No todos los cristianos leen en el mismo sentido la vida de los santos, los más piadosos, buscan el respeto, porque la vida de los Santos no era precisamente para divertir a nadie, sino en una completa búsqueda del Señor, en la vocación de la que se ha sentido llamado. Los cristianos que se han contaminado por la corrupción, buscan en la vida de los Santos, momentos de diversiones, "el humor de los Santos", buscan reír, y servirse de ellos para hacer reír y divertir a los demás, pero no aman a Cristo, no obedecen a Dios.
Son muchos que se divierten a costa de San Felipe Neri, San Pío de Pietrelcina, etc. pero han cerrado su corazón al testimonio espiritual, no les dice nada. Y tantas falsedades que atribuyen a los Santos, frases cargadas de engaños, que fruto de vida mundana.
- «Existe en los lectores de las biografías de los santos el grave peligro de verlos e idealizarlos en una visión irénica, romántica, irreal…
- » Como lo experimentamos todos nosotros en la vida diaria, también los santos sufrieron problemas, choques, incomprensiones, fastidios, intolerancia, crisis, torbellinos de tentaciones y de torturas psíquicas y morales» (Fray Contardo Miglioranza, Franciscano Conventual. San Maximiliano Kolbe. Itinerario espiritual a través de sus escritos. Página 130. Apostolado Mariano. Sevilla).
Poner atención nos hace ver que como Jesús, los santos y santas, que lo tuvieron como modelo y Maestro, padecieron numerosos ataques por parte del enemigo infernal, ataques de odio por sus mismos compañeros de vida religiosa. Los Apóstoles también padecieron mucho, por dentro y fuera de la Iglesia, los falsos hermanos, los lobos con piel de oveja..
- «A los santos se les mete en la zambra de los videntes, los adivinos, la superchería y las voces de ultratumba. Ahora hay santorales para agnósticos y santorales de puro humor a costa de los santos que pueden alcanzar cotas notables de acidez o de impiedad. ¿No es el caso de anuncios y montajes publicitarios a cargo del santoral y al servicio de cualquier producto del mercado? » (Joaquín L. Ortega. Director de la BAC. Año Cristiano, Introducción, Enero pág. XVI. Biblioteca de Autores Cristianos. 2002).
De los escritos de San Francisco de Asís,
Admonición VI
[Cap. VI: De la imitación del Señor]
- 1Consideremos todos los hermanos al buen pastor, que por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. 2Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna. 3De donde es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor.
Los impíos después de pasar un rato "divertido", de nuevo deja entrar en su corazón la corrupción del mundo y del pecado...
La vida del cristiano es poner todo lo que nos enseña Yahveh nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
La santidad es inmensamente mayor que todas las diversiones que ofrece este mundo.
La santidad es inmensamente mayor que todas las diversiones que ofrece este mundo.
«Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación » (1º Tesalonicenses 4, 3)
2º. Corintios 7,1: «Teniendo, pues, estas promesas, queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios.»
1º. Tesalonicenses 4,3-5: «Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios.»
Nosotros no debemos vivir como si Dios no existiera, Dios nos ha llamado a ser santo, y en este reconocimiento y obediencia y amor sincero a Dios y a la Iglesia Católica, y al Papa, nuestro camino de santidad, sigue adelante.
Debemos alejarnos también de los mundanos, pues así también nos los enseña los Santos Padres y Doctores de la Iglesia. ¿Sólo ellos?
Pues la santificación es cortar de raíz con toda la mala conducta que el mundo, los mundanos intentan someter.
Los mundanos quieren ser escuchados, tener amistades, pero no quieren escuchar a Dios, ni a la Iglesia Católica. Por tanto, no valoran el Evangelio de Cristo. Constantemente se exceden en sus expresiones contrarias a la caridad, la brutalidad de su mal hablar, que con frecuencia, pero sin espíritu de enmienda, ni arrepentimiento verdadero, dicen "perdón", pero repiten muchas veces lo malo en sus pensamientos, en sus palabras.
Ha habido cristianos que por no perder la amistad de un amigo mundano, de un ateo, de un protestante, de un hereje, ha terminado por perder la fe, y pensando que iba a ayudar a su amistad libertina, también se hizo enemigo de Dios. También se pierde la fe, sin que el alma se de cuenta, por las malas lecturas.
- 1º Corintios 15,33-34: No os engañéis: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres.» Despertaos, como conviene, y no pequéis; que hay entre vosotros quienes desconocen a Dios. Para vergüenza vuestra lo digo.»
