testimonios de los santos y santas, nos habla de distinta forma, incluso por los pobres, para que obremos la caridad con el prójimo.

Pedimos al Señor que venga a nosotros el Reino de Dios, por lo que necesito verme libre del “reino de este mundo”, sin aceptar las malas propuestas que son todas las que el tentador quiere enredarnos. Y solo aceptando al Señor, vemos los lazos del maligno y no caemos.

No es posible mantener unidos una vida de oración y una vida de desordenes, mundanidad, diversiones, pues no se complacería a Dios. Y nuestras oraciones no sería tan eficaz contra nuestras tentaciones. El Señor nos ayuda, pero también nosotros debemos colaborar en la obediencia a Dios, en ordenar nuestra vida siempre hacia el Señor.

Se había tomado muy en serio San Francisco de Asís la vida de la oración, y cuando tenía dificultad en comprender algún pasaje de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo, le enseñaba su significado

San Francisco de Asís
Escritos - Biografías - Documentos de la época
Espejo de Perfección, IX, 99,

Una tentación molestísima que tuvo por más de dos años

99. Viviendo en el lugar de Santa María le sobrevino, para provecho de su alma, una gravísima tentación. Sufría tanto en el alma y en el cuerpo, que se apartaba muchas veces de la compañía de sus hermanos, porque no podía mostrarse tan alegre como solía. Se mortificaba con privaciones de comida, bebida y palabras; oraba con más insistencia y derramaba abundantes lágrimas, a fin de que el Señor se apiadara de él y se dignara darle alivio suficiente en tan gran tribulación.
Por más de dos años le duró la tribulación (…); y un día que oraba en la iglesia de Santa María escuchó como si en espíritu se le dijeran estas palabras del Evangelio: Si tuvieras tanta fe como un grano de mostaza, dirías a este monte: Vete de aquí allá, y se iría (Mt 17,20-21).
San Francisco respondió al momento: «Señor, ¿cuál es ese monte?» Y oyó que se le respondía: «Ese monte es tu tentación». Y el bienaventurado Francisco: «Pues, Señor, hágase en mí como has dicho». Al instante quedó libre de la tentación cual si nunca hubiera sido turbado por ella.
Igualmente, en el tiempo que permaneció en el monte Alverna y recibió en su cuerpo las llagas del Señor (10), padeció también tantas tentaciones y tribulaciones de parte de los demonios, que no podía mostrarse alegre como de costumbre. Y decía a su compañero: «Si supieran los hermanos cuántas y qué tribulaciones y aflicciones sufro de parte de los demonios, no habría ninguno que no se moviera a compasión y no tuviera piedad de mí».
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Cuando el cristiano no tiene la costumbre de orar, se ve aplastado con la tentación y cede, es aplastado por el pecado, por las caídas y recaídas. Son pesadas montañas. Pero la oración ofrecida a Dios con pureza de corazón, tiene un poder muy real, que es capaz, por la intervención del Señor de poner fin a nuestras tentaciones, el combate llega a ser muy duro contra el mal, pero el que persevera en el camino de la oración, quiere realmente salir de esa situación de angustias, de desesperación, Dios nuestro Señor no abandona a nadie, cuando encuentra que hay sinceridad en todo lo que hace, para estar junto al Señor y salvar su alma.
Los ataques de los espíritus malvados, son terribles, pero el Señor que es nuestra paz no nos abandona, y en la medida que oremos con más perfección, y habrá tentaciones, que dejará de existir en nuestra vida, pero el demonio, si vuelve a tentarnos, ya estamos preparados para no dejarnos vencer.
De no llamar al sacerdote “padre”, es importante tomarlo en serio, como San Francisco de Asís, lo correcto es: «hermano sacerdote», y debemos acostumbrarnos a ello. Además, escribí una reflexión sobre este tema en abril de 2019. Y que tengo guardado. Incluso San Francisco de Asís, renunció a su padre terrenal para siempre.

