martes, 3 de marzo de 2020

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (1-3)

Hace varios años: compartí unas enseñanzas de San Cipriano que fui recogiendo de sus enseñanzas sobre el Padre nuestro, martes, 12 de diciembre de 2017

La Palabra de Dios nos enseña el modo de ser verdaderos adoradores de Dios, y tenemos que poner todo nuestro empeño.

La primera vez que conocí esta enseñanza de San Cipriano, fue cuando pude comprar un librito por el Apostolado Mariano, Sevilla, el Padre Nuestro, una meditación muy edificante que a todos nos viene bien. Lo escribí por ordenador, pero se me perdieron los archivos como el libro, y ahora, gracias a Dios, pues tengo estas obras completas, son dos tomos, de gran riqueza espiritual.

¿Cómo podría yo modificar la oración de Jesucristo? si lo hiciera a mi medida, o a la medida del mundo, estaría alejándome de la salvación eterna. Es un riesgo grave para el alma, cuando se tergiversa la Palabra de Dios, Antiguo y Nuevo Testamento, no debemos hacerlo, pues la fidelidad a Cristo es importante para nosotros. Y perseverar siempre. La misericordia es efectiva, cuando hacemos intensa oración, no tenemos tiempo para divertirnos. Pues, ¿de qué me serviría divertirme un rato? Estaría desobedeciendo a Dios que quiere salvarme, y el demonio me sujetaría de tal forma para extinguir mi fe, sin que yo me diese cuenta.

Dios quiere salvarme, yo quiero salvarme, por eso, nunca debo apartarme de Cristo Jesús, y es verdad que solo en la Iglesia Católica; Católica, de Tradición Apostólica, podemos encontrar camino de salvación. La Iglesia no se mueve según los tiempos, las novedades, las corrientes del mundo. No, sino que es guiada infaliblemente por el Espíritu Santo. La fe en el Señor nunca es por sorpresa, ni admite novedades. 

Llega la hora, más aún ha llegado la hora, en que Jesús nos ha enseñado a adorar al Padre en Espíritu y Verdad, sin distracciones, sin prisas cuando oramos con el corazón, con la mente. La oración mental, la oración contemplativa, la oración con la comunidad, con la familia de los hijos e hijas de Dios cuando estamos en la iglesia, y según el momento oramos todos juntos. También en lo privado, en nuestros hogares, cuando salimos a los montes, alejándonos del ruido del mundo, el ruido de los vehículos. Cualquiera que sea el ruido, nunca llegamos a centrarnos en la oración. 

No oramos en espíritu y verdad, cuando aceptamos doctrinas humanas, cuando volvemos nuestro corazón a los intereses del mundo. Es imposible que Dios acepte las oraciones, cuando en el corazón hay resentimientos, malos deseos, injusticias contra los mandamientos de Dios y contra la dignidad de toda persona conforme a la Voluntad de Dios.

Jesús nos enseña que cuando comencemos a orar, siempre tengamos paz en nuestro corazón con cualquiera que nos haya ofendido, nunca debemos tener resentimiento, si es necesario, también la Palabra de Dios, quiere que nos apartemos de toda piedra de tropiezo. Aunque no le deseamos mal, tampoco debemos relacionarnos. Sino orar, para que el diablo no nos haga caer. Si la culpa ha sido nuestra, siempre pediremos perdón, pero, sin la intención de remover cualquier causa de conflicto, entonces el diablo nuestro enemigo, será vencido por el poder de nuestro amado Señor Jesucristo. 

La dignidad no se encuentra donde hay pecados...

Paso a paso, sin prisas, saber que decimos en cada parte de la oración. 


Cuando nos dispongamos a orar, tengamos muy presente lo que nos enseña Jesús, en la oración del Padre Nuestro, no debemos imitar a los gentiles, y tampoco orar con ellos, pues no tienen a Dios Padre, no tienen a Jesu-Christus.

 San Mateo VI, 6-15

6 Tú, al contrario, cuando hubieres de orar, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre, que ve lo más secreto, te premiará en público.