Las malas compañías es incompatible con la fe, pero muchos cristianos no saben distinguir si están o no con las malas compañías. La forma de saberlo es el examen de conciencia, si nuestra conducta, es conforme a la Voluntad de Dios, sabremos como averigüarlo en la medida que nos entreguemos a la oración, a comprender la Sagrada Biblia, que aprendemos a discernir lo bueno de lo malo.
- 1 Corintios 5, 9-11: «Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros, no me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con ésos ¡ni comer! »
- 2 Juan 1, 9-11: «Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. El que permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no es portador de esta doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis, pues el que le saluda se hace solidario de sus malas obras.»
Las Sagradas Escrituras es el camino que nos lleva a Jesús. San Jerónimo escribía que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. Y es verdad. ¿Cómo puedo seguir a Jesucristo si rechazo la Sagrada Biblia?, pero también, comprender la Sagrada Biblia es por medio de la oración y los sacramentos, y nos ayuda a permanecer en la Iglesia Católica, y vivir perfeccionándonos todos los días, en Cristo Jesús.
Quien no es portador de la doctrina de Cristo es todo aquel que se rebela incluso contra la doctrina de la Iglesia Católica, esto lo sabemos, pero también, los irreligiosos y mundanos, no son portadores de la doctrina de Cristo. Los católicos que no se toman en serio la propia santidad, no harán caso a nadie, y se molestarán si les dice algo según la Caridad del Evangelio de Cristo.
- San Alfonso María de Ligorio: Evitad la compañía de los escandalosos, Guardaos en delante de dar en delante de dar el más mínimo escándalo, y si os queréis salvar, huid cuanto os sea dado la compañía de los escandalosos. Estos demonios encarnados se condenarán, y si no os apartáis de ellos, también acabarais por condenaros. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos!, dice el Señor, para darnos a comprender que son muchos que se condenan porque no se evitan de cuidar la compañía de los escandalosos.– Pero si es amigo mío, a quien debo muchos favores y en quien tengo grandes esperanzas. Si tu ojo te escandaliza, sácalo y échalo lejos de ti: mejor te vale con un solo ojo entrar en la vida que con tus ojos ser arrojados en la genera del fuego. Por tanto, por muchos títulos que os ligaran a persona tan querida. Tendríais que romper con ella y no volver a verla si os fuera ocasión de escándalo, porque más vale perderlo y salvar el alma sin un ojo que entrar con ambos en el infierno. (Preparación para la vida, 18, Castigo con que Dios amenaza a los escandalosos; Peroración 4º., página 75-76. Apostolado Mariano. Sevilla.)
Para no perder la fe, hemos de evitar la compañía de los malvados.
Podemos meditar también:
De la carta de San Clemente I, Papa,
a los Corintios cristianos
Busque cada uno no sólo su propio interés, sino también el de la comunidad
Escrito está, Juntaos con los santos, porque los que se juntan con ellos se santificarán. Y otra vez, en otro lugar, dice: Con el hombre inocente serás inocente; con el elegido serás elegido, y con el perverso te pervertirás. Juntémonos, con los inocentes y justos, porque ellos son elegidos de Dios. ¿A qué vienen entre vosotros contiendas y riñas, banderías, escisiones y guerras? ¿O es que no tenemos un solo Dios y un solo Cristo y un solo Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿No es uno solo nuestro llamamiento en Cristo? ¿A qué fin desgarramos y despedazamos los miembros de Cristo y nos sublevamos contra nuestro propio cuero, llegando a tal punto de insensatez que nos olvidamos de que somos unos miembros de los otros?
Acordaos de las palabras de Jesús, nuestro Señor. Él dijo, en efecto: ¡Ay de aquel hombre! Más le valiera no haber nacido, que escandalizar a uno de mis escogidos. Mejor le fuera que le colgaran una piedra de molino al cuello y lo hundieran en el mar, que no extraviar a uno solo de mis escogidos. Vuestra escisión extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo dudar a muchos, nos sumió en la tristeza a todos nosotros. Y, sin embargo, vuestra sedición es contumaz. Tomad en vuestra mano la carta del bienaventurado Pablo, apóstol. ¿Cómo os escribió en los comienzos del Evangelio? A la verdad, divinamente inspirado, os escribió acerca de sí mismo, de Cefás y de Apolo, como quiera que ya desde entonces fomentabais las parcialidades. Más aquella parcialidad fue menos culpable que la actual, pues al cabo os inclinabais a apóstoles acreditados por Dios y a un hombre acreditado por éstos.
