miércoles, 26 de febrero de 2020

La conversión es necesaria, y perseverar en la obediencia a la Voluntad de Dios.


Reflexión.
Muchos nos hemos estado preparando para el comienzo de la Santa Cuaresma, y esta mañana la imposición de la ceniza.

Conversión y creer en el Evangelio es creer en Cristo Jesús. Y esto significa que necesitamos perseverar, para que cuando llegue nuestro momento nos encontremos preparados para la salvación. El que no se prepara, por sí mismo, se complica la vida y termina en ruina perpetua.

Dios castiga, pues es el pecador obstinado quien desafía a Dios. Pero el Señor realmente quiere salvar a todos, no quiere que nadie se condene. Ninguno queremos terminar en los tormentos eternos, por eso, obedeciendo plenamente al plan de Dios, nos salvaremos. Los mandamientos son caminos de libertad, de alegría, nos prepara para la vida eterna y nuestra comunión con la Iglesia Católica.

Todos tenemos un tiempo de penitencia, que no debe ser únicamente en tiempo de Cuaresma, sino es toda la vida. Renunciar muchas cosas que parecen que no son pecados, pues el diablo oculta la trampa para qué, pensando más en nosotros mismos, ya no nos acordemos de Dios y nuestras oraciones se entibia, que nunca llega a perfeccionarse.

Miércoles de Ceniza, ayuno, sobre todo de palabras, de desprecios al prójimo, y más que ayunar es dar muerte a todo lo terreno que pueda haber en nuestra vida. Como bautizados no pertenecemos a este mundo, sino al Reino de Dios. Abstinencia, en algunos alimentos, como la carne, que en Miércoles de Ceniza no podemos comer. Y los viernes de Cuaresma, tampoco. Debemos ser sobrios en el comer y en el beber. El demasiado comer no ayuda para nada. En ocasiones, cuando como solo en casa, como poco, pero cuando me han llegado a invitar a comer en otra parte, el estomago se hincha.  

En algunas localidades de Roma se han suprimido misas, la celebración del Miércoles de Ceniza. Por ese miedo al coronavirus, una plaga que se va extendiendo en distintas partes del mundo y procede de China. 

Roma a perdido la fe. Pero todavía queda algo de fe, en aquellas iglesias, donde fielmente han respetado el Miércoles de Ceniza. 

El Señor nos exhorta al arrepentimiento, pero que nosotros, una vez que nos hemos arrepentidos de nuestros pecados y vicios, no debemos de nuevo recaer en esas costumbre que empuja a la muerte del alma, que es el pecado, el vicio, cualquiera que sea. 

Que debemos, y necesitamos tomar en serio nuestra conversión. 



De la Carta de San Clemente, romano, papa, a los Corintios.
 (Cap. 7, 4 - 8, 3; 8, 5 - 9, 1; 13, 1 - 4; 19, 2: Funk 1, 71 - 73. 77 - 78. 87)

Convertíos

Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo. 

Recorramos todas las generaciones y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, «concedió un tiempo de penitencia» a los que deseaban convertirse a Él. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido. 

De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también con juramento de la penitencia, diciendo: «Vivo yo» - dice el Señor - «que no me complazco en la muerte del pecador, sino en que se convierta», añadiendo aquella hermosa sentencia: «Arrepentíos, casa de Israel, de vuestra iniquidad; di a los hijos de mi pueblo: Aun cuando vuestros pecados alcanzaren de la tierra al cielo y fueren más rojos que la escarlata y más negros que un manto de piel de cabra; si os convirtierais a mí con toda vuestra alma y me dijerais «Padre», yo os escucharé como a un pueblo santo». 

Queriendo, pues, el Señor que todos los que Él ama tengan parte en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad. 

Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su misericordia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas y la envidia que conduce a la muerte. 

Seamos, pues, humildes, hermanos, y deponiendo toda jactancia, ostentación, insensatez y arrebatos de ira, cumplamos lo que está escrito, pues lo dice el Espíritu Santo: «No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza, sino el que se gloría, gloríese en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho y la justicia», especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que dijo enseñando la benignidad y longanimidad; dijo, en efecto: «Compadeceos y seréis compadecidos; perdonad para que se os perdone a vosotros. De la manera que vosotros hiciereis, así se hará también con vosotros. Como diereis, así se os dará a vosotros; como juzgareis, así se os juzgará a vosotros; como usareis de benignidad, así la usarán con vosotros; con la medida que midiereis, así se os medirá a vosotros». 

Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para poder caminar con toda humildad en la obediencia de sus santos consejos. Pues dice la Escritura santa: «En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras».

Como quiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan ilustres hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz. 

Oración

Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal. Por nuestro Señor.

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