7 En la oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles, que se imaginan haber de ser oídos a fuerza de palabras.

8 No queráis, pues, imitarlos; que bien sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de pedírselo.

9 Ved, pues, cómo habéis de orar: padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; 10 venga tu reino; hágase tu voluntad, así en la tierra, como en el cielo.

11 Danos hoy el pan nuestro de cada día; 12 y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; 13 y no nos dejes caer en la tentación; más líbranos de mal. Amén.


San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (1-3)



Obras completas de San Cipriano de Cartago, Tomo I
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2013

La oración dominical


1.     Los preceptos del Evangelio, queridísimos hermanos, no son otra cosa que enseñanzas divinas: fundamento para construir la esperanza, apoyo para afianzar la fe, alimento para nutrir el corazón, timón para dirigir nuestro camino, defensa para obtener la salvación. Todo aquello que, mientras instruye en la tierra a los espíritus dóciles de los creyentes, los va encaminando al Reino de los cielos. Dios ha querido decirnos y que oyéramos muchas cosas a través de sus siervos los profetas, ¡cuántos mayores son las que pronuncia el Hijo que es la Palabra de Dios, presente en los profetas, y que nos testifica con su propia voz! Y no ya encargando el camino que llega, sino viniendo Él mismo, abriéndonos y mostrándonos el camino para que nosotros, que antes andábamos errantes en sombras de muerte como ignorantes y ciegos, iluminado ahora por la luz de la Gracia, conservemos el sendero de la vida, teniendo al Señor como norma y guía.

2.     Cristo, entre otros saludables consejos y preceptos divinos que dio a su pueblo para la salvación, nos proporcionó también un modelo de oración, y nos ha orientado e instruido acerca de lo que debemos pedir. Él, que nos concedió vivir, nos  enseñó también a orar con aquella misma bondad con la que se dignó darnos y conferirnos otros bienes, para que cuando nos dirigimos al Padre con la oración y súplica que nos enseñó el Hijo, seamos escuchado más fácilmente. Ya había anunciado que llegaría la hora en que los verdaderos adoradores en espíritu y verdad (Jn 4,23). Y cumplió lo que había prometido antes, de modo que lo que hemos recibido el espíritu de la verdad a través de su obra de santificación, le adoremos verdadera y espiritualmente conforme a su precepto. ¿Qué oración puede ser más espiritual que la que nos fue enseñada por Cristo, por quien nos fue enviado el Espíritu Santo? (Cf Jn 16,7) ¿Qué súplica más verdadera ante el Padre que la que ha salido de la misma boca del Hijo que es la verdad? (Cf Jn 14,6). De este modo, orar de manera distinta a como Él nos ha enseñado, no es solo ignorancia, sino también culpa, puesto que Él mismo ha dicho: «Rechazáis el mandamiento de Dios, para mantener vuestra tradición» (Mt 15,6) (Cf. Mc 7,8).

3.     Oremos, pues hermanos amadísimos, como nos ha enseñado Dios, nuestro Maestro. Amigable y familiar es la oración dirigida a Dios con sus mismas palabras, hacer subir a sus oídos la misma oración de Cristo. Cuando hacemos oración, el Padre debe reconocer las palabras de su Hijo. Aquel que habita en nuestro interior debe estar también en nuestros labios, y teniéndole como abogado ante el Padre, por nuestros pecados (1Jn 2,1s. ), cuando oremos por nosotros pecadores, hagámoslo con las mismas palabras que nuestro Abogado. Él ha dicho que cuando pidiéramos al Padre en su Nombre se nos concederá. (Jn 16,23). Por ello, obtendremos más eficazmente aquello que pedimos en el Nombre de Cristo, si lo pedimos con su misma oración.

Continuará:

lunes, 2 de marzo de 2020

San Gregorio Nacianceno, Obispo. Actualicemos unos con otros la bondad del Señor

Santa Clara de Asís al final de su vida, daba gracias al Creador por haberla creado, y todos los santos y santas fueron muy a Yahvé nuestro Señor y al Hijo de Dios, a todos nos ha redimido gracias al sacramento del Bautismo, que la Iglesia Católica siempre ha conservado y seguirá conservando hasta el fin de los tiempos.

