Reflexión:
Los violentos contra sí mismo, los esforzados, los que “persiguen” el Reino de Dios, siendo fieles a Cristo Jesús. La penitencia, el sacrificio. Padece fuerza, pues dudo es el combate contra nuestras tentaciones y las herejías, combatir este mundo es necesario para entrar en la vida eterna. No es una violencia rabiosa y llena de ira, de enfados, sino una vida como la de Jesús, manso y humilde de corazón.
Animándonos en Cristo Jesús, Nuestro Señor, que, en este combate, no estamos solos, El Señor nos ayuda a seguir adelante, a no rendirnos, también la ayuda de la Santísima Madre de Dios, a la Iglesia Santa de Dios, también a los fieles al Señor, que dispersos en el mundo, oramos unos por otros. No estamos solos en este combate.
Lo que se nos pide es que vivamos la pureza de la fe, del Santo Evangelio, de la Palabra de Dios.
No vamos a alcanzar la vida eterna según nuestras medidas cómodas, de la tibieza, de nuestro hombre viejo.
Hay personas que se dicen cristianas, que leyendo el Evangelio, lo que nos enseña Jesucristo, sus obras dicen que "esto no va conmigo", y siguen sembrando maldades, se les intentan a que vean las cosas claras conforme al querer de Dios, no el nuestro personal, pero que en lo personal, por haber recibido los santos sacramentos que nos toca en vida, siempre es necesario desear el bien para todos.
«Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos padece fuerza, y los que usan la fuerza se apoderan de él». (San Mateo 11,12).
Los que usan las fuerza contra las concupiscencias entran en el Reino de los cielos.
La ley como dice el Señor, se encierra en estos dos mandamiento, amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como así mismo. Desde Dios podemos aprender amar al prójimo. Pero este amor al prójimo, es desearle su conversión y salvación. Amar a nuestros enemigos, aunque el enemigo jamás pueda convertirse, son ciegos incurables, porque no pone parte en su vida de conversión. Las oraciones por los que están en pecado mortal, y mucho menos por los apostatas, no suelen dar frutos saludables, y más graves que por los pecados de impureza a destrozado el templo de Dios, que es el cuerpo.
Los malvados siempre dispuestos a morder a su prójimo, y quieren que otros les den la razón, pero su forma de obrar significa que no tienen a Cristo. Y no hacen nada por recuperarle. Y días tras días, siguen sembrando la cizaña, la iniquidad. En ese estado de pecado mortal también pretenden ganar el Reino de los cielos. Para esta clase de violentos, murmuradores no hay lugar en el cielo.
«Y tú, Cafarnaún ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? Hasta los infiernos vas a descender» (San Mateo 11,23)
Los malos cristianos, descenderán a los infiernos. Es importante que se renuncie a las propias maldades para la salvación del alma.
Divisiones siempre lo habrá, pero la unidad de los cristianos lo encontramos en Cristo Jesús y la Tradición de la Fe Apostólica.
A mayor gloria y alabanza de Dios nuestro amado Padre y de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Dios verdadero.
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