CARTA A LOS FIELES I [CtaF1]
(Primera redacción)
(Exhortación a los hermanos y hermanas de la penitencia)
¡En
el Nombre del Señor!
Cap. I: De aquellos que hacen penitencia
1Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, con todas las fuerzas, y aman a sus prójimos como a sí mismos (cf. Mt 22,37.39; Mc 12,30), 2y odian a sus cuerpos con sus vicios y pecados, 3y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, 4y hacen frutos dignos de penitencia: 5¡Oh cuán bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas perseveran!, 6porque descansará sobre ellos el espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23), 7y son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras hacen, y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). 8Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a nuestro Señor Jesucristo. 9Somos para él hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los cielos (Mt 12,50); 10madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20), por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (cf. Mt 5,16). 11¡Oh cuán glorioso, santo y grande es tener un Padre en los cielos! 12¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un tal esposo! 13¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal hermano y un tal hijo: Nuestro Señor Jesucristo!, quien dio la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre diciendo:
14Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado en el mundo; tuyos eran y tú me los has dado (Jn 17,11 y 6). 15Y las palabras que tú me diste, se las he dado a ellos, y ellos las han recibido y han creído de verdad que salí de ti, y han conocido que tú me has enviado (Jn 17,8). 16Ruego por ellos y no por el mundo (cf. Jn 17,9). 17Bendícelos y santifícalos, y por ellos me santificó a mí mismo (Jn 17, 17-.19). 18No ruego sólo por ellos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, han de creer en mí (Jn 17,20), para que sean santificados en la unidad (cf. Jn 17,23), como nosotros (Jn 17,11). 19Y quiero, Padre, que, donde yo esté, estén también ellos conmigo, para que vean mi gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21). Amén.
Cap. II:
De aquellos que no hacen
penitencia
1Pero todos aquellos y aquellas que no viven en penitencia, 2y no reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, 3y se dedican a vicios y pecados, y que andan tras la mala concupiscencia y los malos deseos de su carne, 4y no guardan lo que prometieron al Señor, 5y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales y las preocupaciones del siglo y los cuidados de esta vida: 6Apresados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), 7están ciegos, porque no ven la verdadera luz, nuestro Señor Jesucristo. 8No tienen la sabiduría espiritual, porque no tienen al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre; 9de ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (Sal 106,27), y: Malditos los que se apartan de tus mandatos (Sal 118,21). 10Ven y conocen, saben y hacen el mal, y ellos mismos, a sabiendas, pierden sus almas. 11Ved, ciegos, engañados por vuestros enemigos, por la carne, el mundo y el diablo, que al cuerpo le es dulce hacer el pecado y le es amargo hacerlo servir a Dios; 12porque todos los vicios y pecados salen y proceden del corazón de los hombres, como dice el Señor en el Evangelio (cf. Mc 7,21). 13Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. 14Y pensáis poseer por largo tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrá el día y la hora en los que no pensáis, no sabéis e ignoráis; enferma el cuerpo, se aproxima la muerte y así se muere de muerte amarga. 15Y dondequiera, cuando quiera, como quiera que muere el hombre en pecado mortal sin penitencia ni satisfacción, si puede satisfacer y no satisface, el diablo arrebata su alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie puede saberlo sino el que las sufre. 18 todos los talentos y poder y ciencia y sabiduría (2 Par 1,12) que pensaban tener, se les quitará (cf. Lc 8,18; Mc 4,25). 17Y lo dejan a parientes y amigos; y ellos toman y dividen su hacienda, y luego dicen: Maldita sea su alma, porque pudo darnos más y adquirir más de lo que adquirió. 18 Los gusanos comen el cuerpo, y así aquéllos perdieron el cuerpo y el alma en este breve siglo, e irán al infierno, donde serán atormentados sin fin.
19A todos aquellos a quienes lleguen estas letras, les rogamos, en la caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16), que reciban benignamente, con amor divino, las susodichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo. 20Y los que no saben leer, hagan que se las lean muchas veces; 21y reténganlas consigo junto con obras santas hasta el fin, porque son espíritu y vida (Jn 6,64). 22Y los que no hagan esto, tendrán que dar cuenta en el día del juicio (cf. Mt 12,36), ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo (cf. Rom 14,10).