El Señor puede retirar sus dones, cuando el alma ya no reconoce las maravillas de. Se dedican a adorar a la creación, pero la creación adora a Dios, no espera ser adorado por nadie. La creación muestra que solo existe un solo Dios, que merece todo nuestro amor y respeto, obediencia radical.


La causa del olvido de Dios es el rechazo por amor al mundo, un amor completamente desordenado y cargados de corrupción, de pecados. Aparecen entonces, las sequías, agricultores que ofenden a Dios, y cuando no tienen la cosecha deseada, blasfeman, desafía, el barro se cree más poderoso que el alfarero. ¡Qué locura sin sentido!. Los poderosos del mundo se imaginan que pueden resolver las enfermedades, la climatología, que pueden detener tormentas. El gusano, la hormiga piensa detener a un poderoso elefante. Pues el hombre que rechaza a Dios es todavía más insensato. Porque rebelarse contra los mandamientos de Dios el alma comienza a arruinar su vida.
Amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas.  (San Marcos, 12,30)



De los sermones de San Gregorio Nacianceno, Obispo
(Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 23-25: PG 35, 887-890)
 Actualicemos unos con otros la bondad del Señor 


Reconoce de dónde te viene que existas, que tengas vida, inteligencia y sabiduría. Y, lo que está por encima de todo, que conozcas a Dios, tengas la esperanza del reino de los cielos y aguardes la contemplación de la gloria (ahora, ciertamente, de forma enigmática y como en un espejo, pero después de manera más plena y pura); reconoce de dónde te viene que seas hijo de Dios, coheredero de Cristo, y, dicho con toda audacia, que seas, incluso, convertido en Dios. ¿De dónde y por obra de quién te vienen todas estas cosas? 

Limitándonos a hablar de las realidades pequeñas que se hallan al alcance de nuestros ojos, ¿de quién procede el don y el beneficio de que puedas contemplar la belleza del cielo, el curso del sol, la órbita de la luna, la muchedumbre de los astros y la armonía y el orden que resuenan en todas estas cosas, como en una lira? 

¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimentos, las artes, las casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y a nivel humano, así como la amistad y familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco? 

¿A qué se debe que puedas disponer de los animales, en parte como animales domésticos y en parte como alimento? 

¿Quién te ha constituido dueño y señor de todas las cosas que hay en la tierra? 

¿Quién te ha otorgado al hombre, para no hablar de cada cosa una por una, todo aquello que le hace estar por encima de los demás seres vivientes? 

¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora solicita tu benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de él, si ni siquiera le pagáramos con esto con nuestra benignidad? Y si Él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos? 

No consintamos, hermanos y amigos míos en administrar de mala manera lo que, por don divino se nos ha concedido, para que no tengamos que escuchar aquellas palabras: Avergonzaos, vosotros, que retenéis lo ajeno, proponeos la imitación de la equidad de Dios, y nadie será pobre. 

No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza, par ano merecer el ataque acerbo y amenazador de las palabras del profeta Amós: Escuchad, los que decís: «¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el Sábado para ofrecer el grano?» 

Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios, que hace llover sobre los justos y los pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves, y el agua a los que viven en ella, y a todos da, con abundancia, los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia, y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones, y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad. 

domingo, 1 de marzo de 2020

Ayuno y tentaciones de Jesús, En Cristo vencemos al diablo

Cuando el alma es tentada por el mal, si no cuenta con Cristo está perdido, se desespera. Las tentaciones pueden ser terribles, solo Dios puede ayudarnos, y por eso, todos los días acudimos a Jesús. Nuestra devoción a la Madre de Dios, confiando en ella, vamos con la seguridad de encontrarnos con Cristo Jesús.