Arranquémonos, pues, con rapidez ese escándalo y postrémonos ante el Señor, suplicándoles con lágrimas sea propicio con nosotros, nos reconcilie consigo y nos restablezca en el sagrado y puro comportamiento de nuestra fraternidad. Porque ésta es la puerta de la justicia, abierta para la vida, conforme está escrito: Abridme las puertas de la justicia, y entraré para dar gracias al Señor. Ésta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella. Ahora bien, siendo muchas las puertas que están abiertas, ésta es la puerta de la justicia, a saber: la que se abre en Cristo. Bienaventurados todos los que por ella entren y enderecen sus pasos en santidad y justicia, cumpliendo todas las cosas sin perturbación. Enhorabuena que uno tenga carisma de fe, que otro sea poderoso en explicar los conocimientos, otro sabio en el discernimiento de discursos, otro casto en su conducta. El hecho es que cuanto mayor parezca uno ser, tanto más debe humillarse y buscar no sólo su propio interés, sino también el de la comunidad. [Caps. 46, 2—47, 4; 48, 1–6: Funk 1, 119–123 L. H. Lunes de la semana XIV, pagina 384–385]
Una amistad que no busca el camino de Cristo, aunque comulgue y se confiese, pero no se resuelve a dejar la conducta del hombre viejo, no quiere nuestra felicidad, sino nuestra condenación, y nosotros, debemos seguir los pasos de Cristo, como nos enseña la Iglesia Católica, y el Evangelio de Cristo.
El amor que Dios nos tiene nos debe animar a que en primer lugar amaremos al Señor con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma. Este mandamiento ya no debe ser por obligación, sino por amor y perseverar en ellos cada día.
Cuando en el corazón del creyente, ese amor que dice tener hacia Dios, está corrompido por la mundanidad, y la conducta pagana, no es verdadero amor.
El amor a Dios no es un medio para que nosotros nos disfracemos. Los disfraces yo los veo como una negación a Dios, Dios no quiere que andemos entre disfraces, sino que nos purifiquemos, que nos santifiquemos.
Cuánto más se rechaza a Dios, es cuando el alma será menos reconocida en la hora decisiva de la muerte, más aún, ni siquiera llegan a considerarse dignos de salvación eterna, Pues los que no quieren vivir para Dios en el momento presente, y según como pide la Santísima Voluntad de Dios, más tarde, ni siquiera contará con la Esperanza.
En la solemnidad de todos los santos, todos nosotros estamos Llamados a ser santos. Y es que Dios no se olvida de ninguno de nosotros. Pero no podemos ser santos, santas de cualquier modo, necesitamos hacer un cambio total de nuestra propia vida, así, que si la lengua, tiene la viciosa costumbre, de proferir palabras altisonantes, esto es no es camino de santidad,
Desde que recibimos el sacramento del Bautismo, en una etapa de nuestra vida, podríamos haber cambiado de camino, en lugar de ir con Jesucristo, el alma se iría tras los engaños del mundo. Pero Dios nos ama, viene a nuestro corazón, nos muestra hacia donde íbamos, a la condenación eterna. Pero no quiere que nos condenemos, sino que dentro de nuestra libertad, que es en la búsqueda del bien, nos apartemos de nosotros mismos, romper con las cadenas de nuestros pecados y vicios, para vivir ya definitivamente una vida conforme a la Voluntad de Dios.
¿Quieres una vida de santidad? Pues no es lo mismo decir: “quiero ser santo”, y luego no trabajar por esa santidad. Decimos también, “yo no soy un santo, sino un pecador”. Se supone que todos queremos dejar de ser pecadores. Pero el pecador incorregible, siempre está en oposición con la vida de santidad, todavía está enamorado de sí mismo, de sus expresiones mal sonantes, de sus aficiones mundanas, enamorados de la idolatría y del paganismo. No conocerán estas almas incorregibles el camino de la santidad, porque va apartándose del camino de Jesús, para ir en el suyo propio, que no lleva a la vida de santidad.
La Solemnidad de todos los Santos es una fiesta de verdad, de alegría, no hay tristeza ni angustia, todo es verdadero gozo y dulzura. No podemos dejar este día 1 de noviembre, quedarnos sin hacer nada.