Y lo incluye en la Primera Regla para todos los que quieren ser consagrarse a Dios, siendo fieles al Evangelio de Cristo, «No llaméis a nadie padre sobre la tierra, pues uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos» (1R 22,34; cf. Mt 23,9).

miércoles, 4 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (4-6)

Toda oración necesitamos que sea serena, tranquila, no con prisas, no con deseos de terminar el Padre Nuestro u otra oración aprobada por la Santa Madre Iglesia Católica. Pero el Padre nuestro es muy especial, ya que el Hijo de Dios nos lo ha enseñado, es Dios encarnado, que vino del cielo para enseñarnos el camino de la salvación.

Una oración apresurada, inquieta, no nos ayuda a superar las adversidades, siempre estaremos preocupados, es porque el corazón está cerrado a la fe y a la confianza en Jesús. Necesitamos negarnos absolutamente todo como nos pide el Señor. 

Antes de orar, debo pensar: "¿tengo resentimientos o una cuenta pendiente contra mi prójimo?", ¿Tengo malos deseos, venganzas, resentimientos, amargura, inclinaciones terrenales...? Haciéndonos un examen de conciencia, para limpiar nuestro corazón, y ser verdaderamente templos vivos para Dios. 


Que interesante enseñanza de San Cipriano: "Dios escucha el corazón, no los labios", la oración con el corazón. San Francisco de Asís, fue un alma contemplativa, pues, aunque ayudando a las almas, no se apartaba de la contemplación con el Señor. 

¿Soy de los que se pasan los años orando, pero sin tomarme en serio lo que el Señor quiere de mí? ¿Se puede orar delante del sagrario, al mismo tiempo que el alma mira atrás, a la puerta a ver quien entra y sale? ¿Estoy pendiente del teléfono móvil y no lo apago?

El excesivo activismo, lo veo yo como un enemigo muy tramposo, que disipa sin que apenas podamos darnos cuenta, de la oración. El activismo nos hace preocupar por muchas cosas y nunca damos descanso a nuestra vida espiritual. 

Son admirables esos cristianos, cuando después de largas tareas, de tiempo en tiempo se dedican a la adoración al Señor, orando con el silencio de sus labios para ser oídos por el Señor, en la serenidad del corazón orante. 

Suele haber personas en la iglesia, en los momentos de silencio, y en silencio hay más de uno que ora al Señor, pero hay otros “orantes”, al rezar en voz alta para ser oídos, pero cuando alguna persona conocida le habla, enseguida interrumpe la oración. Cuando no se valora la oración en silencio, el alma no está orando. Pensando en mil cosas, nada hacen para perfeccionarse.  


Tampoco el chichisbeo forma parte de la oración, al Señor le desagrada el ruido de la forma que sea, lo sabemos gracias a la Palabra de Dios, la Sagrada Biblia. Los santos y santas perfeccionaron la oración, gracias al gran interés que tuvieron por estudiar la Palabra de Dios, se corregían de sus imperfecciones, porque no eran para nada perezosos ni inútiles. Buscaban y trabajaban por la Gloria de Dios. 

Si el alma no se decide por propia iniciativa orar con sinceridad y el silencio de su corazón, para que solo Dios se complazca en sus oraciones, que es el modo en que se aprende a ordenar toda su vida conforme a los intereses de Jesús nuestro Señor, pues de otro modo, si alguien le dice, debe aprender a orar en espíritu y verdad, no lo aceptan y eso que es una enseñanza de Dios hecho hombre para salvarnos. No hacen caso. 

Cuando oramos suplicamos al Señor que nos ayude a perfeccionarnos, a vernos a nosotros mismos, que hay de malo para enseguida arrepentirnos y expulsar la iniquidad que se ha metido en nuestra vida y que no deseamos volver al vómito del pecado, de la vida torpe y desordenada.



El Señor dice: «Pues que este pueblo se me acerca solo de palabra, y me honra solo con los labios; muestras que su corazón está lejos de mí» (Isaías 29,13).