Cuando comenzamos a seguir a Jesucristo, nuestras oraciones pueden ser imperfectas, pero no nos vamos a detener en las imperfecciones, pues en la medida que recemos, con perseverancia, esas imperfecciones se desvanecen. Debemos vigilar para que no vuelvan las antiguas y malas costumbres. La oración es la mejor medicina para nuestra alma. Nos abre las puertas del Reino de los cielos. Nunca debemos orar según nuestra propia medida, sino la de Jesucristo, y adelantaremos mucho.

El Señor en su infinita misericordia siempre quiere ayudarnos, y desde los confines del mundo, el Señor atiende las plegarias. Necesitamos tener nuestro corazón bien ordenado, bien dispuesto a la Voluntad de Dios.  

Ninguno de nosotros somos tan poderosos, para vencer tentaciones leves, para que no se agrave, siempre tenemos a Jesús, tenemos a la Madre de Dios que nos ayudará. El enemigo huirá de nosotros y la paz y alegría volverá a nuestro corazón. En el momento que pueda aparecer cualquier inquietud, cualquier turbación, es el tentador que quiere someternos, pero nosotros no debemos caer en sus engaños. 

Evangelio tomado del Nuevo Testamento, Eunsa:

Ayuno y tentaciones de Jesús
San Mateo 4, 1-11

1 Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. 2 Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. 3 Y acercándose el tentador le dijo:

—Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
4 Él respondió:
—Escrito está:
No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios.
5 Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. 6 Y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está:
Dará órdenes a sus ángeles sobre ti, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra.
7 Y le respondió Jesús:
—Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
8 De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dijo:
—Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras.
10 Entonces le respondió Jesús:
—Apártate, Satanás, pues escrito está:
Al Señor tu Dios adorarás y solamente a Él darás culto.
11 Entonces le dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían.

Comentario de la Sagrada Biblia de Navarra, Eunsa:


Antes de comenzar su obra mesiánica y de promulgar la Nueva Ley en el Discurso de la Montaña, Jesús se prepara con oración y ayuno en el desierto. Moisés había procedido de modo semejante antes de promulgar, en nombre de Dios, la Antigua Ley del Sinaí (cfr Ex 34,28), y Elías había caminado cuarenta días en el desierto para llevar a cabo su misión de renovar el cumplimiento de la Ley (cfr 1 R 19,5-8). También la Iglesia nos invita a renovarnos interiormente con prácticas penitenciales durante los cuarenta días de la Cuaresma, para que «la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal» (Misal Romano, Miércoles de Ceniza, Oración colecta). Cfr también nota a Lc 4,1-13.

Con el episodio de las tentaciones Mateo presenta a Jesús como el nuevo Israel, en contraste con el antiguo. Jesús es tentado, como lo fueron Moisés y el pueblo elegido en su peregrinar durante cuarenta años por el desierto. Los israelitas cayeron en la tentación: murmuraron contra Dios al sentir hambre (Ex 16,1ss.), exigieron un milagro cuando les faltó agua (Ex 17,1-7), adoraron al becerro de oro (Ex 32). Jesús, en cambio, vence la tentación y, al vencerla, manifiesta la manera que tiene de ser Me­sías: no como quien busca una exaltación personal, o un triunfo entre los hombres, sino con el cumplimiento abnegado de la voluntad de Dios manifestada en las Escrituras.


Las acciones de Jesús son también ejemplo para la vida de cada cristiano. Ante las dificultades y tentaciones, no debemos esperar en triunfos fáciles o en intervenciones inmediatas y aparatosas por parte de Dios; la confianza en el Señor y la oración, la gracia de Dios y la fortaleza, nos llevarán, como a Cristo, a la victoria: «Si el Señor permitió que le visitase el tentador, lo hizo para que tuviéramos nosotros, además de la fuerza de su socorro, la enseñanza de su ejemplo. (...) Venció a su adversario con las palabras de la Ley, no con el vigor de su brazo. (...) Triunfó sobre el enemigo mortal de los hombres no como Dios, sino como hombre. Ha combatido para enseñarnos a combatir en pos de Él. Ha vencido para que nosotros seamos vencedores de la misma manera» (San León Magno, Sermo 39 de Quadragesima).