- ¿Cuál es mi primer pensamiento del día?
- ¿Hago ofrecimiento de obras al Señor?
- ¿Ofrezco al Señor mis pensamientos, trabajos, alegrías, y acepto las adversidades en paz y serenidad?
- ¿Rezo las Tres Avemaría cuando me levanto y antes de dormir de rodillas?
- ¿Medito atentamente los misterios del Santo Rosario todos los días? ¿Cuántos rosarios hacemos al día?
- En Cuaresma, ¿Medito atentamente el Santo Vía Crucis, la Pasión de Cristo?
- ¿Qué tal el examen de conciencia que debemos hacer todos los días?
Hay muchas cosas que nos dificulta ser santos, cuando recibimos indignamente la Sagrada Comunión de pie y en la mano, esto es un deterioro de nuestra fe, de que sin que el alma quiera reconocerla, termine siendo abandonada por el Altísimo, a los deseos desordenados del corazón, que no quiere conformarse con la Voluntad de Dios.
¿Santo Rosario, meditado y sin prisas? En una comunidad de orantes, no todos rezan en el mismo todo, unos corren demasiado aprisa, atropelladamente, y no es así como debemos orar.
Si una persona que reza mal, se propone, "a partir de hora, comenzaré a rezar bien" Lo conseguirá con la ayuda de Dios y poniendo todo de su parte, evitando las distracciones. Su amor y devoción a María Santísima será también nuestro remedio para superar nuestra tibieza.
Conocemos los Santos que nos habla el Santoral Romano de la Iglesia Católica, pero hay muchos, que aunque no han sido canonizados, están allí, sus almas en la Presencia de Dios, y en espera del último día que es la resurrección de los cuerpos, cuerpos benditos y gratos al Señor. Cuerpos que en este mundo, se han hecho santuarios vivos para Dios vivo y eterno, Santuarios de la Santísima Trinidad.
No existe camino de santidad, si no tenemos amor ni devoción a la Madre de Dios, pues es gracias a Ella que nos va preparando para complacer a la Santísima Trinidad.
A continuación podemos meditar las siguientes reflexiones espirituales, por Néstor Mora, recomendable:
Segunda parte:
Nuestras oraciones a los Santos se dirigen a Dios, porque por medio de ellos, que buscamos su intercesión, son los verdaderos héroes y heroínas, porque superaron tentaciones, adversidades, si cayeron, se levantaron bien pronto, porque tenían su fuerza en Cristo Jesús.
Nosotros que hemos sido llamados por Cristo para nuestra salvación, porque quiere que nos santifiquemos, y la vida de santidad es verdadera vida, porque hemos permitido que Dios forme parte de nuestra propia vida, ya sea en el hogar, en el trabajo, en todas partes, y nada reprobable debemos cometer, sino que todo lo que hagamos sea grato a Cristo nuestro Dios y Señor.
- Hay muchísimos santos y santas que conocemos, pero no todos están en los calendarios, estuvieron un tiempo, pero sabemos que se celebra un santo o santo por día, excepto la Santísima Madre de Dios, que la Iglesia Santa, la recuerda muchas veces al año, y esto es muy bueno, porque por María, que Ella es nuestra Abogada, nuestra Intercesora ante su Divino Hijo Jesús, tenemos más facilidad de ser santos, santas. Pero no hemos de abusar de la Misericordia de Dios, no debemos ser falsos devotos de los Corazone de Jesús y de María Santísima, hemos de estar íntegramente pendientes y atentos a lo que Jesús nos diga. La Madre de Dios quiere que nos acudamos a Jesús, y Jesús quiere que no olvidemos a la Santísima Madre de Dios, también como nuestra Madre del cielo, pero cuando la necesitamos y la invocamos con fe, en un instante está con nosotros.