San Marcos 7,6-8
Bien profetizó Isaías de vosotros, los hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí. 7 Inútilmente me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos. 8 Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres.


Aprender de memoria oraciones, pero sin los nobles sentimientos del corazón, sino con la tibieza, no le agrada al Señor, sino que le ofende.  


 La Palabra de Dios nos enseña que el Señor no acepta cualquier forma de oración. La oración es camino de salvación, pero muchos convierten sus oraciones en pecado. Y esto no le agrada al Señor. Si escuchamos al Señor, el Espíritu Santo nos ayuda mucho, siempre en que nuestra vida se ordene según Dios Padre. 

Obras completas de San Cipriano de Cartago, Tomo I
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2013



4.  Las súplicas y las palabras de los que oran deben ser mesuradas, sosegadas, respetuosas. Hemos de pensar que estamos delante de Dios, que debemos agradarle también con nuestra compostura y el tono de voz. Los descarados gritan cuando hablan, por el contrario, es conforme orar modestamente. Por otra parte, el Señor con su enseñanza, nos a ordenado orar en secreto en lugares escondidos y alejados de los otros, en los propios aposentos (Cf. Mt 6,6), que es lo más conveniente para nuestra fe, porque así sabemos que Dios está presente en todo lugar, que escucha y ve a todos, y penetra con la inmensidad de su Majestad incluso en los lugares más ocultos y escondidos, tal como está escrito: «Yo Soy un Dios cercano y no un Dios lejano. Si un hombre se esconde en los lugares más recónditos, ¿por qué no voy a verlo? ¿Acaso no lleno el cielo y la tierra?» (Jer 23,23-24). Y en otro pasaje: «En todo lugar los ojos de Dios escudriñan a los buenos y a los malos» (Prov 15,3). Cuando nos reunimos con los hermanos y junto con el sacerdote de Dios celebramos los sacrificios divinos, hemos de acordarnos de esta modestia y disciplina: no elevemos nuestras preces descompasadas, ni dirijamos nuestra oración a Dios con gritos tumultuosos en lugar de en voz baja, porque Dios escucha el corazón, no los labios. Él, que ve los más íntimo pensamientos, no tiene necesidad del sonido para escuchar. Lo ha dicho el mismo Señor: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?» (Mt 9,4). Y en otro lugar: «Y sabrán todas las Iglesias que Soy el que escudriña los corazones y las entrañas» (Ap 2,3).

5.  En el primer libro de los Reyes, Ana, figura de la Iglesia, se comportaba de este modo, no rogaba a Dios en voz alta, sino en silencio y con modestia, en el interior de su corazón. Decía en el silencio una oración escondida, pero su fe era evidente; hablaba con el corazón más que con la boca, porque sabía que de este modo el Señor la escuchaba, y obtuvo eficazmente cuanto pidió, porque lo hizo con fe. Dice, en efecto, la divina Escritura: «Hablaba en su corazón; se movían sus labios y no se oía su voz, pero el Señor la escuchó» (1º Samuel 4,5). E igualmente leemos en los Salmos: «Hablad en vuestros corazones y arrepentíos en vuestros aposentos» (Sal 4,5). Además, el Espíritu Santo por boca de Jeremías nos sugiere y enseña lo mismo cuando dice: «En el corazón, sin embargo, solo a ti se te debe adorar al Señor» (Bar 6,5; Jer 5,6).

6.  El que adora, amadísimos hermanos, no debe olvidar como oraba en el templo el publicano junto al fariseo. Aquel sin alzar descaradamente los ojos al cielo y sin levantar con insolencia las manos, golpeándose el pecho y confesando sus pecados interiormente, imploraba el auxilio de la Divina Misericordia; el fariseo, en cambio, se complacía en sus obras. El publicano orando así y sin esperar salvarse confiando en su inocencia, porque ninguno es inocente, mereció ser justificado. Confesó sus pecados y oró humildemente, y esta oración fue escuchada por el que perdona a los humildes (Cf. Is 66,2; 1Pe 5,5¸Prov 3,34). Esto lo confirma el Señor cuando nos dice en el Evangelio: «Dos hombres subieron al templo a orar, uno fariseo y otro publicano. El fariseo puesto en pie, oraba en su interior de este modo: “Oh, Dios, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres, injustos, ladrones, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todo lo que poseo”. El publicano, en cambio, manteniéndose a distancia, no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador».  Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquel no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.» (Lc 18,10-14)