De los comentarios de San Agustín, Obispo, sobre los Salmos
(Salmo 60, 2-3: CCL 39, 766)

 En Cristo fuimos tentados, en Él vencimos al diablo

Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea uno solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde los confines de la tierra con el corazón abatido.  Por lo tanto, se invoca desde los confines de la tierra, no es uno solo; y, sin embargo, es uno solo, porque Cristo es uno solo, y todos nosotros somos sus miembros.  ¿Y quién es ese único hombre que clama desde los confines de la tierra?  Los que invocan desde los confines de la tierra son los llamados a aquella herencia, a propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra.  De manera que quien clama desde los confines de la tierra es el cuerpo de Cristo, la heredad de Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que formamos todos nosotros.

Y ¿qué es lo que pide?  Lo que he dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco desde los confines de la tierra.  O sea:  «Esto que pido, lo pido desde los confines de la tierra», es decir, desde todas partes.

Pero, ¿por qué ha invocado así?  Porque tenía el corazón abatido.  Con ello da a entender que el Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres del orbe entero no con gran gloria, sino con graves tentaciones.

Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.

Éste que invoca desde los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es, su cuerpo, quiso prefigurarnos también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo, a fin de que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza los precedió.

De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo.  ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo!  Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los ultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva, de ti para Él la tentación, y de Él para ti la victoria.

Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo.  ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció?  Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete vencedor en Él.  Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado.

Oración.

Al celebrar un año más la Santa Cuaresma, concédenos Dios Todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud. Por nuestro Señor Jesucristo.


Las enseñanzas del Papa Benedicto XVI, que nos dejó en sus escritos. Aprendemos que "Dios no nos ama tal como somos", sino que busca la conversión del pecador. En el pecado no hay amor, el pecado cierra el camino del amor de Dios. Cuando nosotros nos vamos purificando de nuestros pecados, de nuestras maldades, nos vamos acercando al Señor, Él quiere tenernos a su lado. Por eso, aborrecemos toda malicia, incluso del pecado venial.

Año litúrgico predicado por 
Benedicto XVI
Ciclo A
Ángelus en la Plaza de San Pedro, 
domingo, 13 de marzo de 2011



Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata, en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras —la sombra sólo aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado —que no es lo mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: «Contra ti —dice David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» (Sal 51, 6).

Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío, desde la liberación de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a nuestra carne mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por nosotros en la cruz. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el primer domingo de Cuaresma. De hecho, entrar en este tiempo litúrgico significa ponerse cada vez del lado de Cristo contra el pecado, afrontar —sea como individuos sea como Iglesia— el combate espiritual contra el espíritu del mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).

Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino cuaresmal que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de conversión. Pido un recuerdo especial en la oración por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde comenzaremos la semana de ejercicios espirituales.



sábado, 29 de febrero de 2020

San Ireneo de Lyon, La amistad de Dios


El alma que crea que no necesita de Dios, algunas terminan suicidándose, se desesperan, no saben como solucionar los problemas. Vivir y morir sin Dios ya en sí es un infierno.


Yahvé nuestro Señor nos creó por amor, y nuestro vivir es amar, en primer lugar a Dios y desde Él, sabemos también amar a nuestros hermanos, que son los que como nosotros, hemos recibido el sacramento del Bautismo. Y rezar por cuantos no creen en Dios, y que un día, si ellos quieren, crean y se conviertan, y acepten a Cristo como único Salvador de todos los que creen en Él. Y tengan vida en comunión con la Fe de la Iglesia Católica y la Tradición del Señor. 

Dicen algunos que Dios ama a todos, y no pone condiciones, pero cuando leo y medito la Palabra de Dios, comprendo otra cosa distinta, y siempre doy más crédito a la Palabra de Dios y no a las palabras humanas, que hablan como si lo supieran todo. Y se equivocan rotundamente. Hemos de creer siempre a Dios, a nuestro Señor Jesucristo. Examinarlo todo siempre a la luz de la Palabra de Dios, para ver que si lo que nos dicen es verdad o no. Son numerosos los bautizados que no le interesan lo que nos enseña la Palabra de Dios. Errores que cometen mucho, y no se corrigen. Podían ganar mucho si en verdad se esforzarse en escuchar a Dios. 