- ***"La solemnidad de Todos los Santos, que hoy celebramos, nos invita a levantar la mirada al cielo y a meditar sobre la plenitud de la vida divina que nos espera". Lo recordó Benedicto XVI a los fieles reunidos en la Plaza de san Pedro para participar en el rezo del Ángelus en la solemnidad de Todos los Santos. "La santidad, plasmar a Cristo en uno mismo, es la finalidad del cristiano", añadió el Papa, quien además recordó la conmemoración de todos los fieles difuntos del 2 de noviembre y subrayó que la liturgia y la visita a los cementerios nos recuerdan que "la muerte cristiana forma parte del camino de asimilación a Dios y desaparecerá cuando Dios sea todo en todos". Al final del rezo del Ángelus,
Escuchemos la voz de Papa Benedicto XVI, en este caso, meditando sus enseñanzas escritas
Lunes 1 de noviembre de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
La solemnidad de Todos los Santos, que celebramos hoy, nos invita a elevar la mirada al cielo y a meditar en la plenitud de la vida divina que nos espera. «Somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía» (1 Jn 3, 2): con estas palabras el apóstol san Juan nos asegura la realidad de nuestra profunda relación con Dios, así como la certeza de nuestro destino futuro. Por eso, como hijos amados recibimos también la gracia para soportar las pruebas de esta existencia terrena —el hambre y la sed de justicia, las incomprensiones, las persecuciones (cf. Mt 5, 3-11)— y, al mismo tiempo, heredamos ya desde ahora lo que se promete en las bienaventuranzas evangélicas, «en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que inaugura Jesús» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 99).
La santidad, imprimir a Cristo en nosotros mismos, es el objetivo de la vida del cristiano. El beato Antonio Rosmini escribe: «El Verbo se había impreso a sí mismo en las almas de sus discípulos con su aspecto sensible... y con sus palabras... había dado a los suyos aquella gracia... con la que el alma percibe inmediatamente al Verbo» (Antropologia soprannaturale, Roma 1983, pp. 265-266). Y nosotros ya experimentamos el don y la belleza de la santidad cada vez que participamos en la liturgia eucarística, en comunión con la «multitud inmensa» de los bienaventurados, que en el cielo aclaman eternamente la salvación de Dios y del Cordero (cf. Ap 7, 9-10).
«La vida de los santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los santos es evidente que quien va hacia Dios no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos» (Deus caritas est, 42).
Consolados por esta comunión de la gran familia de los santos, mañana conmemoraremos a todos los fieles difuntos. La liturgia del 2 de noviembre y el piadoso ejercicio de visitar los cementerios nos recuerdan que la muerte cristiana forma parte del camino de asemejarnos a Dios y que desaparecerá cuando Dios será todo en todos. Ciertamente, la separación de los afectos terrenos es dolorosa, pero no debemos temerla, porque cuando va acompañada por la oración de sufragio de la Iglesia no puede romper los profundos vínculos que nos unen en Cristo. Al respecto, san Gregorio de Niza afirmaba: «Quien ha creado todo con sabiduría, ha dado esta disposición dolorosa como instrumento de liberación del mal y posibilidad de participar en los bienes que se esperan» (De mortuis oratio, IX 1, Leiden 1967, p. 68).
Queridos amigos, la eternidad no es un continuo sucederse de días del calendario, sino algo así como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad del ser, de la verdad, del amor (cf. Spe salvi, 12). Encomendemos a la Virgen María, guía segura hacia la santidad, nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos su maternal intercesión por el descanso eterno de todos nuestros hermanos y hermanas, que se han dormido en la esperanza de la resurrección.
… Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos, la multitud de hermanos nuestros en la fe que, a lo largo de todos los siglos, han llegado a la casa del Padre e interceden por nosotros. Ellos nos recuerdan que Dios nos mira con amor y nos llama también a nosotros a una vida de santidad, a la plenitud de la caridad, a vivir completamente identificados con Cristo. Que la intercesión de la Virgen María y el ejemplo de los santos nos ayuden a recorrer con alegría el camino que lleva a la bienaventuranza eterna. ¡Feliz fiesta!
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Solemos celebrar a nuestros Patronos, al Santo de nuestro nombre, que es importante conocer su vida, como comenzaron a seguir a Jesucristo, como perseveraron, ¿Nos basta a nosotros conocer el nombre de los Santos y ahí queda todo? No es suficiente. Pues si al día siguiente, el corazón vuelve a las cosas del hombre viejo y al pecado, no adelantamos nada en la fe.
Hoy en la lectura de la Liturgia de las Horas, leemos un breve sermón de San Bernardo sobre los Santos.
De los sermones de San Bernardo Abad
Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 (1968), 364-368
Apresurémonos hacia los hermanos que nos esperan
¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.
El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.
Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, pongamos nuestro corazón en los bienes del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.
El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, cómo a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con él. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es Él.
Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también, en gran manera, la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.
Oración:«Dios todopoderoso y eterno, que nos has otorgado celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los santos, concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón. Amén. »
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