domingo, 22 de diciembre de 2019

Domingo IV de Adviento, ya llega el Señor




Hemos llegado al IV Domingo de Adviento, y damos gracias a Dios, a esta hora de la tarde, ya muchos, hemos ido esta mañana a la Santa Misa, porque al Señor siempre debemos ofrecer las primeras horas de la mañana, y todo el día, para estar siempre en la presencia de Dios, con nuestros pensamientos, con nuestro corazón, con nuestras palabras. 

Muchos a lo largo del año, de toda nuestra vida, en cuanto hemos conocido que el Señor nos ha llamado, que nos ha sacado de camino que llevas a la perdición, y cuando ya cuando frecuentamos el sacramento de la confesión, de la Penitencia, nuestra vida ya no es la misma. Porque no se puede ser cristiano auténtico, si todavía el hombre viejo es quien domina nuestra vida, el amor al mundo, a los vicios y pecados. La conversión debe ser cada momento de nuestra vida, perseverar, no perder de vista a Cristo Jesús.

La víspera del IV Domingo de Adviento, comenzó ayer sábado, día 21, y próximamente, el miércoles, día 25, es Navidad, que comienza en la víspera del día anterior. La alegría de encontrarnos con Cristo Jesús, Navidad, la Santa Navidad.

Vivir para el Señor es prepararnos todos los momentos de nuestra vida, vigilando atentamente para que nuestro corazón no sea perturbado por la malicia del pecado, de las tentaciones, la ira, el orgullo, la insolencia, el desprecio por todas las cosas del Señor, vicios y pecados, respetos humanos, estas iniquidades fuera de nuestra vida, y la paz que nos trae el Señor, que no es como el mundo la da y no sirve para nada. La paz que nos trae Jesús es viva para la vida eterna.

Lectura del libro de Isaías (7,10-14):

En aquellos días, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»


Reflexionando sobre esta lectura, no debemos ser impertinentes con el Señor. Los abusos a la divina misericordia, termina el alma por naufragar en la fe, y todavía así, se imagina que puede complacer al Señor, con intereses terrenales, en la política, en los negocios de este mundo, y no para el Reino de Dios, el no esforzarse por la propia perfección y vida de santidad. Los hombres tambien se cansan, había pecadores que se acercaban al Santo Padre Pío, como curiosidad, como burla, como desprecio al sacramento de la penitencia, y el Santo pues tenía que reprenderle, que se marcharse, que el pecador torpe se examinase antes así mismo, y con dolor de haber ofendido a Dios, con lágrimas, entonces, el Santo Padre Pío lo acogía con ternura.

San Francisco de Asís, tambien tenía que reaccionar con energía, por las falsas conversiones, falsas vocaciones. “Sigue tu camino, hermano mosca”.

La paciencia del cristiano, es soportar las injurias, que se le hace, pero el alma atenta, siempre está vigilando para no dejarse engañar. Otros santos y santas, como faros luminosos de Dios, tenían también mucho cuidado, si eran superiores en una comunidad religiosa, no admitir la cizaña que lo corrompe todo. Pues el alma ha de ser toda entera de Dios, nada para el mundo, nada para sí, sino para Cristo Jesús.

Ya en la lectura del Santo Profeta Isaías, anuncia la pureza virginal, casta, de la Madre de Dios. ¿Acaso no indica también en este pasaje, que María, al traer la salvación al mundo, a los que han de creer, forma parte del plan de salvación de Dios? Es Corredentora por voluntad de Dios.
Nunca debemos tentar a Dios, sino con santo temor, no apartarnos de su voluntad, siendo fiel a nuestra vocación. La vocación cuando es un don de Dios, sigue avanzando, sigue sembrando el bien, con perseverancia. Las falsas vocaciones, también se puede descubrir, como las falsas conversiones. Ya que el Señor nos ayuda a discernir lo verdadero de lo falso, la verdad de la mentira.

Pongamos atención que el nacimiento de Jesús, fue espiritual, obra del Espíritu Santo, muchos cristianos oyen, pero sin comprender, leen, pues cuando el corazón está embotado, al leer la palabra de Dios, no llegan a entenderlo. Es importante, vaciar todo lo que hay en nuestro corazón, que nos impide comprender y perseverar en la fe.


Concepción virginal de Jesús (Mt 1,18-24)
18 La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.
19 José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. 20 Consideraba él estas cosas, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
—José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta:
23 Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.
24 Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa.

Comentario del Nuevo Testamento. Eunsa:


Jesús, sin ser hijo de José según la carne, es, sin embargo, el Mesías descendiente de David. En la genealogía ya se había indicado, pero ahora el evangelio explica cómo fue posible: es obra de Dios, pues Él es quien tiene la iniciativa llamando a José para ser esposo de María y padre del Niño. San José acepta con obediencia y, por designio divino, ejerce una verdadera paternidad sobre Jesús, imponiéndole el nombre y cuidando del Niño y de la Virgen. Así lo explica San Juan Crisóstomo: «No pienses que por ser la concepción de Cristo obra del Espíritu Santo, eres tú ajeno al servicio de esta divina economía. Porque si es cierto que ninguna parte tienes en la generación y la Virgen permanece intacta, sin embargo, todo lo que pertenece al oficio de padre sin atentar a la dignidad de la virginidad, todo te lo entrego a ti: ponerle nombre al hijo. Tú, en efecto, se lo pondrás. Porque, si bien no lo has engendrado tú, tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, yo te uno íntimamente con el que va a nacer» (In Matthaeum 4,12).