Hoy es sábado después de Ceniza.


viernes, 28 de febrero de 2020

La oración es luz del alma.


Cualquiera que sea nuestras ocupaciones, necesitamos incluir nuestra relación con el Señor, el trabajo puede ser duro, pero con la oración perseverante, se suavizará. Y siempre tendremos esa paz interior, una cercanía con Yahvé nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que nadie puede romper. Porque es importante que nuestra firmeza en la fe, los ataques no podrán derribarnos, estamos edificados sobre Roca: Cristo, y no sobre arena.
Cuando al comienzo de cada día, nos presentamos ante Dios, necesitamos arrojar de nuestro corazón cualquier preocupación que nos estorbe cuando pensamos en Dios. Esas vanas preocupaciones, son las torpes imaginaciones, pues el tentador quiere que con el Señor estemos descuidados y distraídos en cosas inútiles, tenemos que desechar cualquier cosa que no nos ayude en la fe.

Debemos comprender lo que agrada a Dios, que no suele ser siempre lo que a nosotros nos agrada, sino que nos perjudica. si pedimos al Señor que nos conceda alguna cosa que nada tiene que ver con la salvación del alma, no debemos hacerlo nunca. Sino todo lo que Jesús y la Tradición de la Fe Apostólica del Señor nos enseña.

Cuando nuestra oración es auténtica, nuestra vida se transforma, y el aborrecimiento a nuestros pecados veniales nos ayuda mucho a mantenernos fieles a Cristo Jesús. 

La Santísima Madre de Dios, la Llena de Gracia nos ayuda a perfeccionarnos. También nos ayuda la Santa Misa, la Sagrada Biblia, la Iglesia Católica también no ayuda a que nuestra relación con el Señor sea cada día más pura y santa. 

jueves, 27 de febrero de 2020

San León Magno, Purificación espiritual por el ayuno y la misericordia



Hemos comenzado la Santa Cuaresma, y este año, muchos no podrán confesar sus pecados, en Italia, según las noticias, no habrá confesiones a causa de esta terrible plaga del coronavirus. Tanto se ha provocado al Señor, que parece ser que quedan abandonados a su suerte. Pues nadie puede dedicarse plenamente a la vida conforme a la Voluntad de Dios, mientras no ordene el propio corazón, siempre hacia Dios. Pues tener una parte del corazón en las cosas terrenales, estamos viendo que hay otros males que son más grave que el corona-virus, es que el alma se quede sin confesión, sin sacramentos. Buscarán al Señor y ya no les encontrarán.

En otros tiempos habían plagas en el mundo entero, pero no se cerraban las iglesias. San Francisco de Asís no tuvo miedo, ni siquiera lo pensaba, cuando comía del mismo plato con los leprosos. Y es que tenía una fe que era capaz de mover pesadísimas montañas. Hoy la fe se ha perdido. Ya la mayoría han dejado de creer en la presencia real de Dios, en la Eucaristía. 

No debemos cometer abusos a la divina misericordia. Cuando por desgracia del alma, cuando se pierde la gravedad del pecado venial, no tarde en sentirse tranquila cuando comete pecados mortales, vive y muere así. 

La misericordia llena toda la tierra, es verdad, llena nuestras vidas, mientras combatamos nuestros vicios y pecados, siempre tendremos la ayuda infalible del Señor nuestro Dios. 

Muchas almas, en Italia, ya sabrán a donde acudir, para llamar a un sacerdote, que pueda ayudar los últimos momentos del alma moribunda. Porque morir sin haberse confesado es lo más terrible que el alma puede experimentar. Aunque pienso, que Dios no los abandonará del todo, ya que facilitará el camino del sacramento de la penitencia. 