Para finalizar por hoy, añado esta segunda reflexión.
La pureza de la oración

Siempre caeremos en pecado mientras oremos según nuestra medida personal, nunca adelantemos, sino que sin apenas nos demos cuenta nos hundiremos más en la suciedad de la tibieza.

«Los demonios tienen una extrema aversión a la oración pura. Lo que los aterroriza no es la multitud de los bienes, como los efectivos del enemigo pueden aterrorizar a un ejército. No, es el recuerdo y la armonía de los tres: intelecto y razón, razón y sentidos.» (La Filocalía de la Oración de Jesús; Elías el Ecdicos o El Canonista, núm. 175, pág. 127. Apostolado de la Oración, Sevilla.)


Insistir en la oración es fortalecernos, la gracia de Dios es nuestra fortaleza. La vida sin oración es un caos, es como dejar la puerta abierta de la casa, y dejar que todos los animales lo llenen de sus inmundicias.

Un ejemplo de lo que le puede suceder cuando al alma deja la oración. En ciudades incluso en los campos suelen haber casas, en un tiempo había habitantes en esas viviendas. Supongamos que esa vivienda y sus habitantes fuesen uno, llegó que un día tuvieron que irse, dejando la vivienda en el lugar solitario, se fueron a vivir a otra parte, no eran precisamente personas responsables, y dejaron las puertas abiertas, sin seguridad los hijos de las tinieblas entraron y la ocuparon, la suciedad y la inmundicia era cada vez más, hasta que un día, los responsables de algún ayuntamiento, el mejor modo que era para quitar aquellas inmundicias era primero derribar y luego según el lugar desinfectar. El alma que abandona la oración contemplativa para dedicarse a cuestiones mundanas, es como aquella casa, aquel edificio, en que las bestias, los espíritus infernales, toman posesión de esa alma, y la incapacita totalmente para la vida de oración. Muchas infelices almas, se hacen apostata, porque su oración no era pura a los ojos de Dios, o se abandona el pecado, cuando la oración es pura y sincera, o cuando solamente se ora por las apariencias, termina por perder la fe y cometer apostasía.

Dos señoras, testigos de Jehová hará como tres años, que me dijo, que había abandonado la Iglesia Católica, pero no quiso creer cuando le respondí, que cuando un alma ora el Santo Rosario con verdadera devoción, es imposible que renuncie a la Iglesia Santa de Dios.

El Señor sabe quién ora con sinceridad y quien no lo hace, y precisamente cuando esas almas intentan engañar a Dios, terminan en la apostasía. El alma del apostata es como aquella casa que abandonó el orden y la pureza de la oración, se alegró el enemigo infernal, ya no estaba en gracia de Dios, la soberbia, la falta de caridad, las murmuraciones, fueron causas en que le apartaron del camino de la salvación.

Cuando un alma reza negligentemente, no está poniendo todo su corazón en la oración, pues el demonio no siente preocupación ninguna; por el contrario, cuando el alma se toma muy en serio el verdadero sentido de la oración, el enemigo de las almas siente angustias y miedo, porque no puede hacer nada, pero lo que se dice nada, cuando el alma se identifica plenamente con Cristo. El alma de verdadera oración se hace uno con Cristo y para gloria de Dios.

Cuando mejor hacemos nuestra oración, ya había referido, pero es conveniente recordarlo, nuestras tentaciones no nos afectan. Cuando hacemos mal la oración, nuestras tentaciones nos causa malas pasadas. Necesitamos, pues, la perseverancia para orar en la contemplación.

Continuará, si Dios quiere