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No estamos en este mundo para divertirnos. Todas las diversiones que el
mundo ofrece, tienen un propósito, la derrota de la fe, la impiedad, la
negación de Dios, la apostasía. Muchos bautizados se dicen así mismos que son
cristianos, pero sus obras gritan que es todo lo contrario, porque se sacrifican
para conseguir las cosas profanas, terrenales. Los que viven según las
exigencias del mundo corrompido se dejan someter a toda clase de esclavitud con
el demonio.
San Pío X citanto a Benedicto XIV enseña
Afirmamos que la mayor parte de los condenados a las penas eternas padecen su perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe, que necesariamente se deben saber y creer para ser contados entre los elegidos. ( Encíclica Acerbo nimis, 2)
Malditos los que se apartan de tus mandatos (Sal 118,21).
El fruto del pecado es la apostasía. Pues recientemente, un apologeta, que en un principio fue defendiendo los dogmas de la Santa Iglesia Católica, era protestante, pero luego se bautizó como católico, y comenzó a negar las enseñanzas del Magisterio Tradicional de la Iglesia Católica. Conforme a las enseñanzas de las Santas Escrituras, Dios lo ha rechazado, porque su conversión no era sincera ni perseverante, con la apostasía cayó inmediatamente en excomunión.
Y puesto como fue rechazado por el Señor, no se puede rezar por esta clase de personas.
Ahora bien, entre las almas condenadas están aquellos bautizados, que no han querido tener un acuerdo con las enseñanzas de Nuestro Señor, sino que deliberadamente rechazan su propio salvación. Reciben penas aún más graves que la de aquellos que no han conocido el Evangelio. Nadie puede estar al servicio de Dios y del dinero, dice el Señor. Pues aquellas almas que aceptan alimentarse de la mesa de los demonios, irán al infierno para ser atormentados por los demonios. Si somos de Dios, debemos rechazar al mundo y a los demonios, y a las concupiscencias.
Hay muchos apologetas, que se dicen "católicos", y más que nada se predican así mismos, porque sus frutos nos dicen por donde caminan, y son a los superiores modernistas y herejes. Dicen que prefieren la Sagrada tradición de la Fe Apostólica, pero no renuncian a la corrupción de los pastores modernistas.
Engañados por el padre de la mentira, es terrible, y a su vez engañan a todos los cristianos tibios, mundanos, y es muy elevada la apostasía. Los apóstatas se encaminan al infierno por creer en la mentira de los modernistas.
Es importante la exhortación a que hagamos penitencia. Si verdaderamente queremos crecer en la fe, necesitamos hacer penitencia, y dentro de la medida más perfecta que queramos que sea nuestra oración, la penitencia es necesaria.
Sin la penitencia, no hay humildad de corazón, nuestras oraciones caen en el riesgo de ser precipitadas, de acabar lo antes posible. Y cuando notamos que otros orantes lo hacen más reverente, con más tranquilidad, no se le toma como buen ejemplo, ¿qué nos dice el orgullo, la soberbia?:
--"Tú eres mejor que los demás, tienes que rezar más a la carrera. No importa que los demás recen con más fervor, eso no es para tí, por lo que debes imponerte, y a ver si el fervoroso termina siendo un impío. Debes insistir en estas sugerencias que te digo" --
Esta maldad es que que quiere el tentador que hagamos. Y cuanto peor se quiera hacer, más lejos el alma se expone a su castigo y pena de condenación.
Es importante separarnos de estos orantes que ofenden a Dios, porque ni se ayudan así mismo, ni a los demás, los tratan de mala manera.
Además de enseñar Nuestro Señor, la oración del Pater Noster, no era de manera precipitada, ni las oraciones de la Santísima Madre de Dios al Padre Celestial, sino pausada, contemplativa.
Las personas mundanas, cristianos que no ha alcanzado la perfección de la fe, si son deportistas, muestran ante su público que hacen la señal de la cruz, fingen rezar, pero a todo lo que quieran hacer, es sin fe, y con el propósito de ser los ganadores. ¿Por qué ganan un deporte? Tienen toda la ayuda del demonio. Porque el Señor no se mete en esos asuntos del deporte, fácilmente son engañados por el Maligno, haciéndose predilectos, y supersticiosos, en favor del príncipe de este mundo.
En sus corazones no invocan a Dios, pues para eso, sería vivir lejos de la vida mundana, combatiendo contra los malos deseos, el orgullo, la codicia del dinero, pero que tampoco les falta comportamientos extremadamente pecaminosos, sucios en su vida privada. Pues los periodistas les persiguen para buscar la vida privada de ellos y publicarlos a todo el mundo.