Como comenté en otro lugar, necesitamos orar por la santidad de los sacerdotes, suplicar al Señor que tenga misericordia de nosotros, que no nos veamos abandonados. La Santa Misa es necesaria cada día, porque refrena el poder del maligno. Si faltase la Eucaristía, si los sacerdotes no celebrasen la Santa Misa, los espíritus malignos ganaría mucho terreno.

En esta Santa Cuaresma 2.020, en verdad ha de cambiar nuestro corazón. Hay muchas cosas que no nos gustan, pero nuestro comportamiento, nuestros pensamientos, nuestras palabras deben complacer al Señor. 

La meditación diaria de las lecturas de la Misa, siempre lo podemos dedicar con mucha atención y amor a Dios. Nuestra devoción a la Madre de Dios, consagrándonos a los Sagrados Corazones de Jesús y María, y con renovación diaria, para que no nos veamos sometidos por la corrupción de los vicios y pecados. 

Otra bellísima lectura de la Liturgia de las Horas. 

De los sermones de San León Magno, Papa


Sermón 6 sobre la Cuaresma, 1-2; PL 54, 285-287

Purificación espiritual por el ayuno y la misericordia 

Siempre, hermanos, la misericordia del Señor llena la tierra, y la misma creación natural es, para cada fiel, verdadero adoctrinamiento que lo lleva a la adoración de Dios, ya que el cielo y la tierra, el mar y cuanto en ellos hay manifiestan la bondad y omnipotencia de su autor, y la admirable belleza de todos los elementos que le sirven está pidiendo a la criatura inteligente una acción de gracias. 

Pero cuando se avecinan estos días, consagrados más especialmente a los misterios de la redención de la humanidad, estos días que preceden a la fiesta pascual, se nos exige, con más urgencia, una preparación y una purificación del espíritu. 

Porque es propio de la festividad pascual que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que nacen en el sagrado bautismo, sino también aquellos que, desde hace tiempo, se cuentan ya en el número de los hijos adoptivos. 

Pues si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay nadie que no tenga que ser cada vez mejor en la escala de la perfección debemos esforzarnos para que nadie se encuentra bajo el efecto de los viejos vicios el día de la redención. 

Por ello, en estos días, hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo; así viviremos, en santos ayunos, esta Cuaresma de institución apostólica, y precisamente no sólo por el uso menguado de los alimentos, sino sobre todo ayunando de nuestros vicios. 

Y no hay cosa más útil que unir los ayunos santos y razonables con la limosna, que, bajo la única denominación de misericordia, contiene muchas y laudables acciones de piedad, de modo que, aun en medio de situaciones de fortuna desiguales, puedan ser iguales las disposiciones de ánimo de todos los fieles. 

Porque el amor, que debemos tanto a Dios como a los hombres, no se ve nunca impedido hasta el punto que no pueda querer lo que es bueno. Pues, de acuerdo con lo que cantaron los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor, Él se compadece caritativamente de quienes sufren cualquier calamidad es bienaventurado no sólo en virtud de su benevolencia, sino por el bien de la paz. 

Las realizaciones del amor pueden ser muy diversas y, así, en razón de esta misma diversidad, todos los buenos cristianos pueden ejercitarse en ellas, no sólo los ricos y pudientes, sino incluso los de posición media y aun los pobres; de este modo, quienes son desiguales por su capacidad de hacer limosna son semejantes en el amor y afecto con que la hacen. 

Oración

Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti como en su fuente, y tienda siempre a ti como a su fin. Por nuestro Señor Jesucristo.

miércoles, 26 de febrero de 2020

La conversión es necesaria, y perseverar en la obediencia a la Voluntad de Dios.


Reflexión.
Muchos nos hemos estado preparando para el comienzo de la Santa Cuaresma, y esta mañana la imposición de la ceniza.

Conversión y creer en el Evangelio es creer en Cristo Jesús. Y esto significa que necesitamos perseverar, para que cuando llegue nuestro momento nos encontremos preparados para la salvación. El que no se prepara, por sí mismo, se complica la vida y termina en ruina perpetua.