«María, su madre, estaba desposada con José» (v. 18). Los desposorios —qid­dûshîn, literalmente: «santificaciones», «consagraciones»— eran un compromiso de unión matrimonial, con los efectos jurídicos y morales del verdadero matrimonio (cfr Dt 20,7); de hecho, el adulterio de la desposada debía castigarse con la lapidación (cfr Dt 22,23-24). Al cabo de un año, o más, se celebraba el matrimonio —nissûîn— con la conducción de la esposa a la casa del esposo. El texto, con las indicaciones del v. 19, nos enseña hasta qué punto José era justo, con una justicia que iba más allá de la letra de los preceptos (cfr 5,20), pues su actitud equivalía a dejar a María libre de los compromisos de desposada. No es extraño que muchos autores —Orígenes, San Efrén, San Basilio, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, etc.— interpretaran su gesto no como sospecha sino como señal de su intuición de una acción de Dios en María: «José se juzgaba indigno y pecador, y pensaba que no debía convivir con una mujer que le asombraba por la grandeza de su admirable dignidad. Él veía con temblor que Ella llevaba el signo cierto de la gestación de la divina presencia, y, como no podía penetrar en el misterio, determinó dejarla. (...) Se maravilló de la novedad del milagro y de la profundidad de misterio» (S. Bernardo, Laudes Mariae, Sermo 2,14).

«José, hijo de David...» (v. 20). Según la tradición judía, imponer el nombre a un niño significaba reconocerlo como hijo. Es Dios quien le ordena esto, y el evangelio describe así la vocación de José: «María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser “el coordinador del nacimiento del Señor” (Orígenes, Homilia XIII in Lucam 7), aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción “ordenada” del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto “privada” como “escondida” de Jesús ha sido confiada a su custodia» (Juan Pablo II, Redemptoris Custos, n. 8).

El Niño debe llamarse Jesús —Yehoshu‘a, «el Señor salva»—, «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (v. 21). En el contexto del Antiguo Testamento, salvar al pueblo significaba liberarlo de los enemigos; tras el destierro, como se lee en el libro de Isaías, se entendía también como la restauración de Israel como Reino de Dios, una vez que sus pecados hubieran sido expiados. Como el ángel, también Jesús, en la Última Cena (26,28), afirma que por su obra se perdonan los pecados: «Jesús es el nombre propio del que es Dios y hombre, el cual significa Salvador, y no le fue impuesto casualmente ni por disposición humana, sino por consejo y mandato de Dios» (Catechismus Romanus 1,3,5). Todos los nombres profetizados en el Antiguo Testamento para el Hijo de Dios se pueden referir a éste, porque «mientras los demás se referían a algún aspecto de la salvación que se nos había de dar, éste compendia en sí mismo la realidad y la causa de la salvación de todos los hombres» (ibidem 1,3,6).

«Todo esto ha ocurrido...» (v. 22). Con la cita de cumplimiento del oráculo de Isaías, el evangelista vuelve a reafirmar la virginidad de Santa María y la divinidad de Jesús. El prodigio más asombroso se ha realizado gracias a la fe rendida de dos criaturas admirables, María y José: «Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. (...) Que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino» (Sta. Teresa de Jesús, Vida 6,7-8).
«Emmanuel» (v. 23). Cristo es verdaderamente Dios-con-nosotros no sólo por su misión divina sino porque es Dios hecho hombre (cfr Jn 1,14). No quiere decir que Jesucristo haya de ser normalmente llamado Emmanuel: este nombre se refiere más directamente a su misterio de Verbo Encarnado.


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Reflexión, ¿es verdad que Dios está con nosotros?,

Lo está si tenemos el corazón despojado de las malas costumbres de nuestro hombre viejo, si cuando hablamos, no insultamos a nadie, no decimos palabras altisonantes, el Señor esta con nosotros, cuando no ofrecemos a otros las obras del diablo, como propaganda pecaminosa.

El Señor está con nosotros, cuando estamos atentos a cada uno de los Santos mandamientos, enseñanzas del Señor que guardamos en nuestro corazón y meditamos con frecuencia.

Nos hemos preparados en todo este tiempo de Adviento, poniendo atención a la Santa Madre Iglesia, rezando, participando de la Eucaristía, de la Sagrada Liturgia, las oraciones que necesitamos a lo largo del día, de la noche, para que los enemigos del alma siempre se mantenga lo más lejos posible de nosotros. El que deja de orar, o no perfecciona oraciones y devociones, se arriesga a ser manipulados y atormentados por los enemigos del alma: mundo, demonio y carne. Cristo ha venido precisamente, para romper la esclavitud que nosotros teníamos. No volvamos entonces voluntariamente a los horrores de la esclavitud.

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