Dios castiga, pues es el pecador obstinado quien desafía a Dios. Pero el Señor realmente quiere salvar a todos, no quiere que nadie se condene. Ninguno queremos terminar en los tormentos eternos, por eso, obedeciendo plenamente al plan de Dios, nos salvaremos. Los mandamientos son caminos de libertad, de alegría, nos prepara para la vida eterna y nuestra comunión con la Iglesia Católica.

Todos tenemos un tiempo de penitencia, que no debe ser únicamente en tiempo de Cuaresma, sino es toda la vida. Renunciar muchas cosas que parecen que no son pecados, pues el diablo oculta la trampa para qué, pensando más en nosotros mismos, ya no nos acordemos de Dios y nuestras oraciones se entibia, que nunca llega a perfeccionarse.

Miércoles de Ceniza, ayuno, sobre todo de palabras, de desprecios al prójimo, y más que ayunar es dar muerte a todo lo terreno que pueda haber en nuestra vida. Como bautizados no pertenecemos a este mundo, sino al Reino de Dios. Abstinencia, en algunos alimentos, como la carne, que en Miércoles de Ceniza no podemos comer. Y los viernes de Cuaresma, tampoco. Debemos ser sobrios en el comer y en el beber. El demasiado comer no ayuda para nada. En ocasiones, cuando como solo en casa, como poco, pero cuando me han llegado a invitar a comer en otra parte, el estomago se hincha.  

En algunas localidades de Roma se han suprimido misas, la celebración del Miércoles de Ceniza. Por ese miedo al coronavirus, una plaga que se va extendiendo en distintas partes del mundo y procede de China. 

Roma a perdido la fe. Pero todavía queda algo de fe, en aquellas iglesias, donde fielmente han respetado el Miércoles de Ceniza. 

El Señor nos exhorta al arrepentimiento, pero que nosotros, una vez que nos hemos arrepentidos de nuestros pecados y vicios, no debemos de nuevo recaer en esas costumbre que empuja a la muerte del alma, que es el pecado, el vicio, cualquiera que sea. 

Que debemos, y necesitamos tomar en serio nuestra conversión. 



De la Carta de San Clemente, romano, papa, a los Corintios.
 (Cap. 7, 4 - 8, 3; 8, 5 - 9, 1; 13, 1 - 4; 19, 2: Funk 1, 71 - 73. 77 - 78. 87)

Convertíos

Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo. 

Recorramos todas las generaciones y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, «concedió un tiempo de penitencia» a los que deseaban convertirse a Él. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido. 

De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también con juramento de la penitencia, diciendo: «Vivo yo» - dice el Señor - «que no me complazco en la muerte del pecador, sino en que se convierta», añadiendo aquella hermosa sentencia: «Arrepentíos, casa de Israel, de vuestra iniquidad; di a los hijos de mi pueblo: Aun cuando vuestros pecados alcanzaren de la tierra al cielo y fueren más rojos que la escarlata y más negros que un manto de piel de cabra; si os convirtierais a mí con toda vuestra alma y me dijerais «Padre», yo os escucharé como a un pueblo santo». 

Queriendo, pues, el Señor que todos los que Él ama tengan parte en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad. 

Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su misericordia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas y la envidia que conduce a la muerte. 

Seamos, pues, humildes, hermanos, y deponiendo toda jactancia, ostentación, insensatez y arrebatos de ira, cumplamos lo que está escrito, pues lo dice el Espíritu Santo: «No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza, sino el que se gloría, gloríese en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho y la justicia», especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que dijo enseñando la benignidad y longanimidad; dijo, en efecto: «Compadeceos y seréis compadecidos; perdonad para que se os perdone a vosotros. De la manera que vosotros hiciereis, así se hará también con vosotros. Como diereis, así se os dará a vosotros; como juzgareis, así se os juzgará a vosotros; como usareis de benignidad, así la usarán con vosotros; con la medida que midiereis, así se os medirá a vosotros». 

Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para poder caminar con toda humildad en la obediencia de sus santos consejos. Pues dice la Escritura santa: «En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras».

Como quiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan ilustres hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz. 

Oración

Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal. Por nuestro Señor.